Félix Ángel Moreno Ruiz

martes, 31 de diciembre de 2019

NACIMIENTO Y MUERTE DEL AMA DE CASA de Paola Masino

EN DEFENSA DE LA MUJER


La vida de la escritora italiana Paola Masino  (1908-1989) está íntimamente ligada a la del intelectual Massimo Bontempelli, con quien huyó a París nada más cumplir la mayoría de edad para evitar el escándalo de una relación adúltera (él estaba separado de su esposa y tenía una hija de la misma edad que Paola). Allí trabó amistad con lo más granado de las vanguardias europeas (los españoles Ramón Gómez de la Serna, Luis Buñuel y Salvador Dalí, entre otros) e inició un tipo de vida itinerante (dormía en pensiones o en casas de amigos) que la acompañó hasta el final de su existencia. Una existencia que fue siempre la de un espíritu rebelde, libre, audaz y crítico, que se refleja en sus escritos, pero muy especialmente en su obra cumbre, la novela Nacimiento y muerte del ama de casa. Libro maldito, según su propia autora, que tuvo que reescribirlo varias veces para sortear la censura del régimen de Mussolini (el dictador nunca vio con buenos ojos a Paola porque no cumplía los parámetros que se le exigían a la auténtica mujer fascista), es una crítica aguda y feroz a un modelo de sociedad que relega a la mujer al papel de hija obediente, esposa sumisa y sufrida madre. La protagonista, el Ama de Casa (con mayúsculas), es la oveja negra de la familia, un “bicho raro” que provoca la pesadumbre de su madre hasta que, un buen día, decide sentar la cabeza y cumplir con su destino. Se convierte entonces en un alma en pena, en un ser frustrado e infeliz, como lo fueron tantas mujeres de su generación, una generación perdida bajo el yugo de una cultura misógina.

domingo, 15 de diciembre de 2019


VIAJE INTERIOR


Coincidiendo con la entrega del Premio Nobel de Literatura el diez de diciembre en Estocolmo a Peter Handke (que comparte con la poeta polaca Olga Tokarczuk tras el escándalo que obligó a la organización a dejarlo desierto el año anterior), Alianza Editorial, que ya se había encargado de editar en España gran parte de la obra del escritor austriaco, publica La ladrona de fruta o Viaje de ida al interior del país, novela que apareció originariamente en alemán en 2017.
Nacido en plena Segunda Guerra Mundial en Griffen (Austria), en el seno de una familia de origen esloveno por parte materna y marcado por las duras condiciones de la posguerra en los países perdedores y por el suicidio de su madre, Handke inicia su andadura como dramaturgo en los años sesenta con piezas vanguardistas que le granjean una merecida fama de autor experimentalista. En 1966 publica su primera novela (Los avispones) y, a partir de ese momento, a la par que crece su prestigio como escritor y como guionista cinematográfico, comienza su pasión por viajar. Trotamundos incansable, ha recorrido a pie multitud de regiones del planeta, con una especial predilección por las tierras españolas, que ha visitado en repetidas ocasiones. Sus impresiones y reflexiones las ha volcado en libros y ensayos, en los que también ha manifestado su compromiso social, una actitud beligerante hacia la política ultraderechista de su país o la defensa del régimen serbio (no exenta de polémica) durante el conflicto bélico en los Balcanes.
La ladrona de fruta es Handke en estado puro y un claro ejemplo de su particular forma de escribir. El reciente Premio Nobel es un autor introspectivo, una rara avis que ha creado una obra con un estilo muy personal, en el que predominan las reflexiones y los aforismos. Si la contemplación de la magdalena en el inicio de Á la recherche du temps perdu lleva al joven Marcel a iniciar un viaje hacia su interior atravesando la región de los recuerdos, la historia narrada en La ladrona de fruta comienza “en uno de aquellos días de pleno verano en que uno anda descalzo por la hierba y por primera vez en el año es picado por una abeja”. La picadura del insecto es, precisamente, el acicate que necesita el narrador para ponerse en movimiento y para fijarse en la ladrona de fruta, Alexia, hija de la protagonista de La pérdida de imagen, una banquera que recorrió unos años antes la Sierra de Gredos. En esta ocasión, Alexia realiza un viaje de tres días por tierras francesas que es, también, una búsqueda madura del verdadero yo al tiempo que Handke fija su mirada crítica y perspicaz en los males que acechan a la Europa actual: el envejecimiento de la población y sus consecuencias, el deterioro del medioambiente, la desestructuración familiar y la pérdida de valores en una sociedad dominada por el culto a la banalidad de lo efímero y lo superficial.

