UN FUTURO APOCALÍPTICO
Situar
la historia en unas coordenadas espaciotemporales inexistentes ―en las que todo es
idílico (utopía) o, por el contrario, en las que la sociedad humana está en
decadencia (distopía)― es
un recurso que ha sido utilizado profusamente a lo largo de los siglos. Las
motivaciones son variadas. A veces, se trata de denunciar los males que afectan
a una comunidad o a un país concretos porque el autor no disfruta de la
suficiente libertad para hacerlo abiertamente. Es el caso de Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift
o de Los estados e imperios de la Luna
de Cyrano de Bergerac. En otras ocasiones, aunque pertenece a un estado
democrático que respeta las libertades de creación y de expresión, el novelista
prefiere elaborar una compleja alegoría ―repleta de paralelismos y de metáforas―, renombrar las
cosas, idear un sistema político y una forma de organizar la sociedad
diferentes, consciente del atractivo que supone para el lector trasladarse a un
mundo que parece tan distinto, pero que, en el fondo, es muy semejante al que
le ha tocado vivir, al tiempo que lo invita a reflexionar sobre las
consecuencias de sus actos. La permanencia en la retina y en la memoria del
lector ―y
en las del espectador en las ulteriores adaptaciones cinematográficas― de Un mundo feliz de Aldous Huxley, de La naranja mecánica de Stanley Kubrick,
de 1984 de George Orwell o de El planeta de los simios de Pierre
Boulle radica, precisamente, en que sus autores decidieron situar sus novelas
en apocalípticas sociedades distópicas. Consciente de esta trascendencia, el
escritor cordobés Juan Bosco Castilla (Pozoblanco, 1959) ha creado, a lo largo
de varios y fecundos años, una magna obra, la trilogía Occidente, cuyo primer volumen es Sholombra. En una sociedad en inexorable declive, en un “cementerio
de muertos vivos que no se atreven a salir de sus tumbas”, dominada por la
verdad absoluta que ha devenido en un estado corrupto y totalitario, que ha
convertido a los humanos en seres timoratos, planos y rutinarios, aparece un
personaje que, marcado por una dura infancia, se siente como una nota
discordante cuando descubre el poder del crimen como medio para conseguir sus
fines. Al tiempo que sufre en sus carnes el poder terrible del amor, inicia una
desesperada huida de la ciudad, donde sus habitantes, víctimas de la violencia
y sometidos por las mafias, “caminan por las avenidas esperando que los rescate
la nada, como los autómatas, como almas en pena”.
Sholombra es la novela de un
autor en plena madurez, dotado de una capacidad innata para narrar y de una
imaginación desbordante, que escribe por el placer de fabular historias ―que debería ser el
verdadero objetivo de todo buen escritor―, de dar vida a los personajes que anidan
en su imaginación y de materializar su particular visión del mundo.
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