Félix Ángel Moreno Ruiz

sábado, 28 de julio de 2018

EL BANQUETE DE LAS BARRICADAS de Paulina Dreyfus

TIEMPO DE REVOLUCIÓN


Este año se conmemora el cincuenta aniversario del mayo francés o mayo del 68, nombres con los que se denomina a un breve período de la historia reciente de Francia que convulsionó la política y la sociedad del país vecino, y que tuvo su eco en el resto de Occidente, incluida España, que, en ese momento, asistía a la agonía del régimen franquista. Con tal motivo, son numerosas las obras que se están publicando y, entre ellas, la novela El banquete de las barricadas de la periodista y escritora francesa Pauline Dreyfus (1969), autora de la galardonada Son cosas que pasan, una magnífica radiografía de las clases más pudientes durante la Segunda Guerra Mundial.
Ahora nos lleva a aquellos históricos días de mayo, al París de la margen derecha del Sena, donde se situaban los alojamientos más ostentosos y, más concretamente, a Le Meurice, un hotel de lujo, ubicado en plena Rue de Rivoli, famoso porque en su solar actuaba el Tribunal revolucionario que condenó a muerte a Luis XVI, y por haber alojado en sus habitaciones a soberanos en el exilio (el sultán de Zanzíbar, el maharajá de Kapurthala, el rey bey de Túnez y el rey Alfonso XIII) y a rutilantes estrellas de cine norteamericanas (Liz Taylor, Liza Minnelli, Shirley MacLaine o Yul Brynner). Un veintidós de mayo, en sus fastuosas dependencias donde no parece pasar el tiempo, entran los nuevos aires de cambio que están haciendo temblar los cimientos de la mismísima República Francesa, que en ese momento está presidida por el general Charles de Gaulle, el héroe de la Francia libre. Y lo hacen de forma pacífica, sin arrasar con el mobiliario y sin expulsar por las bravas a la selecta clientela allí alojada. El personal se reúne en asamblea, destituye al director, ocupa el hotel y decide demostrar al mundo y a sí mismo que existe una forma distinta, menos autoritaria y más democrática, de gestionar un hotel de cinco estrellas. Y así, como si nada ocurriera en el exterior, como si media Francia no estuviera paralizada en ese momento por una huelga general e indefinida, como si no hubiera una carestía de los alimentos más básicos, cortes de luz y ratas deambulando por las calles repletas de basura, los trabajadores de Le Meurice, con el primer maître Roland a la cabeza, atienden con esmero a sus doscientos clientes (entre los que se encuentran huéspedes tan ilustres como Salvador Dalí y su esposa Gala) y a los comensales del premio literario Roger-Nimier, que financia Florence Gould, una excéntrica millonaria norteamericana.
Pauline Dreyfus ha construido en El banquete de las barricadas una historia en la que predomina una mirada irónica y divertida de aquellos días, agitadores y agitados, en los que se mezclaban la lucha de clases, las reivindicaciones estudiantiles y sindicales, y el miedo de la oligarquía a perder sus privilegios. A pesar de que, en apariencia, el mayo francés fue una revolución fallida, la novela nos revela que, a partir de entonces, nada fue como antes y que nuestra actual Europa del bienestar les debe mucho a aquellos jóvenes utópicos que pretendieron cambiar el mundo desde las barricadas o desde las abigarradas dependencias de un hotel de lujo.