ANATOMÍA SENSIBLE de Andrés Neuman


ODA AL CUERPO HUMANO


El escritor hispano-argentino Andrés Neuman (Buenos aires, 1977) es uno de los autores en lengua española con mayor proyección internacional. A sus cuarenta y dos años, ha recibido prestigiosos premios como el de la Crítica, el Alfaguara o el Hiperión por una prolífica y polifacética obra que incluye traducciones, novela, cuento, poesía, libros de viajes, aforismos y artículos periodísticos.
Su última producción, Anatomía sensible, es difícil de clasificar. Formalmente, podría tratarse de un libro de relatos, cuyos protagonistas son las distintas partes de cuerpo humano, pero una lectura atenta nos permite descubrir que, siempre inquieto, Neuman da una vuelta de tuerca al género para ofrecernos un interesante experimento que se encuentra a medio camino entre la poesía y las reflexiones filosóficas y eróticas. Como se indica en la contraportada del libro, Anatomía sensible “es una celebración del cuerpo en toda su plenitud”, del cuerpo humano real, de carne y hueso, no del idealizado por las revistas y por los gurús de la moda. Neuman se recrea en todas las partes (incluido el aparato genital) con todas sus imperfecciones que son, en realidad, naturales y hermosas. Y lo hace con un lenguaje repleto de imágenes sensuales que, en ocasiones, desborda el cauce de la prosa para adentrarse en el universo de un lirismo cadencioso y hechizante.

