Félix Ángel Moreno Ruiz

domingo, 23 de diciembre de 2018

PATRIMONIO MINERO DE LOS PEDROCHES


El pasado 25 de octubre, Antonio María Cabrera Calero, profesor de Secundaria y geólogo, impartió una charla sobre la mina de los Almadenes en la sede de la asociación Piedra y Cal de Pozoblanco. Reconozco que carezco de objetividad al hablar de una persona a la que considero uno de mis mejores amigos y a la que conozco desde mi más tierna infancia (perdonen la cursilería) cuando éramos vecinos en la calle San Antonio e íbamos al mismo colegio, pero no exagero al afirmar que quienes estuvimos aquella noche en la antigua escuela Santa Ana (donde cursé el parvulario, como se decía entonces) disfrutamos de su sapiencia, de su oratoria, de su capacidad para adecuarse al nivel de la audiencia y, sobre todo, de su fino humor e inteligente socarronería.
Antonio María habló sobre los Almadenes con la autoridad que le confiere el haber dedicado (lo sigue haciendo) numerosas horas de su tiempo libre a investigar (de forma rigurosa, profunda y sistemática) la historia de la minería en los Pedroches. Me consta que, a lo largo de estos últimos años, ha realizado varios viajes al País Vasco y al Reino Unido para recabar información, para consultar documentos con los que desentrañar las vicisitudes de un sector económico que, en su día, tuvo gran importancia en nuestra tierra y que hoy ha caído en el más lamentable olvido.
Sé, porque lo animo a ello cada vez que nos vemos (ocasionalmente, desde que se trasladó su residencia a Málaga por motivos profesionales), que tiene en mente escribir un magna obra sobre la minería en los Pedroches, la cual será, sin duda alguna, manual de referencia y de consulta obligada para futuros investigadores y para toda aquella persona que sienta curiosidad por la materia. Mientras llega ese día, debemos conformarnos con publicaciones parciales en diversos medios (artículos en revistas especializadas de geología o de minería, colaboraciones en revistas de feria de los distintos pueblos) y ponencias como la que tuvimos el placer de disfrutar en octubre.
Reconozco que el entusiasmo y la pasión con que Antonio María habla (cada vez que quedamos a tomar una cerveza o un café) sobre la situación de la minería en los Pedroches a comienzos del siglo XX ha despertado mi interés por el tema, hasta el punto de que decidí situar en nuestra tierra mi última novela protagonizada por el inspector Homero (aún inédita), que viaja desde Córdoba (esta vez, sin la compañía del agente Pedro) para investigar la muerte del director inglés de una mina cercana a Alcaracejos.
Pero este artículo no solo es un merecido elogio a las cualidades profesionales y humanas que atesora Antonio María (perdonen, de nuevo, la cursilería); también es una breve y humilde reflexión (realizada desde un superficial conocimiento) sobre la situación actual de los restos mineros en nuestra tierra. Porque, si algo me quedó claro aquella noche del 25 de octubre fue que, frente a otras comarcas donde este sector tuvo  en un momento determinado de su historia una importancia similar a la que alcanzó aquí (las cuales han procurado rescatar el patrimonio y ponerlo en valor para disfrute de las generaciones futuras y como una forma de fijar la población al territorio, permitiéndole un digno sustento a través del incipiente turismo arqueológico), en nuestra tierra se han tratado (salvo contadas excepciones) con desidia e ineptitud los restos de las antiguas explotaciones, hasta el punto de que, si nadie lo remedia, lo poco que aún queda desaparecerá engullido por la maleza o por la excavadora de algún avispado constructor.
Por no haber, no hay en los pueblos que en su día vivieron de la minería una estatua o una placa dedicadas a aquellos sufridos trabajadores, ni una calle que recuerde a las sociedades mineras que se constituyeron, a los ingenieros (en algunos casos, personas de reconocido prestigio; en otros, aventureros extranjeros de vida apasionante) que dirigieron los pozos o a los banqueros que los financiaron, en una manifestación de supino olvido de lo que un día fue nuestra tierra: una de las comarcas mineras más importantes de la Península, apreciada ya por los romanos, que se adentraron en sus entrañas buscando sus tesoros.
Al igual que Larra se lamentaba a comienzos del siglo XIX (en uno de sus famosos artículos) del estado calamitoso en que se encontraban las ruinas romanas de Mérida y del escaso valor que les daban los habitantes de la ciudad pacense, que parecían ignorar el dorado que había bajo sus pies (hoy, la mayor parte de sus ingresos procede del turismo arqueológico y del festival de teatro que se celebra anualmente en el teatro romano), cualquier persona entendida en la materia se echa las manos a la cabeza al ver el abandono y deterioro de nuestro otrora rico patrimonio minero.
Deseemos que (como en otras ocasiones) no sea demasiado tarde porque entonces solo nos quedará mesarnos, desesperada e inútilmente, los cabellos (perdonen la pedantería) por la oportunidad perdida.

sábado, 22 de diciembre de 2018

LIBERTY BAR de Georges Simenon


EL REGRESO DE MAIGRET



Debo reconocer que Georges Simenon (Lieja, 1903 - Lausana, 1989) es uno de mis escritores de novela policíaca preferidos, como lo es de Andrea Camilleri, el gran maestro del género negro en Italia, que lo adaptó a la pequeña pantalla cuando trabajaba como guionista en la televisión pública de su país. En mi caso, los motivos están claros: son relatos breves, con planteamientos impecables, sin fuegos de artificio ni engaños al lector, escritos con un estilo que aúna la concisión y la aparente sencillez. Aunque el autor no se va por las ramas con digresiones que retardan la resolución del caso, no escatima reflexiones (cargadas de mordaz ironía) sobre el comportamiento humano.
Por eso, que la editorial Acantilado haya decidido reeditar primorosamente las novelas protagonizadas por Maigret es una excelente noticia para los amantes del género negro. La última ha sido Liberty Bar, publicada originalmente en 1932, en la que el comisario abandona su coto de caza particular (Paris) para encargarse de un curioso caso en la Costa Azul: el asesinato de un empresario australiano, que ha abandonado a su familia, los negocios y la respetabilidad burguesa para adoptar un estilo de vida bohemio y disipado. La investigación obligará al comisario a visitar los ambientes más variopintos (desde hoteles de lujo a inmundos tugurios) y a tratar con personas en cuyos corazones, a pesar de pertenecer a clases sociales muy distintas, laten las mismas bajas pasiones.

