Félix Ángel Moreno Ruiz

sábado, 8 de junio de 2019

TERROR EN LOS PEDROCHES



Cuando concebí la idea de escribir un nuevo libro de relatos, tuve claro que se sustentaría sobre tres pilares fundamentales, que actuarían como elementos vertebradores del resto (personajes, argumentos, técnicas narrativas empleadas). Estos son el terror, los Pedroches y el humor.
    El terror es un sentimiento humano pavoroso, por el que, sin embargo, sentimos una atracción morbosa, de ahí que tanto la literatura, desde hace siglos, como ahora el cine lo cultiven con profusión y denuedo hasta el punto de que se ha convertido en uno de los géneros con mayor éxito. Tenemos que reconocerlo: nos gusta sentir escalofríos mientras leemos una historia de miedo confortablemente sentados en una butaca o mientras comemos palomitas en la oscuridad de la sala del cine. ¿Quién, siendo un niño, no ha desoído la prohibición de sus progenitores y, amparado y agazapado en la oscuridad del pasillo, no ha visto una película de miedo, de pie y en pijama, a través de la puerta entreabierta del salón para regresar a la seguridad de la cama, muerto de miedo y aterido de frío, a las tantas de la madrugada? Luego, cuando entramos en la adolescencia, solemos acudir en pandilla al cine para ver películas de terror hechas ex profeso para tal edad. Entre mis recuerdos de aquella época, estarán siempre presentes filmes tan emblemáticos como El resplandor de Stanley Kubrick sobre la novela homónima de Stephen King, Tiburón, Carrie, El diablo sobre ruedas, Aquella casa al otro lado del cementerio, El octavo pasajero o Asalto a la comisaría del distrito 13.
    El género del terror al que rindo homenaje y que aparece en los relatos es el que leí y vi en mi infancia y en mi adolescencia: libros como las Leyendas de Bécquer, las novelas Drácula de Bram Stoker, Frankenstein de Mary Shelley, Doctor Jekyll y Mister Hyde de Louis Stevenson; películas en blanco y negro, muchas de ellas mudas, como Nosferatu, el vampiro de Murneau, El gabienete del doctor Caligari de Wiene, M, el vampiro de Dusseldorf de Fritz Lang, El clavo de Rafael Gil, El bosque del lobo de Pedro Olea, La noche del cazador de Charles Laugthon, La noche de los muertos vivientes  de George A. Romero, las películas góticas de Hammer Productions protagonizadas por los inefables Christopher Lee y Peter Cushing, y la serie Mis terrores favoritos del inolvidable Chicho Ibáñez Serrador. Ahora bien, que rinda homenaje y que haga pequeños guiños al género no significa que siga, punto por punto, sus cánones. Para bien o para mal, tengo una voz propia y un estilo definido. Solo es cuestión de realizar una lectura atenta al libro para darse cuenta de que es así.
    Con Terror en los Pedroches, he pretendido contribuir humildemente al conocimiento de la comarca en Córdoba y, con mucha suerte, lejos de la provincia. Ojalá fuera yo como mis venerados Leonardo Sciascia y Andrea Camilleri, que han colocado su Sicilia natal  (su gastronomía, sus costumbres, su paisaje, sus monumentos) en el mapa cuando antes solo era conocida por ser la cuna de don Vito Corleone, el padrino cinematográfico de la Cosa Nostra. Con este libro (y con Misterio en los Pedroches y con algún otro que está por venir), pongo mi granito de arena para que esta tierra sea un espacio literario y mítico, idóneo, por su secular aislamiento, para situar historias de todo tipo y condición, incluidas las de terror.
    No pretendo, en esta obra, ahondar en el concepto de ruralidad, que tan de moda está hoy en día. Es cierto que el lector encontrará relatos protagonizados por un pastor o por una pareja que vive en un cortijo, pero yo busco con estos cuentos que los Pedroches sean mucho más que un mero espacio rural, que tengan su propia personalidad, que sean un lugar único e irrepetible. Por eso, decidí que fueran diecinueve los relatos que componen el libro (uno por cada pueblo y aldea de nuestra comarca); por eso, cada cuento tiene su idiosincrasia y recorre distintas épocas (desde comienzos del siglo XIX hasta la actualidad); por eso, los personajes que aparecen en las historias pertenecen a espectros sociales diferentes y a oficios diversos (un cosero, un pastor, un hortelano, un barbero, un usurero o un capitán de dragones del ejército napoleónico).
    Finalmente, el humor. El humor es un género que, por desgracia, no tiene mucha tradición en nuestra piel de toro. Por lo general, somos un pueblo que se ríe poco y, menos aún, de sí mismo. Deberíamos tomar nota de la cultura anglosajona, que cuenta con una larga tradición en el arte del humor cáustico, hasta el punto de que este es conocido como inglés o británico. El humor es un componente que antes no aparecía en mi narrativa, pero que me interesa cada vez más. Se manifiesta, de forma rotunda y protagonista, en una novela que acabo de escribir sobre un asesino patoso y está muy presente en Terror en los Pedroches. Lógicamente, al estar relacionado con el terror, es necesariamente un humor deformado y deformante: unas veces, esperpéntico; otras, macabro. Un humor que pretender arrancar siempre una sonrisa cómplice al lector.

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