Félix Ángel Moreno Ruiz

domingo, 24 de noviembre de 2019

EL NIÑO QUE COMÍA LANA de Cristina Sánchez-Andrade


GALICIA PROFUNDA


El tremendismo es una corriente literaria que se cultivó profusamente en los primeros años de la posguerra, caracterizada por un lenguaje crudo que retrata ambientes desagradables y violentos con personajes marginales. La novela paradigmática de este estilo fue La familia de Pascual Duarte, en la que un condenado que está esperando en la celda la hora de su ajusticiamiento por garrote vil cuenta las malaventuras de una vida dominada por la pobreza, la enfermedad y el crimen. Al adentrarnos en los quince relatos que componen El niño que comía lana, la última obra de la escritora gallega Cristina Sánchez-Andrade (Santiago de Compostela, 1968), inevitablemente acude a nuestra mente el recuerdo de la novela de Camilo José Cela y de otros clásicos como Los gozos y las sombras de Torrente Ballester, A esmorga de Eduardo Blanco Amor o Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán, libros, estos últimos, en los que se hace un retrato agrio de la Galicia profunda y de sus males endémicos: el atraso económico, el caciquismo o la emigración.
Cristina Sánchez-Andrade es, sin lugar a dudas, una de las grandes voces femeninas del panorama literario actual. Autora de una decena de novelas y de varios libros de relatos, posee un estilo propio, reconocible en cualquiera de sus escritos y que en El niño que comía lana se manifiesta con rotundidad. A veces, con una crudeza extrema y, a veces, con el ropaje de la sutilidad, nos adentramos en la vida de unos personajes que transitan por los distintos cuentos: en unos son protagonistas y en otros, secundarios o evocaciones del pasado que sirven para dar unidad  y para crear un universo temático que convierte el libro en algo más que un conjunto de relatos porque las historias contadas se interrelacionan, tejen y destejen las distintas tramas, trasvasan los límites del cuento, aparecen y desaparecen.
Siguiendo los postulados tremendistas, por la obra deambulan nobles degenerados, niños envejecidos prematuramente por una vida miserable, seres que actúan movidos por la desesperación más extrema o por patologías mentales, episodios de violencia absurda y gratuita, crueldad y hambre, mucha hambre. Aunque predomina el retrato de la Galicia rural de la primera mitad del siglo XX, algunos relatos están ambientados en la actualidad, lo que otorga vigencia a un modelo que, en principio, pertenece a otra época. Si ya de por sí las historias subyugan por su impacto visual, la plasticidad del lenguaje, en el que predominan las continuas referencias al mundo de los sentidos (Cristina Sánchez-Andrade posee la habilidad de crear poderosas imágenes sobre el olor, el sabor y el tacto que tienen la miseria y la podredumbre), atrapa al lector desde la primera página y lo sumerge en un mundo que repulsa y atrae a partes iguales.

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