domingo, 2 de diciembre de 2018

SIN PENA NI GLORIA


Acuérdate de Paula porque vas a morir es mi segunda novela. La escribí en 2012, inmediatamente después de acabar Un revólver en la maleta y antes de comenzar Estaré esperando para matarte, las dos novelas protagonizadas por Homero publicadas hasta la fecha. Decidí dar a conocer antes la segunda entrega del inspector para complacer a los escasos lectores que tengo, que me abordaban por la calle pidiéndome un nuevo caso del policía cordobés y de su compañero Pedro. Esta decisión y el hecho de que luego me embarcara en otros proyectos (la pieza teatral Pañuelos bajo la lluvia y el libro de relatos Misterio en los Pedroches) me permitieron revisarla a conciencia, volver sobre ella una y otra vez, pulirla, despojarla de escenas escabrosas que, observadas con el distanciamiento que ofrece el paso del tiempo, no aportaban nada relevante a la trama.
No hay peripecias detectivescas en Acuérdate de Paula porque vas a morir, donde prevalece lo negro sobre lo policíaco. Hay, por supuesto, una investigación, unos policías (o, más bien, un expolicía porque ya está jubilado), pero todo esto no tiene excesivo peso en la historia porque la atención se busca por otros procedimientos. Al lector no se le engaña con subterfugios, sospechosos habituales y pistas falsas; por el contrario, este intuye, sabe cosas o las adivina. Acompaña de la mano a los personajes en sus temores, en sus miedos; conoce, a veces, más que ellos y, al tiempo, ignora lo importante, por lo que se ve inmerso en un bucle de horror, de desesperación, de ilusiones truncadas, de locura.
Como suele ocurrir en mi narrativa, Acuérdate de Paula porque vas a morir posee una estructura compleja, con varias partes que sitúan la novela en dos espacios temporales distintos: uno, la Córdoba actual, donde se comete una serie de crímenes que, en apariencia, no tienen nada en común. Otro, la Córdoba de los años ochenta del pasado siglo, con la historia de una familia de inmigrantes oriundos de los Pedroches. También (como ya es algo habitual en mí) he procurado que el lector los reconozca. Así, las costumbres, música, calles, objetos y vehículos están presentes de manera natural para otorgar mayor verosimilitud a la trama. En esta ocasión, y a diferencia de las novelas protagonizadas por Homero y situadas a comienzos del siglo XX, la ambientación me resultó fácil porque son dos épocas (la actual y la de hace 25 años) que conozco en profundidad por haberlas vivido (in situ, como diría el inefable Catarella).
En Acuérdate de Paula porque vas a morir, por encima de la historia, del argumento y de la trama, destaca el universo de los personajes. En el proceso de escritura puse mi mayor empeño en su diseño, en que tuvieran una vida interior, en que evolucionaran de forma natural, en que no fuesen de cartón piedra o planos, como suele ocurrir (por las propias características del género) en la novela policíaca. De entre todos, destaca especialmente un personaje femenino. Posee una personalidad compleja, es contradictorio y misterioso (a veces, actúa como antagonista; a veces, como protagonista). Quien se adentre en la lectura de la obra probablemente terminará empatizando con él y con sus inquietudes.
Ya he dejado escrito más arriba que Acuérdate de Paula porque vas a morir es una novela negra. Como tal, pretende la reflexión del lector. No se busca que aparezcan crímenes aquí y allá sin ninguna justificación. En este sentido, se trata de una historia sobre la locura, la venganza, la amistad, el amor y la traición. Hay también un componente social porque realizo un retrato (nunca he pretendido que sea meramente costumbrista, sino crítico) de los barrios cordobeses, del entramado social de la ciudad.
Pese a todo, no es una novela de tesis, no defiendo ninguna postura. No hago apología de nada, solo coloco a unos personajes en una situación límite y los abandono a su suerte. Caminan sin ayuda, guiados por su propia ética (o por la ausencia de ella), por las pasiones más bajas, por la esperanza y por el deseo de venganza.
Por encima de todo, Acuérdate de Paula porque vas a morir es una novela que busca el entretenimiento. Mi mayor deseo (siempre ha sido así) es que el lector pase un rato ameno, que la lea en pocos días (o en pocas horas) y que, al final, tenga la sensación de que ha sido demasiado breve, de que bien podría haber tenido unas cuantas páginas más.

domingo, 18 de noviembre de 2018

CUENTOS COMPLETOS de Bram Stoker

TERROR, MISTERIO Y FANTASÍA 


Cuando Bram Stoker publicó Drácula en 1897, no podía imaginar que su más famoso personaje se convertiría, por obra y gracia del cine, en uno de los mitos contemporáneos con mayor vitalidad y fuerza. Parodiado y revisado una y mil veces, el vampirismo (en general) y el conde (en particular) continúan disfrutando hoy de excelente salud y de una fama que también ha arrastrado a su autor: ciento seis años después de su muerte, sus obras se siguen publicando y atrayendo la atención del público lector. En esta ocasión, la editorial Páginas de espuma, de la mano de Antonio Sanz Egea y con la traducción de Jon Bilbao, ha reunido por primera vez (semejante labor no había sido hecha hasta la fecha por ninguna editorial anglosajona, como habría cabido esperar) todos los relatos conocidos de Stoker en un solo volumen, una encomiable labor que, sin duda alguna, ha merecido la pena porque permite un mayor (y mejor) conocimiento del escritor irlandés.

Una personalidad misteriosa

Bram Stoker nació en 1847, en la Irlanda asolada por la hambruna de la patata y por una epidemia de cólera, que sumieron a la isla en una crisis demográfica sin precedentes. El pequeño Stoker pasó los primeros años de su infancia convaleciente de una misteriosa enfermedad que le impedía caminar y que, probablemente, estuvo causada por algún tipo de trastorno psicológico que nunca llegó a ser aclarado del todo. Unos años más tarde, el escritor, convertido ya en un joven atlético y robusto, inició sus estudios en el prestigioso Trinity College, donde trabó amistad con Oscar Wilde. Allí conoció también a Florence Balcombe, una antigua novia del genial poeta irlandés, con quien terminaría casándose años más tarde.
Stoker, muy dado a la mitomanía, no solo mantuvo una relación especial con Wilde. Aprovechando un viaje a Estados Unidos, conoció personalmente a Walt Wiltman, que había sido su ídolo literario de juventud, y luego se convirtió en secretario personal y mano derecha de Henry Irving, el más celebrado actor shakesperiano de la Inglaterra victoriana. De todas estas amistades apenas sabemos nada porque el mismo Stoker se encargó de envolverlas en un halo de misterio al destruir gran parte de su correspondencia. De hecho, se desconocen incluso las verdaderas causas de su muerte, acaecida en 1912, a la edad de 65 años, que tal vez pudo estar motivada por la sífilis.
Tras su fallecimiento, su esposa Florence veló ferozmente por los intereses económicos de Irving Noel, el hijo que tuvo con Bram, y para que la obra de su difunto esposo fuese tratada con esmero. Este celo la llevó a demandar al director de cine Friedrich Murnau, maestro del Expresionismo alemán, al entender que en Nosferatu había plagiado gran parte del argumento de su novela más famosa.

Bajo la sombra de Drácula

Aunque la obra de Stoker es muy amplia (abarca la novela, el cuento, la crítica y obras de no ficción), fue Drácula la que le otorgó mayor éxito y dinero. Han corrido ríos de tinta sobre las posibles fuentes de las que bebió su autor para crearla. Gran parte de la crítica coincide en señalar que fue su madre, Charlotte Thornley, quien encendió la exuberante imaginación de Bram, cuando, durante los años de convalecencia de la enfermedad que lo mantuvo postrado en el lecho los primeros años de su vida, escuchaba embelesado los cuentos que ella le contaba sobre brujas, hadas y fantasmas que poblaban la tradición oral irlandesa, y sobre los horribles crímenes de los que fue testigo durante la epidemia de cólera; sin embargo, no debe olvidarse que el conde Drácula es hijo del Romanticismo y encarnación de sus características más exacerbadas: culto y veneración al héroe maldito, sensualidad y erotismo, gusto por lo demoníaco, exotismo, tendencia al suicidio y a comportamientos masoquistas.
Siempre necesitado de dinero (su menguado sueldo de funcionario apenas le alcanzaba para llegar a fin de mes), Bram Stoker buscó con afán el éxito comercial y experimentó otras fórmulas literarias distintas al terror gótico (la novela sentimental Miss Betty es un claro ejemplo); sin embargo, se vio obligado a claudicar y a entregar al público lo que le demandaba. La sombra del conde era ya, incluso en vida de su autor, demasiado alargada y reclamaba por derecho propio un lugar en la historia de la literatura.