viernes, 6 de diciembre de 2019

LA HOGUERA DE LAS VANIDADES

Los hechos son, al parecer, los siguientes: un entrenador de primer orden es contratado para dirigir a la Selección Nacional. Lógicamente, se lleva consigo al cuadro técnico que lo ha acompañado en su carrera. Comienza su labor, pero la repentina y gravísima enfermedad de su hija lo obliga a abandonar su puesto para estar junto a ella en tan duros momentos. Inmediatamente, se hace cargo de la Selección quien ha venido desempeñando, hasta ese momento, el cargo de segundo técnico. Tras el fallecimiento de la niña y después de pasar el período inevitable de duelo, el entrenador se ve con fuerzas para regresar al trabajo.  Es entonces cuando la Federación decide destituir a su sustituto (que, al parecer, no lo estaba haciendo nada mal) y reintegrarlo en el puesto que había dejado unos meses antes. La historia termina con unas desafortunadas declaraciones de ambos entrenadores, que se cruzan reproches, palabras gruesas y donde queda en evidencia la ruptura de una relación de varios años que, hasta ese momento, no solo había sido profesional sino de amistad.
A mí no me atrae especialmente el fútbol y, menos aún, su mundo y todo lo que lo rodea (contratos estratosféricos, el culto a la competitividad malsana y a ganar a toda costa). De hecho, detesto la mitificación de ciertos jugadores y lo que representan (el éxito rápido, la ostentación hortera y obscena del dinero, los comportamientos pueriles) porque son perniciosos ídolos para la juventud actual. Si la historia anterior me ha interesado, si la he seguido en la prensa, ha sido por el interés humano y por la lección moral que encierra porque presenta similitudes con un tipo de relación tóxica que se produce, en no pocas ocasiones, entre una figura que destaca en alguna disciplina y su subalterno.
Cuando un discípulo se acerca a un maestro, suele hacerlo motivado por la sincera admiración que siente hacia él y también por una natural necesidad de encontrar a alguien que lance una carrera que acaba de nacer. No es nadie, no posee influencias ni amistades provechosas y se agarra como un clavo ardiendo a alguien que puede ayudarlo. El maestro, que percibe su valía, lo recibe con una generosidad no exenta de vanidad porque al ser humano le agrada saberse admirado y convertirse en una especie de Pigmalión, que moldea a un inferior a su imagen y semejanza. A veces, aprovecha la ocasión para abusar del pupilo y de su trabajo, con la vana promesa de su ayuda.
Pasa el tiempo y, poco a poco, el discípulo, como alumno aplicado que es, aprende las técnicas y los trucos de su maestro y accede a sus contactos. En cuanto este se percata de que el polluelo vuela solo y de que lo hace con majestuosidad, comienzan las susceptibilidades y el distanciamiento. La ruptura, inevitable y definitiva, se produce cuando el otrora alumno se atreve a competir con su tutor y le disputa las mismas presas. Entonces, este, indignado, reniega de su antiguo discípulo, al que considera un medrador, que se había acercado a él por puro interés. Por su parte, el protegido, ya en la cúspide, minusvalora y desprecia la ayuda pues considera que él está donde está por sus propios méritos.
Hay un clásico del cine que refleja en toda su crudeza lo que acabo de describir: Eva al desnudo de Joseph Mankiewicz, en el que una aspirante a actriz, Eve Farrington, aborda a la estrella Margo Channing para conseguir una oportunidad. A lo largo de la película, Eve se muestra como una persona arribista y sin escrúpulos, capaz de todo para conseguir su sueño. Cuando, por fin, alcanza el éxito, otra joven se le acerca y Eva contempla en sus ojos la misma ambición y osadía que albergaba en su interior cuando era una desconocida.
Por desgracia, son muchos los ejemplos paradigmáticos de esta relación tóxica que jalonan la historia de la Humanidad. Aunque se da en cualquier ámbito de la vida (incluido el científico), es en el mundo de las Artes, por su componente narcisista, donde más abunda. Como ilustración, podría citarse algún caso llamativo, como la particular relación que mantuvo Juan Ramón Jiménez con varios poetas de la llamada Generación del 27. El mecenazgo generoso del escritor onubense se convirtió en un cruce de desplantes y de despropósitos porque la personalidad del Premio Nobel, desmesurada y desmesurante, chocó pronto con unos jóvenes repletos de talento y, también, de soberbia. De esta forma, el maestro amado se convirtió luego en objeto de mofa y de desprecio.
En fin, historias de egolatría, de ambiciones desmedidas, de deslealtad, de traición, que son el combustible necesario para alimentar la hoguera.
La hoguera de las vanidades.

domingo, 24 de noviembre de 2019

EL NIÑO QUE COMÍA LANA de Cristina Sánchez-Andrade


GALICIA PROFUNDA


El tremendismo es una corriente literaria que se cultivó profusamente en los primeros años de la posguerra, caracterizada por un lenguaje crudo que retrata ambientes desagradables y violentos con personajes marginales. La novela paradigmática de este estilo fue La familia de Pascual Duarte, en la que un condenado que está esperando en la celda la hora de su ajusticiamiento por garrote vil cuenta las malaventuras de una vida dominada por la pobreza, la enfermedad y el crimen. Al adentrarnos en los quince relatos que componen El niño que comía lana, la última obra de la escritora gallega Cristina Sánchez-Andrade (Santiago de Compostela, 1968), inevitablemente acude a nuestra mente el recuerdo de la novela de Camilo José Cela y de otros clásicos como Los gozos y las sombras de Torrente Ballester, A esmorga de Eduardo Blanco Amor o Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán, libros, estos últimos, en los que se hace un retrato agrio de la Galicia profunda y de sus males endémicos: el atraso económico, el caciquismo o la emigración.
Cristina Sánchez-Andrade es, sin lugar a dudas, una de las grandes voces femeninas del panorama literario actual. Autora de una decena de novelas y de varios libros de relatos, posee un estilo propio, reconocible en cualquiera de sus escritos y que en El niño que comía lana se manifiesta con rotundidad. A veces, con una crudeza extrema y, a veces, con el ropaje de la sutilidad, nos adentramos en la vida de unos personajes que transitan por los distintos cuentos: en unos son protagonistas y en otros, secundarios o evocaciones del pasado que sirven para dar unidad  y para crear un universo temático que convierte el libro en algo más que un conjunto de relatos porque las historias contadas se interrelacionan, tejen y destejen las distintas tramas, trasvasan los límites del cuento, aparecen y desaparecen.
Siguiendo los postulados tremendistas, por la obra deambulan nobles degenerados, niños envejecidos prematuramente por una vida miserable, seres que actúan movidos por la desesperación más extrema o por patologías mentales, episodios de violencia absurda y gratuita, crueldad y hambre, mucha hambre. Aunque predomina el retrato de la Galicia rural de la primera mitad del siglo XX, algunos relatos están ambientados en la actualidad, lo que otorga vigencia a un modelo que, en principio, pertenece a otra época. Si ya de por sí las historias subyugan por su impacto visual, la plasticidad del lenguaje, en el que predominan las continuas referencias al mundo de los sentidos (Cristina Sánchez-Andrade posee la habilidad de crear poderosas imágenes sobre el olor, el sabor y el tacto que tienen la miseria y la podredumbre), atrapa al lector desde la primera página y lo sumerge en un mundo que repulsa y atrae a partes iguales.

