CUBA TRISTE
Descubrí al escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, 1950) con La Trilogía sucia de La Habana y con El rey de La Habana. Me sorprendieron gratamente y me impactaron el lenguaje directo, un estilo que transitaba entre lo coloquial y lo poético, las descripciones crudas y sin ambages de la vida de los personajes (incluidas las relaciones sexuales), el retrato descarnado de la realidad y una crítica social despiadada que metía el dedo en la llaga de una sociedad enferma y decadente, que enlazaba claramente con el realismo sucio anglosajón y, en especial, con Charles Bukowski, con quien coincidía en el gusto por los ambientes más sórdidos y cutres. Pero si el narrador norteamericano tenía querencia por las pensiones de mala muerte y por las carreteras secundarias de Los Ángeles, Pedro Juan Gutiérrez ambientaba sus novelas y sus relatos en su Cuba natal, cuando la revolución castrista se había consolidado y habían pasado los años del idealismo revolucionario, que habían sido sustituidos por la persecución de los disidentes políticos y de los homosexuales, las penurias económicas provocadas por el embargo impuesto por los Estados Unidos, la corrupción, los balseros y la picaresca de una población que tenía que hacer verdaderos alardes de ingenio para sobrevivir, y todo ello pasado por el tamiz del hedonismo, de un canto vitalista al disfrute de los sentidos.
Fiel al bagaje creativo del autor, Mecánica popular, su última producción
literaria, reúne diecisiete cuentos que recorren tres décadas de la
intrahistoria de Cuba, las que van desde el final de la dictadura de Fulgencio
Batista hasta los años setenta del pasado siglo. Años de vertiginosos cambios,
de la guerra fría, de la división en bloques, del telón de acero, de la amenaza
nuclear, de la primavera de Praga y de la posterior invasión de los tanques
rusos, del asentamiento de la revolución tendiendo sus tentáculos en las
instituciones del país y en la vida privada de sus ciudadanos. Todo ello
aparece reflejado en estas diecisiete historias de pequeños personajes anónimos,
que van y vienen (como Carlitos, al que vemos dar los primeros pasos como niño
inocente hasta convertirse en un adulto descreído), para formar una especie de
relato coral, una sucesión de fotografías en blanco y negro que retratan un
tiempo que se nos antoja lejano, pero que, desgraciadamente, mantiene demasiados
paralelismos con el actual. No encontrará el lector en Mecánica popular el
estilo descarnado y directo de la primera época: Pedro Juan Gutiérrez maneja ahora
con maestría la sugerencia, los finales reflexivos y un estoicismo que solo poseen
quienes han vivido intensamente y no se sorprenden de nada.
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