Incansable escritor de cuentos

Stoker escribió relatos a lo largo de toda su carrera literaria. La gran mayoría apareció en diversas revistas literarias y en publicaciones periódicas de la época (The Shamrock, Boston Herald, The Theatre Annual, Current Literature) y solo unos cuantos lo hicieron en forma de libro. En vida del autor se publicaron dos: El país bajo el ocaso (1881) y Atrapados en la nieve. Crónica de una gira teatral (1908). El primero recoge ocho cuentos situados en un ficticio mundo paralelo al nuestro, poblado de príncipes, gigantes, ángeles y magos, que le sirve a Stoker para reflexionar metafóricamente sobre diversos aspectos morales como la bondad, la pureza de corazón, el castigo y el arrepentimiento. Los quince relatos de Atrapados en la nieve. Crónica de una gira teatral tienen como marco narrativo una tormenta de nieve que obliga al tren en el que viaja una compañía teatral a detenerse en medio de la nada. Para combatir el frío, director, actores y tramoyistas se reúnen en un vagón y, al calor del fuego improvisado y de las mantas de viaje, cuentan historias ambientadas en diversos lugares (desde Nueva Orleans a Manchester), en las que predominan el misterio, el terror y la fantasía.
En 1914, dos años después de la muerte del autor, apareció El invitado de Drácula y otros relatos inquietantes. Tal y como reconoce en el prefacio su esposa, Stoker había planificado publicar tres libros más de relatos. El primero de ellos estaba formado por ocho cuentos, a los que Florence decidió añadir El invitado de Drácula, que en realidad era un capítulo de la novela, que el editor decidió descartar para no hacerla excesivamente extensa y en el que se narra cómo el joven abogado Jonathan Harper, en su viaje hacia los Cárpatos, tiene un desagradable encuentro con el espectro de una vampiresa y con un lobo, de cuyas fauces es salvado providencialmente por unos soldados enviados por el conde. El resto de relatos (entre los que sobresalen La squaw y El sueño de las manos rojas) está poblado de seres de ultratumba y sangrientas venganzas, al más puro estilo de terror gótico.
Los veintisiete cuentos que la editorial Páginas de espuma ha reunido bajo el epígrafe “Relatos dispersos” nunca llegaron a publicarse en forma de libro, aunque sí lo hicieron en diversas revistas inglesas y americanas entre los años 1872 y 1914. Continúan en la misma línea de los otros cuentos, aunque también hay incursiones en el Romanticismo sentimental (El camino a la paz, El amor más grande) o en el exótico, siguiendo la estela de Jack London o de Emilio Salgari (La empalizada roja).
En general, los cuentos de Bram Stoker destacan por su brevedad y por unos rasgos que comparten con los de otros autores de la época como Arthur Conan Doyle: la plasticidad en la descripción de ambientes, la acertada caracterización de personajes, cierto gusto por el costumbrismo y la capacidad para crear una atmósfera de terror y de misterio. A pesar de que han pasado por ellos más de cien años, su lectura no resulta difícil a un lector medio actual. Este encontrará, además, tramas, personajes e historias que (salvando las lógicas distancias) aún resultan sumamente atractivos.

Con la edición de Cuentos completos, Páginas de Espuma nos ofrece la posibilidad de acercarnos a la narrativa breve de un autor que siguió (por distintos motivos, entre los que se encontraban los económicos) las corrientes literarias de la época y que, pese a todo, intentó experimentar con fórmulas diversas en una época convulsa que caminaba hacia las Vanguardias, las cuales fueron, en gran medida, responsables del encumbramiento de su hijo literario, Drácula, como mito contemporáneo.

lunes, 29 de octubre de 2018

JUEGOS SABÁTICOS de Juan Pizarro

 UNA VOZ SINGULAR



Conocí a Juan Pizarro (Villanueva de Córdoba, 1948) allá por el inicio de los años noventa del pasado siglo cuando cursaba los estudios de Filología Hispánica en la Facultad de Filosofía y Letras de Córdoba y, desde aquel tiempo, me precio de mantener una amistad que, ahora que disfruta de la merecida jubilación, se ha hecho más estrecha.
Como recuerdo de aquella época estudiantil, guardo un ejemplar dedicado de su primer libro de relatos: Días de ceniza. Editado por el Ayuntamiento de su localidad natal en 1987 y con prólogo de Antonio Colinas, recoge una docena de cuentos (uno de ellos, Myriam, había ganado en 1984 el premio de narrativa breve Antonio Porras, convocado por el Ayuntamiento de Pozoblanco) en los que ya están presentes el universo temático y los rasgos estilísticos genuinos e inconfundibles de Juan Pizarro. A pesar de que no haya publicado más libros durante estos años, no ha permanecido ocioso: varios cuentos han aparecido en las revistas de feria de su pueblo y de Pozoblanco; otros, en diversos medios de comunicación como La Tribuna de Córdoba, Cuadernos de Ipónuba de Baena, El Faro de Ceuta y de Melilla (simultáneamente); finalmente, otros han quedado guardados en el cajón hasta que se ha decidido a reunirlos todos bajo el sugerente título de Juegos sabáticos.
Pero el interés de Juan Pizarro no se circunscribe solo a la creación literaria. En 1988 vio la luz Vocabulario de los Pedroches, un trabajo lexicográfico que ya había aparecido en una primera versión en 1982 y que, en 1986, fue merecedor del III Premio de investigación lingüística convocado por el Ayuntamiento de Pozoblanco. La obra, prologada por el profesor Antonio Narbona y editada por la Diputación de Córdoba y por varios ayuntamientos de la comarca, recoge vocablos, locuciones, refranes, frases figuradas y expresiones propias de los Pedroches y constituye un esfuerzo encomiable y con bases científicas, no superado hasta la fecha, de recopilar un material procedente de fuentes orales que, me consta, sigue siendo muy útil para los escritores que pretenden reflejar en sus obras literarias las palabras propias de nuestra tierra.
Junto a esta labor lexicográfica, Juan Pizarro también ha escrito numerosas semblanzas biográficas de escritores (con una querencia especial por autores olvidados por la crítica y la historia como Antonio Porras o Eduardo Mallea, por poner dos ejemplos significativos) y descripciones de los lugares que ha visitado, como el Valle del Rif (tierra a la que ha estado muy vinculado por vivir en Ceuta durante muchos años desempeñando su labor docente), que, una vez publicadas en diversos medios, han aparecido reunidas recientemente en Cruzando el Rif.
Centrándonos en su producción literaria y en Juegos sabáticos, podemos apreciar un elemento vertebrador que está presente en casi toda ella: el humor en las más variadas formas. Para aquellos que lo conocemos, Juan Pizarro atesora un excelente sentido de la comicidad y una visión distanciada de la existencia que son claves para conseguir la risa (y la sonrisa) del lector. El humor se muestra, a veces, a las claras; a veces, a traición; a veces, chocarrero; a veces, irónico; a veces, negro, negrísimo. Un humor que asoma ya en las solapas, antes, incluso, de comenzar a leer alguna de sus obras: bien en forma de caricatura gráfica en Vocabulario de los Pedroches o como una biografía fingida en Días de ceniza, en donde llega a decir de sí mismo que “tiene úlcera de estómago, empelados los pies y en la melancólica invernia toca muy lucidamente el bombardino”. Al adentrarse en las páginas de Juegos sabáticos, el lector tendrá que detenerse para reír a carcajadas y, en otras ocasiones, esbozará una sonrisa, pero nunca permanecerá indiferente.
Otro elemento común en toda su obra, que llama poderosamente la atención, es su amor a la palabra. En su prosa, los vocablos no aparecen gratuitamente: los busca con parsimoniosa minuciosidad atendiendo a su valor fónico (leer en voz alta un relato de Juan Pizarro permite apreciar todos los matices y el humor que sus significantes atesoran) y a su significado, de forma que constituyen un todo indisoluble. La fuente de estos vocablos es, a veces, el acervo popular (del que es un gran estudioso y conocedor) y, a veces, el patrimonio literario clásico. Sea una u otra la procedencia, el producto final es un discurso que nos traslada a otra época, que nos hace recordar los juegos conceptistas de Quevedo y a escritores que se han caracterizado por este dominio del idioma como Francisco Umbral o Camilo José Cela.
Nombrar a escritores nos lleva a hablar de otra seña de identidad de Juan Pizarro: las referencias a sus autores preferidos. Podríamos decir que la Literatura (con mayúsculas) rebosa por todos los renglones: acá parece un guiño al Arcipreste de Hita, allá se nos revela Corpus Barga, acullá reconocemos a Felipe Trigo… Estas referencias convierten la obra en un exquisito juego metaliterario.
No podría terminar esta reseña sin comentar el carácter heterodoxo y a contracorriente de Juan Pizarro, que se manifiesta en el formato de las composiciones que aparecen en el libro: desde cuentos extensos hasta microrrelatos, pasando por poemas, reflexiones y semblanzas biográficas de personajes inventados al más puro estilo borgiano. Por haber, hay, incluso, dos versiones (una poética y otra narrativa) de un mismo tema. Y este carácter heterodoxo lo hace, precisamente, tan interesante y lo convierte en una voz singular y única en el panorama literario de los Pedroches.