domingo, 27 de octubre de 2019

MANDERLEY EN VENTA Y OTROS CUENTOS de Patricia Esteban Erlés


REGRESO A MANDERLEY


Los tres componentes de todo buen relato breve son un inicio que atrape al lector y lo anime a seguir leyendo, un desarrollo ágil con escasas descripciones, y un final sorprendente y abierto que invite a la reflexión. Estos son, precisamente, los ingredientes fundamentales de Manderley en venta y otros cuentos, la última obra de la escritora maña Patricia Esteban Erlés (Zaragoza, 1973), una de las más reputadas cuentistas españolas de los últimos años (Abierto para fantoches, Azul ruso, Casa de muñecas), autora también de una novela, Las madres negras, Premio Dos Passos en 2017.
Manderley en venta y otros cuentos es, en realidad, una reedición revisada y ampliada con dos relatos más de la obra con la que comenzó su andadura como escritora y con la que fue finalista del Premio Setenil y consiguió el de Narración Breve de la Universidad de Zaragoza en 2007. Publicada en esta ocasión por Páginas de espuma, reúne doce relatos en los que la voz narrativa se alterna entre la tercera omnisciente (Una y otra) y la primera de un hombre (De culos y manzanas) o de una mujer (Habitante). Algunos nos hablan de relaciones perdidas y de desamor (De culos y manzanas, Vania); otros son magníficos ejemplos de terror infantil (Historia de una breve alma en pena, El juego), que recuerdan a El otro, la aclamada novela del actor hollywoodiense Tom Tryon; los hay que erizan los cabellos (Celebración) y los que dejan una sensación desagradable de frío en la nuca (Cantalobos); también encontramos relatos de féminas depredadoras (Una y otra), de asesinas de inspiraciones socráticas (Me puedo hacer verdad) y de perversos machos que coleccionan señoritas de Trevélez arnichianas con pasmosa crueldad (La más bella del baile); y, en fin, hay estupendos cuentos de corte surrealista y onírico (Líenea 40, Ada Neuman). Sea cual sea la temática, todos están escritos con un estilo aparentemente sencillo (que, en algunas ocasiones, invade intencionadamente el territorio del registro coloquial), pespunteado con un sutil hilo de ironía y de humor ácido, marca de la casa, que le permite a la autora elaborar acertadas radiografías de la sociedad actual, poblada de seres superficiales, obsesionados con el culto al cuerpo y la belleza efímera, como las protagonistas de Una y otra, que  “hacen pilates y yoga, que siempre imprime un halo espiritual, una especie de luminosidad facial, un no sé qué que queda murmurando cuando pasan por la calle y los coches pitan y se asoman a sus ventanillas innumerables bustos de hombres, petrificados de puro deseo”. Si a todo esto añadimos las continuas alusiones metaliterarias (Patricia Esteban Erlés es una escritora culta que bebe de fuentes muy diversas), podemos concluir que estamos ante un libro de excelente factura que no dejará indiferente a ningún lector.

