Félix Ángel Moreno Ruiz

sábado, 16 de noviembre de 2024

MECÁNICA POPULAR de Pedro Juan Gutiérrez

CUBA TRISTE

Descubrí al escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, 1950) con La Trilogía sucia de La Habana y con El rey de La Habana. Me sorprendieron gratamente y me impactaron el lenguaje directo, un estilo que transitaba entre lo coloquial y lo poético, las descripciones crudas y sin ambages de la vida de los personajes (incluidas las relaciones sexuales), el retrato descarnado de la realidad y una crítica social despiadada que metía el dedo en la llaga de una sociedad enferma y decadente, que enlazaba claramente con el realismo sucio anglosajón y, en especial, con Charles Bukowski, con quien coincidía en el gusto por los ambientes más sórdidos y cutres. Pero si el narrador norteamericano tenía querencia por las pensiones de mala muerte y por las carreteras secundarias de Los Ángeles, Pedro Juan Gutiérrez ambientaba sus novelas y sus relatos en su Cuba natal, cuando la revolución castrista se había consolidado y habían pasado los años del idealismo revolucionario, que habían sido sustituidos por la persecución de los disidentes políticos y de los homosexuales, las penurias económicas provocadas por el embargo impuesto por los Estados Unidos, la corrupción, los balseros y la picaresca de una población que tenía que hacer verdaderos alardes de ingenio para sobrevivir, y todo ello pasado por el tamiz del hedonismo, de un canto vitalista al disfrute de los sentidos.

Fiel al bagaje creativo del autor, Mecánica popular, su última producción literaria, reúne diecisiete cuentos que recorren tres décadas de la intrahistoria de Cuba, las que van desde el final de la dictadura de Fulgencio Batista hasta los años setenta del pasado siglo. Años de vertiginosos cambios, de la guerra fría, de la división en bloques, del telón de acero, de la amenaza nuclear, de la primavera de Praga y de la posterior invasión de los tanques rusos, del asentamiento de la revolución tendiendo sus tentáculos en las instituciones del país y en la vida privada de sus ciudadanos. Todo ello aparece reflejado en estas diecisiete historias de pequeños personajes anónimos, que van y vienen (como Carlitos, al que vemos dar los primeros pasos como niño inocente hasta convertirse en un adulto descreído), para formar una especie de relato coral, una sucesión de fotografías en blanco y negro que retratan un tiempo que se nos antoja lejano, pero que, desgraciadamente, mantiene demasiados paralelismos con el actual. No encontrará el lector en Mecánica popular el estilo descarnado y directo de la primera época: Pedro Juan Gutiérrez maneja ahora con maestría la sugerencia, los finales reflexivos y un estoicismo que solo poseen quienes han vivido intensamente y no se sorprenden de nada.

LA CHICA QUE LEÍA "EL VIEJO Y EL MAR" de Gonzalo Calcedo

UNA TABLA DE SALVACIÓN

La chica que leía El viejo y el mar es el último libro de relatos del escritor palentino Gonzalo Calcedo, uno de los autores más prolíficos y premiados de la narrativa corta actual escrita en castellano, con títulos tan sobresalientes como La carga de la brigada ligera, Temporada de huracanes, El prisionero de la avenida Lexington o Como ánades. En esta ocasión, Gonzalo Calcedo reúne diecinueve cuentos, maravillosamente escritos con un estilo elegante y ameno, protagonizados por seres anónimos, a la deriva y sin rumbo, como la mujer que espera en el aeropuerto para coger su vuelo mientras traba amistad con un hombre viudo, que saca de la máquina expendedora un café tras otro con la sola intención de calentarse las manos, y con una joven desarraigada, que viaja sin más compañía que unas botas de motero desgastadas; o como el hombre que acoge a un gato callejero y, cuando este desaparece, a la dueña del felino, que camina por la vida más perdida que el propio animal; o como la mujer que, gracias a su perro, entabla conversación en un restaurante con el sufrido padre de dos niños; o como una adinerada señora, que consume su tiempo ocioso haciendo turismo y que, mientras pasa unos días en un hotelito decadente en compañía de un joven gigoló, se da cuenta de que su pequeño y egoísta universo se viene abajo sin remedio; o como el hombre que recoge a una autoestopista en la carretera para descubrir poco después que, además de tocar maravillosamente el violín, podría ser la mujer de su vida; o como el padre y el hijo que protagonizan el relato que da título al libro, quienes, al tiempo que juegan al ajedrez en el interior de un bar, observan a una joven que lee un libro de Ernest Hemingway y consolidan sus fuertes vínculos paternofiliales.

Siendo estos diecinueve relatos muy distintos los unos de los otros, poseen todos ellos elementos que les otorgan unidad: además de cierta similitud en la personalidad de los protagonistas, existe un poso de melancolía y de nostalgia que recorre todas sus páginas, como si aquellos ya no se sorprendieran de nada o no esperasen ninguna novedad, tan solo dejar pasar la vida ante sus ojos. Hay, también, una mirada condescendiente (o, tal vez, deberíamos decir mejor enternecedora) del autor hacia sus criaturas de ficción, por las que siente una entrañable empatía: al fin y al cabo, son pequeños fragmentos de madera, podridos y ruinosos, que navegan en un mar proceloso, buscando refugio o una orilla acogedora para no sucumbir en el hundimiento vital. Por eso, el final de los cuentos, a pesar de la tristeza que nos embarga al concluir la lectura, está abierto a la esperanza y a un mundo de posibilidades que concede el azar en cualquier momento, gracias a otros seres anónimos y desamparados que ofrecen una mano amiga a la que poder asirse.