lunes, 8 de octubre de 2018

LA TRANSPARENCIA DEL TIEMPO de Leonardo Padura


CANCIÓN TRISTE DE LA HABANA


Cuando faltan pocos días para que el exteniente Mario Conde (dedicado ahora a la compraventa de libros usados tras el abandono de la carrera policial en la Central de Investigaciones Criminales) se convierta en sexagenario, Bobby, un compañero de juventud, le pide que lo ayude a recuperar una imagen de madera de la Virgen de Regla que le ha robado su compañero sentimental mientras él pasaba unos días en Miami exportando cuadros de artistas cubanos. A Conde no le queda más remedio que aceptar porque, como suele ser habitual, su situación financiera es catastrófica y, además, se siente atado por los lazos de amistad. Sin embargo, pronto descubre que Bobby no ha sido ni leal ni sincero con él sobre el auténtico valor de la escultura y que el caso es mucho más complicado de lo que parecía en un principio porque comienzan a aparecer cadáveres y el propio detective pone en serio peligro su vida. Con este interesante argumento, se construye La transparencia del tiempo, la última novela de Leonardo Padura (La Habana, 1955), que es, probablemente, el escritor hispanoamericano de género negro con más prestigio internacional, merecedor (entre otros galardones) del Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015 por el conjunto de su obra.
El lector habitual de la serie encontrará en esta última entrega todos los lugares comunes a los que su autor nos tiene acostumbrados y que son su seña de identidad: las penurias del protagonista en el día a día para conseguir un café o un tabaco decentes; las reuniones con los amigos de toda la vida en casa de Carlos el Flaco, en las que no faltan ni la mejor comida criolla ni un buen ron siempre y cuando Conde consigue hacerse con algo de dinero; su relación sentimental con Tamara, a la que quiere más que nunca, pero con quien es incapaz de convivir de forma permanente; los tira y afloja que mantiene con  Manolo, su antiguo subordinado, convertido ahora en el jefe de la sección de Delitos Mayores. Sin embargo, destacan especialmente en  La transparencia del tiempo dos elementos que, si bien estaban presentes en las anteriores entregas, adquieren aquí  una mayor relevancia. Uno es la crisis existencial que atraviesa Conde, que es consciente de que, con sesenta años y un cuerpo que no ha cuidado, inicia el camino inexorable hacia la vejez y la decrepitud. Otro es la visión que Padura nos transmite, a través de los ojos de su protagonista, de Cuba en general y de La Habana en particular. Después de más de cincuenta años de castrismo, la ciudad muestra de forma hiriente las diferencias insalvables entre los ciudadanos que han sabido buscarse la vida (generalmente, de forma ilícita) tan bien que disfrutan de las comodidades de los europeos y norteamericanos más acomodados, y un lumpen, venido de las zonas más castigadas por la crisis, que se hacina en los suburbios de chabolas construidas con cartones y hojalata. Y, en medio de la nada, los seres anónimos como Mario, los “comemierda” de un mundo en descomposición, que han visto pasar la vida en el mismo barrio de siempre (que ahora se cae, literalmente, a pedazos) sobreviviendo a duras penas con la ética del perdedor como única compañera.

EL REINO DEL LENGUAJE de Tom Wolfe


EL ORIGEN DEL LENGUAJE



El escritor y periodista Tom Wolfe, fallecido recientemente, ha sido una figura indiscutible en el panorama literario norteamericano de los últimos cincuenta años. Pionero del nuevo periodismo y autor de superventas como La hoguera de las vanidades (novela adaptada con enorme éxito a la gran pantalla), abordó también el ensayo de forma intermitente. Precisamente, su última obra, El reino del lenguaje (que se ha convertido en su testamento literario), pertenece a este género. En ella aborda un tema controvertido, que ha traído de cabeza a reputados científicos de las más variadas disciplinas: el origen del lenguaje humano. Y lo hace de forma original, contraponiendo (y enfrentando) las vidas y las obras de cuatro pensadores anglosajones. Por una parte, Alfred Wallace y Charles Darwin, quienes idearon la teoría de la evolución de las especies de forma simultánea, aunque fuese este último quien se llevó toda la gloria merced a su mayor prestigio social y a ciertos juegos sucios que empleó con su compañero. Por otra, Noam Chomsky (creador de la Gramática Generativa Transformacional, que defiende la universalidad del lenguaje) y Daniel Everett (un lingüista que, tras estudiar la lengua de los piraha, un pueblo del Amazonas, considera el lenguaje como un artefacto cultural). Con un estilo ameno y desenfadado, buscando la polémica y la desmitificación de personajes venerados (Darwin y Chomsky), Wolfe no desdeña ni la ironía ni el sarcasmo para escribir un amenísimo y divertido ensayo que, pese al tema tratado, se lee como si fuera una novela de misterio. El misterio del origen del lenguaje.

LA HERMANA MENOR de Mariana Enríquez


UNA FIGURA DESCONCERTANTE



“Hermana de Victoria Ocampo, esposa de Adolfo Bioy Casares, amiga íntima de Jorge Luis Borges, una de las mujeres más ricas y extravagantes de Argentina, una de las escritoras más talentosas y extrañas de la literatura en español: todos estos títulos no la explican, no la definen, no sirven para entender su misterio”.  Así califica la escritora y periodista Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) a Silvina Ocampo en La hermana menor, un libro que es más que una biografía de la artista bonaerense (fallecida en 1993,  a los noventa años, víctima del alzhéimer) pues analiza también la época que le tocó vivir y su obra literaria, utilizando para ello numerosas fuentes, que incluyen cartas, testimonios y opiniones de personas que la trataron en vida, de críticos literarios y de sus amigos más cercanos.
Conforme nos adentramos en la lectura del libro, vamos tomando conocimiento de un personaje fascinante y encantador, con un don especial para provocar la admiración ajena (tanto por su belleza física como por su inteligencia, elegancia y savoir faire), con una imaginación e inventiva desbordantes que puso al servicio de la escritura de cuentos con notable maestría. Sin embargo, en una vida tan extensa e intensa también hubo lugar al sufrimiento; el mayor, quizás, la desgracia de ser siempre “la hermana menor”, permanecer a la sombra de personalidades desbordantes y arrolladoras como Victoria, Bioy Casares o Borges. Para remediar esta injusticia, Mariana Enríquez ha escrito un hermoso libro que reivindica su figura.