DOS AMORES PERDIDOS de Juan Villoro


LLUVIA PURIFICADORA


Bajo el sugerente título de Dos amores perdidos, el escritor mexicano Juan Villoro ―galardonado, entre otros premios, con el Herralde de novela por El testigo en 2004― nos presenta dos relatos que tienen como tema principal la reflexión de sus protagonistas sobre el fracaso de las relaciones amorosas. En el primero, titulado Llamadas de Ámsterdam, Juan Jesús, un pintor frustrado, intenta reconducir un matrimonio que naufragó diez años antes. Al tiempo que se convence de que el pasado ya no volverá, hace balance crítico de su existencia y de la época que le ha tocado vivir: la corrupción política y la cotidianidad de la violencia en México. En Conferencia sobre la lluvia, un bibliotecario improvisa una charla que, en principio, versa sobre libros, pero que pronto se convierte en un recorrido por sus aventuras sentimentales. Como acertadamente señala Villoro en el prólogo de libro (Dos formas de la lluvia), refiriéndose a los contadores de cuentos tradicionales, “las buenas historias concluían antes de que se apagara el fuego; luego, cuando solo unos tiznones brillaban en la oscuridad, los enigmas que se habían narrado alumbraban el sueño de quienes los habían oído”. Y, precisamente, los dos relatos que conforman De amores perdidos, con sus finales abiertos, sugieren, dejan interrogantes que nos invitan a la reflexión melancólica, en la que la lluvia es el agua purificadora que nos libera del peso del fracaso.

domingo, 6 de octubre de 2019

UN PLAN SANGRIENTO de Graeme Macrae Burnet


GÉNESIS DE UN CRIMEN


La demanda insaciable de series de televisión en las plataformas de pago ha puesto de moda el género del true crime, en el que se recrea un crimen verdadero o la vida de un enemigo público (asesino en serie, miembro del hampa o del narcotráfico). Esta moda no es solo cinematográfica: actualmente salen a la luz numerosos libros en los que, a caballo entre la crónica periodística y la fabulación literaria, y siguiendo el modelo de la magnífica A sangre fría de Truman Capote, se investigan los casos más famosos de los anales del crimen. La editorial Impedimenta, que ha publicado este año La poeta y el asesino de Simon Worrall, sobre las andanzas del falsificador mormón Mark Hofmann, nos presenta ahora en Un plan sangriento (subtitulado El caso Roderick Macrae) un falso true crime ambientado en Hielands, las tierras altas de Escocia. En los primeros años de la segunda mitad del siglo XIX, un adolescente se declara culpable del asesinato, aparentemente sin motivos y utilizando altas dosis de violencia y de crueldad, de tres miembros de una misma familia, dos de ellos menores de edad. A partir de los testimonios de diversos testigos, de la confesión del reo, de los informes médicos, de las autopsias y de las crónicas de los periódicos que siguen la evolución del caso (detención, juicio y sentencia), el lector va descubriendo la verdad de los hechos y los motivos que condujeron a Roderick a cometer los homicidios.
Publicada originalmente en inglés en 2015, Un plan sangriento es la segunda novela del escritor escocés Graeme Macrae Burnet (Kilmarnock, 1967), quien con su ópera prima, La desaparición de Adèle Bedeau, recibió el favor del público y de la crítica, lo que le ha llevado a escribir recientemente una secuela: El accidente en la A35.
En aras de la verosimilitud, el protagonista de la novela que ahora nos ocupa lleva el mismo apellido que el autor, quien juega, como hizo Cervantes en la primera parte de El Quijote, a ser el mero transmisor y corrector de un manuscrito que ha caído en sus manos: el relato del asesino, quien lo escribe durante su estancia en la cárcel a petición de su abogado. Acompañan a este relato diversos documentos de distinta naturaleza (periodísticos, jurídicos, médicos, testimonios orales) que conforman las piezas del puzle que el lector debe unir por su cuenta para comprender la historia en su totalidad.
Un plan sangriento es mucho más que la crónica de un crimen que bien pudo haber ocurrido: a lo largo de sus páginas, Graeme Macrae nos invita a conocer la realidad de la Escocia de hace un siglo y medio, el sometimiento de su población al caciquismo medieval, la pervivencia de supersticiones de origen celta, la connivencia de la iglesia presbiteriana con el poder y la presencia de un ancestral patriarcado que ahoga las ilusiones de un muchacho sensible e inteligente.

