Félix Ángel Moreno Ruiz

viernes, 12 de agosto de 2016

SOBRE EL OFICIO DE ESCRITOR Y OTROS OFICIOS

Pensaba yo (iluso de mí) que el oficio de escritor (o escribidor, que diría Varguitas) consistía en escribir.
Con tal pensamiento, un día comencé a hacerlo.
Sin embargo, pronto me di cuenta de que había cometido un grave error de apreciación.
Supe entonces que, en el mundillo de la literatura (o Literatura, como prefieren nombrarla los vanamente pretenciosos y pedantes), el oficio de escritor era, en no pocas ocasiones, el menos importante pues, como ortigas en el camino, al amparo de las letras y su fama, florecían oficios de las más variopintas cataduras:
Yago.
Uno de los nuestros, capisci?
Maese Pedro con su retablo de las maravillas.
Prestidigitador.
Tu quoque, Brute, fili mi?
Tartufo.
Eva al desnudo.
Senador bajo el gobierno de Calígula.
Funambulista en la cuerda floja.
Mercader de Venecia.
Bufón en la corte de Carlos II, el Hechizado.
Tahúr del Mississippi…


Y también supe entonces que, para medrar, era necesario ejercer tales oficios con  mano diestra (y siniestra).

lunes, 8 de agosto de 2016

EL DESTINO DE UN LIBRO

Hace algún tiempo, fui amablemente invitado a presentar a un escritor de novela negra muy importante, consagrado. Al finalizar el acto, le di un ejemplar de su última novela para que me lo firmara (previamente lo había adquirido en una librería pues tenía intención de regalárselo a un familiar) y él me correspondió con un libro mío de relatos que le había entregado como obsequio el ayuntamiento que había organizado el acto (que había sido el mismo que había editado la obra). Educado, cortés, profesional, el escritor se despidió cordialmente de mí con un apretón de manos y, con mi libro bajo el brazo, se dirigió a su hotel para pasar la noche. Al día siguiente, tenía que estar en su ciudad por un compromiso ineludible.
Ahora, transcurridos varios meses, me pregunto qué habrá sido de aquel ejemplar. Tal vez, el insigne escritor lo leyó en el avión, de regreso a su casa, o en la cama, las noches siguientes, para conciliar el sueño. Tal vez, una vez leído, repose, junto a otros libros, en su bien nutrida biblioteca, junto a los clásicos que, de vez en cuando, consulta para inspirarse. Tal vez…
Seguramente, al llegar al aeropuerto, antes de tomar su vuelo, decidió arrojarlo, sin abrirlo, a la primera papelera que encontró. Luego, para amenizar la espera, adquirió en el quiosco un periódico o una revista ilustrada.
Si así ha sido, solo deseo que la bolsa de aquella papelera fuera, al menos, de color negro.