YO VOY, TÚ VAS, ÉL VA de Jenny Erpenbeck


UNA VENDA EN LOS OJOS



¿Qué hacer cuando se dispone de todo el tiempo del mundo? Esta pregunta se la hace Richard, un profesor universitario alemán (del antiguo Berlín oriental) recién jubilado que vive en soledad no deseada (su esposa falleció y su segunda pareja lo abandonó hace tiempo) en una hermosa casa junto a un lago. Es plenamente consciente de que, pese a su prestigio, pronto nadie en el mundo académico lo echará de menos, por lo que continúa con su rutina (hacer la compra en el supermercado, poner orden en la vivienda) y busca una nueva ocupación para no sucumbir a la depresión. Un día, entra en contacto con un grupo de inmigrantes ilegales africanos que, mientras esperan a que su situación se regularice, intentan aprender alemán y acostumbrarse a una nueva cultura. Richard decide colaborar con los voluntarios que los atienden y es así como, al tiempo que reflexiona sobre su antigua condición de ciudadano alienado durante el régimen comunista, se hace amigo de unas personas que tienen un nombre, una historia a sus espaldas (trágica, muchas veces) y un único deseo: labrarse un futuro decente en una tierra de promisión que le cierra las puertas.
Yo voy, tú vas, él va, de la escritora berlinesa Jenny Erpenbeck, es una novela coral (hilvanada con múltiples historias, aunque el nexo de unión sea Richard), valiente, que denuncia, sin incurrir en fáciles sentimentalismos, el drama de la inmigración ilegal en una Europa egoísta y torpe, de escasa memoria, que prefiere mirarse el ombligo y cerrar los ojos (y las fronteras) a una realidad que terminará por superarla algún día.

martes, 2 de octubre de 2018

AÑORA Y SUS FIESTAS de Antonio Merino Madrid

AMOR A SU TIERRA



No son infrecuentes (más bien abundan) los libros sobre etnografía (folklore, fiestas, tradiciones), dialectología (hablas locales o comarcales) y lexicografía (vocabularios, léxicos de oficios), escritos, en la mayoría de los casos, por personas que, con toda la buena voluntad del mundo, carecen de los conocimientos necesarios para abordar semejantes estudios, por lo que se convierten en una rémora (más que en una ayuda) que entorpece la labor posterior de los investigadores serios. Por eso, llama la atención un libro como Añora y sus fiestas, por su rigurosidad, carácter científico, amenidad y un estilo accesible, a la par que limpio. Su autor, el noriego Antonio Merino, cronista oficial de su pueblo desde 1988, es uno de los más activos dinamizadores culturales de los Pedroches a través de Solienses, un blog personal en el que se hace eco de cualquier evento relacionado con la cultura en la comarca, sin desdeñar tampoco la opinión sobre la vida social y política (con sus correspondientes e inevitables polémicas). Meritoria (e importantísima) es también la convocatoria anual del premio literario que lleva el nombre del blog, que da voz a escritores relacionados con la comarca que, de otra forma, nunca serían conocidos más allá del Calatraveño.
El título de la obra muestra ya las intenciones de su autor. El termino Añora se coloca en primer lugar cuando lo lógico es que hubiera sido el núcleo del adyacente (Las fiestas de Añora), revelando así que no solo se estudiarán las fiestas y que su verdadero protagonista es Añora, pueblo al que Antonio profesa un gran cariño (de hecho, él mismo reconoce en el prologo que se trata de “una declaración de amor”), el cariño que tienen todas las personas que, en algún momento de su vida, se ven obligadas a salir de su tierra para buscar un futuro más próspero, para formarse, pero a la que inevitablemente regresan porque allí encuentran (sin rancios chovinismos) sus raíces y sus señas de identidad.
El libro está dividido formalmente en seis capítulos (“Un paseo por la historia”, “Principales cultos en Añora a través de la historia”, “La fiesta de la Cruz”, “La Virgen de la Peña y San Martín”, “Otras fiestas singulares de Añora”, “Los ritos que se fueron. Fiestas desaparecidas”), aunque una lectura subjetiva permite percibir una estructura interna distinta. Así, una primera parte la constituye una breve y amena historia de Añora (desde sus orígenes hasta la actualidad); a continuación, se centra en la fiesta de las Cruces, que es (sin duda alguna) la más importante de la localidad y la que más reconocimiento tiene allende nuestras fronteras, para pasar luego al estudio del resto de festividades. Finalmente, hay un delicioso capítulo dedicado a los ritos que (triste e inevitablemente) han desaparecido por diversas circunstancias (merece destacar el dedicado a la encina que los quintos quemaban el año en que eran llamados a filas, un inteligente y agudo apunte sobre el comportamiento masculino en una sociedad patriarcal tradicional).
Al adentrarnos en la lectura del libro, llama poderosamente la atención su carácter pedagógico (no puede negar Antonio que es profesor y que está acostumbrado a enseñar), divulgativo y ameno, que no está reñido con la rigurosidad y con el tratamiento científico de los temas que aborda. Como doctor en Filología clásica, posee sólidos conocimientos, que se ponen de manifiesto en las abundantes referencias bibliográficas y en las notas a pie de página, lo que convierte a Añora y sus fiestas en una obra muy valiosa para todo aquel que, proveniente del mundo académico, quiera realizar un estudio antropológico serio sobre nuestra tierra. Por eso, la obra está llamada a perdurar en el tiempo porque sienta las bases de futuras aproximaciones a las fiestas de otros pueblos de la comarca.
Si hay motivos sobrados para leer el libro, podría añadirse la cuidada edición (a cargo del Ayuntamiento de su pueblo y de la Diputación provincial) y el estilo empleado (es de agradecer que esté bien escrito, algo infrecuente en estos tiempos). Todo ello convierte a Añora y sus fiestas en una obra a la que merece la pena acercarse porque contribuye, por una parte, a salvaguardar un riquísimo patrimonio inmaterial que (por circunstancias que no es cuestión de analizar ahora) está en serio peligro de extinción y, por otra, a que los Pedroches dejen de ser esa comarca tan extraña (y tan lejana) para el resto de cordobeses.

