Félix Ángel Moreno Ruiz

lunes, 3 de noviembre de 2014

LOS CRÍMENES DEL MONOGRAMA de Sophie Hannah



RESUCITANDO A POIROT 

Era inevitable. Tarde o temprano, los herederos de Agatha Christie iban a sucumbir a la tentación de resucitar a los personajes ideados por la genial creadora de novelas policíacas. El primero ha sido Hercule Poirot, el célebre detective belga, que vuelve a atusarse sus estrafalarios mostachos en Los crímenes del monograma y si, como es previsible, el éxito comercial del libro está asegurado, pronto le tocará el turno a Miss Marple o a los Beresford porque el sonido de la caja registradora es demasiado tentador para dejar escapar semejante ocasión de enriquecerse. Y eso que las historias originales, reeditadas una y otra vez, son todavía una máquina de hacer dinero. Además, la escritora inglesa, fallecida en 1976, tiene el honor de figurar en el libro Guinness como la novelista más leída de todos los tiempos.
Para la ocasión, se ha escogido, con notable acierto, a Sophie Hannah (Manchester, 1971), autora curtida en thrillers psicológicos de la talla de The Carrier, que ha escrito una novela entretenida, bien elaborada, que sigue, punto por punto, la hoja de ruta de cualquier historia salida de la pluma de su compatriota: variedad de personajes interesantes que esconden inconfesables secretos del pasado, una trama apuntalada con innumerables pistas falsas, un final sorprendente, una inteligente dosificación de los crímenes y la consabida escena en la que Poirot reúne a todos los sospechosos y, como un habilidoso prestidigitador, descubre al asesino. Sophie Hannah ha realizado un notable esfuerzo para que el lector se sienta como en casa y para ello ha acentuado los rasgos característicos del protagonista, que en esta ocasión no aparece acompañado de su fiel Hastings, sino de otro escudero, un inspector de policía poco perspicaz y lleno de complejos, llamado Catchpool, que actúa como narrador testigo de una historia tan repleta de tópicos como eficiente: en el Bloxham, uno de los hoteles más exclusivos y elegantes de Londres, aparecen, en distintas habitaciones, los cadáveres de dos mujeres y un hombre que han sido envenenados con cianuro y que tienen, dentro de la boca, sendos gemelos decorados con un monograma. Como es previsible, nadie ha visto nada. Así arranca una obra que engancha desde la primera página.
Sin embargo, a pesar de todos los logros de la novela, que son muchos, desengañémonos: los admiradores de la escritora inglesa perciben de inmediato que ella no ha escrito el libro como tampoco encuentran entre sus páginas al genuino y añorado detective belga, con su cabeza en forma de huevo y sus ojos verdes de gato. Y es que, como él mismo diría, Poirot est unique.

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