Félix Ángel Moreno Ruiz

domingo, 7 de noviembre de 2021

DIOS NO ESTÁ CON NOSOTROS PORQUE ODIA A LOS IDIOTAS de Miguel A. González

 AJUSTE DE CUENTAS


Héctor es un policía recién salido de la academia, inteligente, sensible y ávido de conocimiento. René es un inspector alcohólico, escéptico y amargado. Estos personajes tan antagónicos son compañeros y están encargados de un caso difícil: descubrir y detener a un asesino en serie que ha cometido tres crímenes sangrientos. En todos ellos ha utilizado una máscara de gas para ocultar su rostro y ha colocado un poema sobre los cadáveres de sus víctimas como marca distintiva. Encerrados en un despacho claustrofóbico y cutre, pasan las horas a la espera de noticias sobre el asesino mientras inician un proceloso viaje hacia los recuerdos, en el que afloran las miserias más recónditas y secretos que nunca debieron ser desvelados. Utilizando técnicas propias del experimentalismo de los años sesenta y setenta del pasado siglo y desechadas por la narrativa actual (sometida a los dictámenes comerciales y condescendiente con el lector medio), el dramaturgo y narrador Miguel A. González (Madrid, 1982) ha escrito una atípica novela negra, culta y repleta de referencias literarias y cinematográficas, que bebe de la mejor tradición anglosajona, en las que nos invita a reflexionar sobre algunas dicotomías recurrentes en el género policíaco: el sentido del deber y la ambición personal, el coraje y la cobardía, el deseo de venganza y el perdón.


EL ÁRBOL DE LOS SUEÑOS de Gustavo Martín Garzo

 EL PLACER DE CONTAR


El escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo, autor de una sólida y galardonada producción narrativa, acaba de publicar en Galaxia Gutenberg El árbol de los sueños, una obra que escapa a la consideración que en la actualidad tenemos de un libro de relatos al uso porque entronca con las colecciones medievales que, procedentes de Oriente y siguiendo las rutas comerciales de la seda y de las especias, se extendieron por toda Europa formando un corpus de apólogos y fábulas que se reproduciría, con las consabidas variaciones, en recopilaciones como los Cuentos de Canterbury, el Libro de Buen Amor, el Conde Lucanor, el Decameron, el Sendebar o el Calila e Dimna. Todos ellos, a partir del modelo de Las mil y una noches, tenían una historia marco en la que se incluían los relatos (la relación entre Sherezade y el sultán, los consejos de Patronio al joven Lucanor, los amores de don Melón y doña Endrina, el alto en el camino de los peregrinos). En El árbol de los sueños, se trata de los recuerdos de un narrador testigo que, tras el fallecimiento de su hermana y de su madre, decide pasar a papel las historias que su progenitora les contaba en su infancia. Mujer extraordinaria, viajera y lectora incansable, había atesorado a su largo de su corta pero intensa vida un sinnúmero de historias que entremezclaba y enlazaba haciendo así más feliz la existencia de sus hijos al sumergirlos en un mundo de fantasía, pero también más provechosa por las enseñanzas que encerraban. El lector que se adentre en este libro de libros, en este árbol frondoso de ramas que se bifurcan y convergen, se encontrará viajando por lugares comunes (desde los cuentos presentes en las recopilaciones antes mencionadas a las narraciones épicas clásicas como la Ilíada o la Odisea) que la imaginación prodigiosa de Martín Garzo enreda y desenreda con sus propias aportaciones para crear un universo en el que los sueños se hacen realidad o, como escribe el narrador al final del libro,  que sirve “para devolver las cosas reales a los sueños de donde procedían”.  El árbol de los sueños es, así, un hermoso homenaje al arte (tan antiguo como el ser humano) de contar historias, de atrapar con la palabra la atención de unos interlocutores que continuarán, por los siglos de los siglos, la tradición milenaria. Y es, también, un sentido tributo al papel que tradicionalmente ha desempeñado la mujer en este oficio de contador, representado en el libro en una joven aventurera que, tras viajar por medio mundo, un buen día decide casarse con el gerente del hotel leonés en el que suele alojarse cuando visita esta ciudad. A pesar de que sienta la cabeza y de que funda una familia convencional, su espíritu rebelde e indómito se conserva intacto mientras su cuerpo, consumido por la enfermedad, se va apagando paulatinamente, aunque deja para la posterioridad un puñado de historias que son, en realidad, una hermosa metáfora de nuestra existencia: somos lo que hemos vivido y podemos contar.