lunes, 10 de septiembre de 2018

NOVELA POLICIACA, NOVELA NEGRA

Nacido en pleno siglo XIX, de las plumas de autores que habían iniciado sus carreras literarias en el Romanticismo, el género policíaco es un tipo de novela realista que cumple a la perfección sus cánones: ambientes burgueses cuyos protagonistas son gente corriente, descripciones detalladas y verosímiles, gusto por el detalle, observación minuciosa de la realidad y cierta crítica social. Se considera a Edgar Allan Poe, con relatos como Los crímenes de la calle Morgue o La carta robada, el iniciador del género, que alcanza la madurez en pocos años de la mano de Wilkie Collins y, sobre todo, de Conan Doyle, cuyo detective, Sherlock Holmes, con sus conocimientos científicos y el gusto por los nuevos avances en la medicina forense y en la investigación criminal, es, sin duda alguna, el ejemplo más claro de la novela policíaca clásica. Luego, a principios del siglo XX, en Francia y, sobre todo, en Inglaterra, esta evoluciona hacia un complejo juego de ingenio, un pulso con el lector, que debe averiguar (de entre varios posibles sospechosos con motivos y oportunidades para cometer el crimen) quién es el asesino, a través de un laberinto de trampas y pistas falsas, puestas en lugares estratégicos por el autor. La reina de esta fórmula es y será siempre Agatha Christie.
La novela negra (su nombre procede del color de la portada que tenían las primeras colecciones en Francia) nace años después, durante la Gran Depresión, en pleno derrumbe del sueño americano, que había dejado en la ruina más absoluta a millones de pequeños inversores que habían confiado en una vida de progreso sin fin, en los bancos y en las instituciones de su país. En aquella América dominada por la ley seca, las penalidades, la corrupción y los mafiosos, surge una narrativa que hurga en las miserias más profundas de una sociedad enferma, que persigue despiadadamente a criminales que no son sino reflejo de sus propios pecados porque, al fin y al cabo, cada época tiene sus particulares asesinos y formas de matar.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, hay un predominio del género negro norteamericano, que alcanza prestigio por la influencia que ejerce el cine ya que muchas de las tramas se trasladan al celuloide e, incluso, sus principales autores (Dashiell Hammett y Raymond Chandler) trabajan como guionistas en Hollywood. En menor medida, se sigue cultivando la novela de corte policíaco más clásico, como las historias protagonizadas por el comisario Maigret del belga Georges Simenon.
¿Qué ocurre en España?
En la España decimonónica, que arrastra un atraso de varias décadas con respecto a las modas literarias europeas, no se cultiva aún este género, aunque sí podemos ver cierto interés por el crimen y lo policíaco en algunas novelas de corte naturalista de autores como Felipe Trigo y, sobre todo, Vicente Blasco Ibáñez, quien también fue pionero en abordar temas tan novedosos para la época como el espionaje.
No es hasta la década de los años cuarenta del pasado siglo, en plena dictadura franquista, cuando se escriben, bajo la influencia del género negro norteamericano, novelitas de dudosa calidad, que se vendían en los quioscos con notable éxito, publicadas por editoriales como Bruguera. También en aquellos años, la editorial Molino inicia la publicación de las narraciones de Agatha Chrisitie, de Stanley Gardner y de Ellery Queen. Son loables los intentos de escritores como García Pavón, quien, con su entrañable Plinio, guardia municipal de Tomelloso, intenta crear una auténtica novela policíaca española.
Por su parte, el género negro alcanza en España la mayoría de edad durante la transición democrática, a finales de los setenta y principios de los ochenta, de la mano de autores como Juan Madrid, el recientemente desaparecido González Ledesma, Julián Ibáñez, Andreu Martín, Eduardo Mendoza y, sobre todo, Vázquez Montalbán, quien crea el detective privado español más internacional: Pepe Carvalho.
La década de los noventa y los primeros años de este siglo suponen la eclosión de la novela negra en España, paralela al éxito que también tiene en otros países. Surgen con fuerza los nombres de Alicia Giménez, de Carlos Zanón, de Domingo Villar y de Lorenzo Silva (entre otros muchos), al tiempo que cobra mayor prestigio literario porque una obra adscrita al género negro o al género policíaco no es mejor ni peor a priori que las pertenecientes a cualquier otro. Puede ser eso, una simple novela entretenida y absorbente, que atrapa al lector (lo que no es poco, por cierto) o puede ser la excusa perfecta, porque los temas tratados en ella lo permiten, para abordar una reflexión sobre la maldad, sobre el lado oscuro de la condición humana, sobre la frágil línea que, a veces, separa el bien del mal, sobre la corrupción, sobre la impunidad con la que actúan los que detentan el poder, en una nueva y renovada forma de tragedia clásica: asomándonos a los crímenes cometidos por monstruos o seres corrientes, reconocemos, primero, nuestra propia culpa y exorcizamos, luego, nuestros propios demonios.

sábado, 28 de julio de 2018

EL BANQUETE DE LAS BARRICADAS de Paulina Dreyfus

TIEMPO DE REVOLUCIÓN


Este año se conmemora el cincuenta aniversario del mayo francés o mayo del 68, nombres con los que se denomina a un breve período de la historia reciente de Francia que convulsionó la política y la sociedad del país vecino, y que tuvo su eco en el resto de Occidente, incluida España, que, en ese momento, asistía a la agonía del régimen franquista. Con tal motivo, son numerosas las obras que se están publicando y, entre ellas, la novela El banquete de las barricadas de la periodista y escritora francesa Pauline Dreyfus (1969), autora de la galardonada Son cosas que pasan, una magnífica radiografía de las clases más pudientes durante la Segunda Guerra Mundial.
Ahora nos lleva a aquellos históricos días de mayo, al París de la margen derecha del Sena, donde se situaban los alojamientos más ostentosos y, más concretamente, a Le Meurice, un hotel de lujo, ubicado en plena Rue de Rivoli, famoso porque en su solar actuaba el Tribunal revolucionario que condenó a muerte a Luis XVI, y por haber alojado en sus habitaciones a soberanos en el exilio (el sultán de Zanzíbar, el maharajá de Kapurthala, el rey bey de Túnez y el rey Alfonso XIII) y a rutilantes estrellas de cine norteamericanas (Liz Taylor, Liza Minnelli, Shirley MacLaine o Yul Brynner). Un veintidós de mayo, en sus fastuosas dependencias donde no parece pasar el tiempo, entran los nuevos aires de cambio que están haciendo temblar los cimientos de la mismísima República Francesa, que en ese momento está presidida por el general Charles de Gaulle, el héroe de la Francia libre. Y lo hacen de forma pacífica, sin arrasar con el mobiliario y sin expulsar por las bravas a la selecta clientela allí alojada. El personal se reúne en asamblea, destituye al director, ocupa el hotel y decide demostrar al mundo y a sí mismo que existe una forma distinta, menos autoritaria y más democrática, de gestionar un hotel de cinco estrellas. Y así, como si nada ocurriera en el exterior, como si media Francia no estuviera paralizada en ese momento por una huelga general e indefinida, como si no hubiera una carestía de los alimentos más básicos, cortes de luz y ratas deambulando por las calles repletas de basura, los trabajadores de Le Meurice, con el primer maître Roland a la cabeza, atienden con esmero a sus doscientos clientes (entre los que se encuentran huéspedes tan ilustres como Salvador Dalí y su esposa Gala) y a los comensales del premio literario Roger-Nimier, que financia Florence Gould, una excéntrica millonaria norteamericana.
Pauline Dreyfus ha construido en El banquete de las barricadas una historia en la que predomina una mirada irónica y divertida de aquellos días, agitadores y agitados, en los que se mezclaban la lucha de clases, las reivindicaciones estudiantiles y sindicales, y el miedo de la oligarquía a perder sus privilegios. A pesar de que, en apariencia, el mayo francés fue una revolución fallida, la novela nos revela que, a partir de entonces, nada fue como antes y que nuestra actual Europa del bienestar les debe mucho a aquellos jóvenes utópicos que pretendieron cambiar el mundo desde las barricadas o desde las abigarradas dependencias de un hotel de lujo.