lunes, 5 de agosto de 2019

EL OTRO de Thomas Tryon

PURA MALDAD



En 1971, la publicación de El otro dio a conocer a un novelista que, hasta ese momento, había sido un actor de cierto renombre. Thomas Tryon (Connecticut, 1926-Los Ángeles, 1991) había aparecido en numerosas películas, entre las que cabe destacar El cardenal de Otto Preminger, en la que interpretaba a su protagonista, el sacerdote Stephen Fermoyle. Pronto su figura como narrador eclipsó la cinematográfica, especialmente por el éxito que cosechó con su primera novela, que recibió el beneplácito unánime de crítica y público. Luego llegarían otros títulos emblemáticos como Harvest Home o Crowned Heads, una colección de relatos en la que aparece Fedora, que sería llevado al cine por Billy Wilder, pero El otro es, sin lugar a dudas, su obra más emblemática. Reeditada en numerosas ocasiones, adaptada por el mismo Tryon para el cine en 1972, bajo la dirección de Robert Mulligan, ahora Impedimenta la publica en castellano con la excelente traducción de Olalla García.
Poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en un pueblo del noroeste de los Estados Unidos, se sucede una serie de extrañas muertes en el seno de los Perry, una familia de granjeros que representa las más rancias esencias de Nueva Inglaterra. Todo parece indicar que en los desgraciados accidentes se encuentran involucrados Holland y Niles Perry, dos hermanos gemelos de doce años que encarnan las dos caras de una misma moneda: Holland muestra comportamientos psicopáticos y una frialdad terrorífica, impropia de alguien de esa edad (en la retina del lector queda para siempre una de las escenas iniciales, en la que se describe cómo el niño ahorca al gato de la vecina y está a punto de perecer al caerse a un pozo seco) mientras que Niles es un muchacho tímido y bondadoso, aunque siente una atracción fatal por su hermano, al que sigue en todas sus trastadas como si fuese su sombra.
A lo largo de sus más de trescientas páginas, el lector asiste estupefacto  (a veces, horrorizado) al desarrollo de una historia que hechiza y espeluzna a partes iguales, atisba cuál será su final y, finalmente, se lleva una sorpresa mayúscula. Porque, si algo define a El otro, es el sabio manejo del suspense y de la intriga (dosificados con la suficiente maestría para que no seamos capaces de soltar la novela, que se devora en unas cuantas horas), del terror psicológico (que alcanza altísimas cotas de perversidad al centrarse en la capacidad de los niños para hacer el mal en su estado más primitivo cuando no existe la barrera moral que impone la educación) y de los cambios de giro en la trama, que nos desorientan. Con justa razón, El otro es considerada por la crítica una obra maestra del terror (el mismísimo Stephen King ha confesado que su lectura lo animó a cultivar este género), que ha dejado su impronta en novelas y en películas posteriores que le han rendido homenaje.