martes, 24 de julio de 2018

ELOGIO DE LA HUMILDAD

No es la humildad una cualidad muy apreciada últimamente. Quizás, no lo haya sido nunca; sobre todo, en esta sufrida piel de toro en la que sobresalen el miles gloriosus (si Plauto se escapara del Averno y cruzara a nado el río Leteo para regresar al reino de los vivos, encontraría unos cuantos ejemplos dignos de interpretar a un soldado fanfarrón de lo más convincente), el pícaro, el medrador, el fraude andante, el arribista sin escrúpulos y el mediocre con veleidades megalómanas. Por el contrario, en este mundo en el que se celebran y se aplauden el juego de las apariencias, los premios pactados entre bambalinas, el currículum engordado con másteres de todo a cien, con carreras universitarias ficticias o con titulaciones que se regalan con el menú del McDonald’s, la persona humilde es ninguneada, pisoteada y despreciada, considerada siempre como un ser débil porque, por cortesía y educación, no impone su criterio a los demás o, por decencia, no ansía quedarse egoístamente con la parte más grande y sabrosa del pastel.
Pero, quizás, lo primero que tendríamos que clarificar es qué entendemos por humildad. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, es la “virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”; es decir, a priori es una cualidad que cualquier persona con dos dedos de frente querría poseer porque supone el discernimiento de nuestras propias carencias, su aceptación y, a partir de ahí, su superación. Sin embargo, el diccionario nos propone otras dos acepciones que ya no son tan positivas. Según la segunda, es la “bajeza de nacimiento o de otra cualquier especie” (viene a ser un eufemismo que se utiliza con las personas que han nacido en una familia de escasos recursos económicos para evitar decir que son pobres de solemnidad o que su sangre no tiene pedigrí) y la tercera acepción la deja por los suelos al considerarla “sumisión y rendimiento”. En conclusión, está claro que el humilde es un virtuoso, sí, pero también es un pobrete, un sumiso y alguien que se rinde fácilmente ante quien tiene el mando, el que maneja el bacalao, que suele ser el listo de la clase.
A lo largo de mi vida he tenido la inmensa suerte de conocer a unas cuantas personas verdaderamente humildes (no las falsas, esas que van por la vida entonando el mea culpa, pero, en cuanto se sienten mínimamente menospreciadas, sacan el pecho repleto de medallas de hojalata). Y todas ellas son inteligentes, con una gran capacidad de autocrítica y de autoexigencia (que es el origen de su grandeza y, a la vez, la causa de su perdición en una sociedad en la que priman la ley de la selva y el ¡tonto el último!), minimizan e infravaloran sus propios logros, son tolerantes con las debilidades ajenas, respetuosas y trabajadoras incansables por el bien común. Vamos, auténticas joyas, diamantes en bruto de muchos quilates que solo el ojo experto sabe apreciar como se merecen porque, por lo general, los humildes suelen pasar desapercibidos en esta hoguera de las vanidades que llamamos mundo.
El hecho de que, por su propia naturaleza, la humildad no llame la atención suele ocasionarle a su poseedor más inconvenientes que ventajas porque, si quien se da cuenta de la valía del humilde es una persona equitativa y justa, aquel ocupará el puesto que le corresponde en la sociedad (que nunca demandará si verdaderamente lo es), pero si tiene la desgracia de toparse con un vampiro, con una lamprea o con una garrapata (especímenes humanos de la peor calaña que poseen una habilidad especial para oler la sangre del humilde), puede tener la completa seguridad de que no lo soltarán hasta que lo hayan exprimido a conciencia aprovechándose de sus ideas, su creatividad, su dedicación, su trabajo, su esfuerzo y su generosidad.
Estoy convencido de que si, pese a todo, el mundo no va tan mal como debiera, si avanza y progresa, es gracias a las personas anónimas, humildes y trabajadoras que soportan estoicamente sobre sus maltrechos hombros a la panda de egoístas y narcisistas que, para saciar su patológico ego, van por el mundo fastidiando al personal (o, lo que lo mismo, la Humanidad).

sábado, 21 de julio de 2018

CASO CIPRIANO MARTOS. VIDA Y MUERTE DE UN MILITANTE ANTIFRANQUISTA de Roger Mateos

UN CRIMEN SILENCIADO


Como suele ocurrir en todos los totalitarismos, los estertores agónicos de la dictadura franquista fueron especialmente cruentos. Las fuerzas del orden se emplearon con saña contra los jóvenes que, intuyendo que se encontraban en un momento decisivo, participaron activamente en la lucha clandestina para acabar con el régimen. Esto supuso, si cabe, un mayor aislamiento de este en Europa, cuyo punto culminante fue el ajusticiamiento de tres miembros del FRAP y dos de ETA dos meses antes de la muerte del dictador. Sin embargo, hubo otros crímenes que no llamaron la atención de la opinión pública porque la maquinaria franquista se encargó de ocultar, como el de Cipriano Martos, que el periodista Roger Mateos (Barcelona, 1977) ha investigado ahora en un excelente libro publicado por Anagrama.
Cipriano Martos era un joven granadino que, a comienzos de la década de los setenta, había emigrado a Cataluña buscando un futuro más próspero. Allí entró en contacto con miembros del PCE y se involucró peligrosamente en distintas acciones clandestinas. Tras ser detenido e interrogado salvajemente, murió en un hospital después de ingerir accidentalmente (según la versión oficial) el contenido de un cóctel Molotov. A través de numerosos testimonios de personas que lo conocieron y con un estilo ameno, Roger hace un recorrido por la vida de Cipriano desde su conversión política hasta su vergonzoso entierro, pasando por el martirio a que fue sometido en dependencias policiales, para dar luz a uno de los más tristes episodios de los últimos años del Franquismo.

lunes, 16 de julio de 2018

SEVILLA Y LA CASITA DE LAS PIRAÑAS de Nazario


A CONTRACORRIENTE



Nazario Luque Vera (Castilleja del Campo, 1944), conocido como Nazario, es un artista polifacético. A su labor como pintor y como dibujante (alma máter de la emblemática revista El Víbora, está considerado el padre del cómic underground en España), se ha añadido en estos últimos años la de escritor de memorias. Primero fue La vida cotidiana del dibujante underground (libro en el que describe sus andanzas por la Barcelona de los años setenta y principios de los ochenta, cuando la ciudad catalana era el paraíso para los artistas más vanguardistas y rompedores) y ahora nos sorprende con Sevilla y la Casita de las Pirañas, en el que retrocede hasta sus años juveniles, cuando, tras finalizar sus estudios de Magisterio, encuentra su primer empleo como maestro dando clases a adultos en Morón de la Frontera mientras se ve obligado a pasar los veranos realizando el servicio militar en las milicias universitarias. Con su particular estilo (sin pelos en la lengua y con un lenguaje provocador), Nazario hace un retrato de aquellos años del descubrimiento de su homosexualidad, de la lucha entre el sentimiento de culpa motivado por la educación recibida y el deseo de expresarse libremente, de los primeros amantes furtivos y pasajeros, de los urinarios públicos de París y de Piccadilly (donde fue detenido por escándalo y exhibicionismo), de los tablaos flamencos, de Torremolinos (un oasis de libertad sexual en la negra España franquista) y, sobre todo, de la Casita de las Pirañas, centro de reunión y de encuentro de homosexuales sevillanos.