martes, 24 de julio de 2018

ELOGIO DE LA HUMILDAD

No es la humildad una cualidad muy apreciada últimamente. Quizás, no lo haya sido nunca; sobre todo, en esta sufrida piel de toro en la que sobresalen el miles gloriosus (si Plauto se escapara del Averno y cruzara a nado el río Leteo para regresar al reino de los vivos, encontraría unos cuantos ejemplos dignos de interpretar a un soldado fanfarrón de lo más convincente), el pícaro, el medrador, el fraude andante, el arribista sin escrúpulos y el mediocre con veleidades megalómanas. Por el contrario, en este mundo en el que se celebran y se aplauden el juego de las apariencias, los premios pactados entre bambalinas, el currículum engordado con másteres de todo a cien, con carreras universitarias ficticias o con titulaciones que se regalan con el menú del McDonald’s, la persona humilde es ninguneada, pisoteada y despreciada, considerada siempre como un ser débil porque, por cortesía y educación, no impone su criterio a los demás o, por decencia, no ansía quedarse egoístamente con la parte más grande y sabrosa del pastel.
Pero, quizás, lo primero que tendríamos que clarificar es qué entendemos por humildad. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, es la “virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”; es decir, a priori es una cualidad que cualquier persona con dos dedos de frente querría poseer porque supone el discernimiento de nuestras propias carencias, su aceptación y, a partir de ahí, su superación. Sin embargo, el diccionario nos propone otras dos acepciones que ya no son tan positivas. Según la segunda, es la “bajeza de nacimiento o de otra cualquier especie” (viene a ser un eufemismo que se utiliza con las personas que han nacido en una familia de escasos recursos económicos para evitar decir que son pobres de solemnidad o que su sangre no tiene pedigrí) y la tercera acepción la deja por los suelos al considerarla “sumisión y rendimiento”. En conclusión, está claro que el humilde es un virtuoso, sí, pero también es un pobrete, un sumiso y alguien que se rinde fácilmente ante quien tiene el mando, el que maneja el bacalao, que suele ser el listo de la clase.
A lo largo de mi vida he tenido la inmensa suerte de conocer a unas cuantas personas verdaderamente humildes (no las falsas, esas que van por la vida entonando el mea culpa, pero, en cuanto se sienten mínimamente menospreciadas, sacan el pecho repleto de medallas de hojalata). Y todas ellas son inteligentes, con una gran capacidad de autocrítica y de autoexigencia (que es el origen de su grandeza y, a la vez, la causa de su perdición en una sociedad en la que priman la ley de la selva y el ¡tonto el último!), minimizan e infravaloran sus propios logros, son tolerantes con las debilidades ajenas, respetuosas y trabajadoras incansables por el bien común. Vamos, auténticas joyas, diamantes en bruto de muchos quilates que solo el ojo experto sabe apreciar como se merecen porque, por lo general, los humildes suelen pasar desapercibidos en esta hoguera de las vanidades que llamamos mundo.
El hecho de que, por su propia naturaleza, la humildad no llame la atención suele ocasionarle a su poseedor más inconvenientes que ventajas porque, si quien se da cuenta de la valía del humilde es una persona equitativa y justa, aquel ocupará el puesto que le corresponde en la sociedad (que nunca demandará si verdaderamente lo es), pero si tiene la desgracia de toparse con un vampiro, con una lamprea o con una garrapata (especímenes humanos de la peor calaña que poseen una habilidad especial para oler la sangre del humilde), puede tener la completa seguridad de que no lo soltarán hasta que lo hayan exprimido a conciencia aprovechándose de sus ideas, su creatividad, su dedicación, su trabajo, su esfuerzo y su generosidad.
Estoy convencido de que si, pese a todo, el mundo no va tan mal como debiera, si avanza y progresa, es gracias a las personas anónimas, humildes y trabajadoras que soportan estoicamente sobre sus maltrechos hombros a la panda de egoístas y narcisistas que, para saciar su patológico ego, van por el mundo fastidiando al personal (o, lo que lo mismo, la Humanidad).

sábado, 21 de julio de 2018

CASO CIPRIANO MARTOS. VIDA Y MUERTE DE UN MILITANTE ANTIFRANQUISTA de Roger Mateos

UN CRIMEN SILENCIADO


Como suele ocurrir en todos los totalitarismos, los estertores agónicos de la dictadura franquista fueron especialmente cruentos. Las fuerzas del orden se emplearon con saña contra los jóvenes que, intuyendo que se encontraban en un momento decisivo, participaron activamente en la lucha clandestina para acabar con el régimen. Esto supuso, si cabe, un mayor aislamiento de este en Europa, cuyo punto culminante fue el ajusticiamiento de tres miembros del FRAP y dos de ETA dos meses antes de la muerte del dictador. Sin embargo, hubo otros crímenes que no llamaron la atención de la opinión pública porque la maquinaria franquista se encargó de ocultar, como el de Cipriano Martos, que el periodista Roger Mateos (Barcelona, 1977) ha investigado ahora en un excelente libro publicado por Anagrama.
Cipriano Martos era un joven granadino que, a comienzos de la década de los setenta, había emigrado a Cataluña buscando un futuro más próspero. Allí entró en contacto con miembros del PCE y se involucró peligrosamente en distintas acciones clandestinas. Tras ser detenido e interrogado salvajemente, murió en un hospital después de ingerir accidentalmente (según la versión oficial) el contenido de un cóctel Molotov. A través de numerosos testimonios de personas que lo conocieron y con un estilo ameno, Roger hace un recorrido por la vida de Cipriano desde su conversión política hasta su vergonzoso entierro, pasando por el martirio a que fue sometido en dependencias policiales, para dar luz a uno de los más tristes episodios de los últimos años del Franquismo.

lunes, 16 de julio de 2018

SEVILLA Y LA CASITA DE LAS PIRAÑAS de Nazario


A CONTRACORRIENTE



Nazario Luque Vera (Castilleja del Campo, 1944), conocido como Nazario, es un artista polifacético. A su labor como pintor y como dibujante (alma máter de la emblemática revista El Víbora, está considerado el padre del cómic underground en España), se ha añadido en estos últimos años la de escritor de memorias. Primero fue La vida cotidiana del dibujante underground (libro en el que describe sus andanzas por la Barcelona de los años setenta y principios de los ochenta, cuando la ciudad catalana era el paraíso para los artistas más vanguardistas y rompedores) y ahora nos sorprende con Sevilla y la Casita de las Pirañas, en el que retrocede hasta sus años juveniles, cuando, tras finalizar sus estudios de Magisterio, encuentra su primer empleo como maestro dando clases a adultos en Morón de la Frontera mientras se ve obligado a pasar los veranos realizando el servicio militar en las milicias universitarias. Con su particular estilo (sin pelos en la lengua y con un lenguaje provocador), Nazario hace un retrato de aquellos años del descubrimiento de su homosexualidad, de la lucha entre el sentimiento de culpa motivado por la educación recibida y el deseo de expresarse libremente, de los primeros amantes furtivos y pasajeros, de los urinarios públicos de París y de Piccadilly (donde fue detenido por escándalo y exhibicionismo), de los tablaos flamencos, de Torremolinos (un oasis de libertad sexual en la negra España franquista) y, sobre todo, de la Casita de las Pirañas, centro de reunión y de encuentro de homosexuales sevillanos.



lunes, 25 de junio de 2018

MIS ESCRITORES DE GÉNERO POLICÍACO PREFERIDOS (y IV)



Cuando leí por primera vez La verdad sobre el caso Savolta (en realidad, se titula Los soldados de Cataluña, pero Eduardo Mendoza se vio obligado a cambiar el título por imposición de la censura franquista), allá por la adolescencia, me pareció la mejor novela negra que había caído en mis manos y ahora, algunos años más viejo y unas cuantas historias a mis espaldas, sigo considerándola una de las creaciones literarias más logradas en lengua castellana de los últimos cincuenta años. Dotada de una estructura compleja, bien tramada y mejor ambientada, sobresalen el retrato de la sociedad catalana de principios del siglo XX y los personajes: algunos, amorales, como Javier Miranda; otros, cínicos y perversos, como Lepprince; otros, idealistas y patéticos, como Pajarito de Soto. 
Ninguna de las posteriores obras de Eduardo Mendoza me ha defraudado (de hecho, cuando se le concedió el premio Cervantes en 2016, me pareció que, por una vez, se hacía verdadera justicia literaria y poética), pero tengo una especial debilidad por el personaje sin nombre que protagoniza la serie de peculiares y originales novelas policíacas (que se inauguró con El misterio de la cripta embrujada) en las que el humor surrealista, la fina ironía y la parodia son marcas de la casa. Como una especie de pícaro moderno, sale del manicomio (luego, cuando este es cerrado, tiene que buscarse la vida como puede con el fin de pasar la noche bajo techo) para investigar crímenes que suceden tanto en el barrio chino como en los palacetes de Pedralbes, lo que le permite al autor hacer desfilar por los espejos deformantes del callejón del gato valleinclaniano  (la mirada del protagonista) a lo más granado de la sociedad burguesa catalana (hoy, furibundamente independentista, quién lo diría) en una especie de renovado esperpento.
Maj Sjöwall y Per Wahlöö están considerados los padres de la novela negra nórdica. Fueron los creadores del inspector Martin Beck, que protagonizó diez historias, hasta que la temprana muerte de Per Wahlöö interrumpió definitivamente la carrera profesional de un policía muy peculiar y la literaria de esta pareja que escribía a cuatro manos por la noche, tras haber acostado a sus hijos. Ya desde la primera novela de la serie (Roseanne), aparecen unos rasgos que luego van a ser característicos de la narrativa negra sueca, a fuerza de repetirse una y otra vez en la mayoría de sus cultivadores: el detective pertenece al cuerpo de policía, suele estar pasando por una mala racha (alcoholismo, divorcio traumático, fracaso en su labor de padre, vida desordenada, depresión), mantiene una problemática relación con sus superiores y dirige a un grupo de colaboradores que participan activamente en la investigación de los casos y a los que consulta frecuentemente (frente al individualismo del sabueso anglosajón). Pero, además, las novelas de Martin Beck tienen un alto contenido social y político. Maj Sjöwall y Per Wahlöö eran dos personas muy sensibles a los nuevos cambios que estaban produciéndose en la Suecia de los años sesenta y setenta, que ponían en tela de juicio la visión idílica que, hasta entonces, se tenía del país nórdico en el resto del mundo. Las protestas ante la embajada americana por la guerra de Vietnam, las cargas indiscriminadas de los antidisturbios contra los manifestantes, el maltrato y las torturas de la policía, la corrupción de los políticos son temas que, por primera vez, asoman en la novela negra europea de la mano de Maj Sjöwall y Per Wahlöö.
De entre todos los herederos intelectuales y literarios del matrimonio sueco, mi preferido es el dramaturgo y novelista Henning Mankell, fallecido hace tres años. Su personaje, Kurt Wallander, inspector de policía de Ystad, es un digno sucesor de Martin Beck, con quien comparte muchos rasgos vitales, pero al que supera en humanidad. De hecho, lo que más me atrae de Wallander es la fragilidad que transmite, su dignidad, el sentido tan elevado de la justicia que posee y la extraña relación que mantiene con su padre, un hombre difícil, taciturno e irascible, que sufre un proceso irreversible de demencia. Me gusta acompañar a Wallander en Los perros de Riga, en La quinta mujer o en cualquier otra novela de la serie resolviendo casos que demuestran que la maldad humana no tiene límites, mientras lucha contra una diabetes incipiente, contra el alcoholismo y contra sus propios fantasmas.
Veintinueve años después de su fallecimiento, las novelas policíacas del escritor belga Georges Simenon continúan gozando del favor del público y, por ende, publicándose. Son, en total, setenta y dos (en su mayoría, breves), y están protagonizadas por el célebre comisario Maigret, fumador empedernido de pipa, que vive con su estoica y comprensiva esposa en un apartamento de París, ciudad en la que desempeña su labor como policía. Con sus particulares métodos, el comisario investiga los más variopintos casos, desde los asesinatos en serie de un psicópata hasta crímenes políticos. La narrativa de Simenon se caracteriza por la socarronería del comisario y la ironía del narrador, la brevedad y la concisión, las ajustadas descripciones y los sólidos diálogos, que explican su éxito y el hecho de que su autor se haya convertido en un maestro para quienes cultivan el género, desde Andrea Camilleri (el genio italiano adaptó durante años las novelas de Maigret para la RAI, en la que trabajó como guionista) hasta el que escribe estas líneas.
Con estos cinco autores de nacionalidades distintas finaliza el breve recorrido por mis escritores de género policíaco preferidos, a los que he dedicado cuatro artículos.

domingo, 17 de junio de 2018

DENUNCIA INMEDIATA de Jeffrey Eugenides


LA REALIDAD Y EL DESEO


En 1999, Sofía Coppola (hija del aclamado cineasta Francis Ford Coppola, en cuya saga sobre los Corleone, la familia mafiosa protagonista de El padrino, había aparecido como actriz) sorprendió a la crítica y al público con Las jóvenes suicidas antes de consagrarse definitivamente como directora y guionista con Lost in Translation, película con la que obtuvo el Óscar al mejor guion original. Las jóvenes suicidas era una adaptación bastante fiel de la novela homónima del escritor norteamericano de origen griego Jeffrey Eugenides (Detroit, 1960), en la que se contaba la historia de los Lisbon, una familia de clase media, aparentemente feliz, cuyas hijas adolescentes se suicidaban y en la que se nos mostraba (como, en American Beauty, la oscarizada película estrenada también en 1999) la cara amarga y nada amable del sueño americano.
En una carrera paralela a la de Sofía Coppola en cuanto a éxitos se refiere, Eugenides logró con su segunda novela, Middlesex, el premio Pulitzer en 2003, a la que siguió La trama nupcial en 2013, con las que se ha convertido, por derecho propio, en una de las figuras más relevantes del nuevo panorama literario norteamericano, hasta el punto de que la crítica más especializada ha llegado a compararlo con J. D. Salinger, autor de El guardián entre el centeno. Ahora ha regresado a la actualidad literaria y lo ha hecho con Denuncia inmediata, un conjunto de relatos, publicado en España (como sus tres otras anteriores) por Anagrama en la colección Panorama de narrativas.
Conforman el libro once cuentos, uno de los cuales (exactamente el último) da título a la obra en su conjunto. El término denuncia inmediata hace referencia a un legalismo de la justicia estadounidense (fresh complaint) que se suele utilizar en los juicios por violación y que, en esta ocasión, sirve para ejemplificar lo que el lector va a encontrar en el resto de cuentos porque ni asistimos a una verdadera violación ni la denuncia llega a culminar en un juicio y tampoco es inmediata, aunque si traerá dramáticas consecuencias para la vida de los protagonistas.
En la obra de Eugenides y, más concretamente, en este puñado de magníficos cuentos, hay una desfase entre lo que los personajes esperan de la vida o de un hecho concreto en el que han puesto todas sus esperanzas y lo que consiguen después de tanto empeño, que provoca una frustración evidente. Ocurre en Jeringa de cocina con los deseos de Tomasina de obtener un esperma de la mejor calidad para engendrar un hijo aceptable; ocurre en Música antigua, cuando Rodney se ve incapaz de abonar los pagos pendientes de su clavicordio; ocurre en Multipropiedad, con una familia atada a un motel de mala muerte y ruinoso, en el que ha invertido todos sus ahorros; ocurre en Buscad al malo, donde las ilusiones de una pareja casada por conveniencia sucumben a la realidad de la vida diaria; le ocurre al protagonista de La vulva oracular, el doctor Peter Luce, que viaja a la selva para poner a prueba sus más avanzadas teorías sobre la sexualidad y se ve obligado a aceptar la evidencia de los hechos consumados; ocurre en Huertos caprichosos porque ni María ni Sean consiguen pasar la noche con Annie, el objeto de sus fantasías más lujuriosas; ocurre, finalmente, en Magno experimento, cuando los deseos de Kendall de enriquecerse de forma ilícita se topan con la amarga realidad de un jefe que no se deja engañar fácilmente.
Sin embargo, a pesar de esta evidente frustración, que provoca situaciones traumáticas, a las que se ven abocados los personajes de los cuentos, bien por su mala cabeza, bien por un momento de impulsividad en el que se dejan arrastrar por los instintos más primarios, bien por ceder al lado oscuro de la naturaleza humana (el afán de enriquecimiento rápido, la concupiscencia, la soberbia intelectual), Eugenides da un paso más allá y, sin pretender ofrecernos una lección moral, busca una salida airosa para su maltrechos protagonistas: la mayoría acepta, finalmente, las consecuencias de sus actos y saca una lectura positiva para su incierto futuro.
Quejas, el relato con el que se abre Denuncia inmediata, es una excepción a la tónica que domina en el resto de cuentos. Está protagonizado por Della, una anciana que ha iniciado el irreversible viaje hacia la demencia senil, en el que, afortunadamente, no está sola: la acompaña Cathy, su mejor amiga, y una novela que narra la vida de dos ancianas esquimales abandonadas por su tribu y que sobreviven al duro invierno. El cuento es una delicia, una pequeña joya, cuya sola presencia bastaría para justificar un libro que no hace sino acrecentar la justa fama de la que goza su autor.