viernes, 2 de agosto de 2019

LATINISMOS


Hace algún tiempo, un profesor que tuve en el instituto y al que aprecio me abordó en plena calle. Algo enfadado, me dijo que no le había gustado nada que hubiera utilizado la palabra “latinajo” ―claramente peyorativa― en lugar de “latinismo”. El término en cuestión aparece en mi primera novela, Un revólver en la maleta. En una de las escenas iniciales del libro, Homero Pérez, estudiante de Filología Clásica, asiste en directo a la muerte de don Nicomedes, catedrático de Latín, que es asesinado al fumarse una pipa de tabaco envenenado con sales de cianuro potásico. El inspector Alejo, encargado del caso, se fija de inmediato en aquel joven despierto y, con la pretensión de llevárselo a su terreno ―finalmente, Homero abandonará los estudios de Letras y se hará policía―, le suelta:
―Vaya, muchacho, no sé si te has dado cuenta de algo. Sí, ya veo que sí. Eres un chico inteligente, pero algo ingenuo. Te has convertido ipso facto, y no creo que tenga que traducirte ese latinajo, en sospechoso pues tenías un motivo y también un medio para matar al catedrático.
Es evidente que mi profesor no entendió que la palabra “latinajo” está utilizada conscientemente por mí, que soy el autor, en una situación y en un contexto concretos, y con una finalidad determinada ―que nunca es el desprecio de la lengua de Horacio, a la que también estimo mucho―, aunque también es cierto que yo tampoco ―allí, en plena calle― intenté justificarme. Sirvan, por tanto, estas palabras como ulterior explicación si mi profesor las lee. Y es que no es ―ni será― la primera vez que alguien no está de acuerdo con lo que uno escribe ―hace poco un relato de Terror en los Pedroches provocó una discusión sobre una calle que parecía callejón y sobre ciertos políticos decimonónicos―, algo que, por otra parte, es lógico y hasta saludable.
Pero regresando a los latinismos, que es el tema central de este artículo, convendría aclarar que se trata de expresiones ―algunas con estructura oracional; otras, simplemente frases o palabras― escritas en latín que se utilizan en las lenguas actuales, con carácter culto, para condensar un saber referido a cualquier disciplina (jurisprudencia, ciencia, arte…). Algunos fueron creados por los romanos y otros se han gestado a lo largo de los siglos al haber sido el latín ―hasta hace bien poco― la lengua vehicular de todas las materias serias. Hoy en día, los sufridos estudiantes de Derecho deben aprender un buen número de latinismos con los que adornar luego sus exposiciones y réplicas en los juicios, pero, para el resto de los mortales, conocerlos y saber usarlos es sinónimo de cultura, de elegancia y de buen gusto ―por ejemplo, queda mucho mejor en una novela policiaca escribir que el cadáver se encontraba decubito supino que bocarriba―, aunque también hay que utilizarlos con mesura para no incurrir en pedantería.
A mí ―quizás por deformación profesional―, los latinismos que más me gustan son los literarios, especialmente, los que hacen referencia a tópicos que están presentes en la literatura de cualquier cultura y época. Algunos gozan de una salud envidiable y sirven para bautizar a bares y cafeterías como carpe diem, que invita a disfrutar del presente porque, inevitablemente, tempus fugit, el tiempo pasa y, con él, llegan la vejez y la muerte. Entonces, nos preguntamos ubi sunt?, qué fue de los poderosos que controlaban la vida de sus humildes súbditos. Como Jorge Manrique en pleno siglo XV (“¿Qué se fizo el rey don Juan? Los infantes de Aragón, ¿qué se fizieron?”), hoy podríamos preguntarnos por aquellos que, hace unos años, regían la política española ―Felipe González, Aznar, Zapatero, Rajoy― o, dentro de unos años, por los que ahora ―Casado, Sánchez, Rivera o Iglesias― se disputan el poder encarnizadamente. La respuesta ha sido, es y será siempre la misma: humo, polvo, sombra, nada (que diría Góngora).
Un latinismo que describe, como ninguna otra expresión, la ancestral tendencia humana a la corrupción, al tráfico de influencias y al amiguismo es do ut des, es decir, te doy para que me des ―te hago este favor, ya sabes, para que me lo devuelvas―, de forma que, si no se tiene nada que ofrecer, no se llegará a ser nada en la vida (bueno, sí, un don nadie).
Decía Obélix, aquel celta obeso ideado por Urdezo y Goscinny, que “están locos estos romanos”, pero ―como los detectives Hernández y Fernández― yo aún diría más: eran sabios estos romanos. 
Con sus latinismos.

domingo, 21 de julio de 2019

LA POETA Y EL ASESINO de Simon Worrall

EL ARTE DEL ENGAÑO


Corre el año 1997. Daniel Lombardo es el responsable de la Biblioteca Jones, en Amherst, ciudad natal de Emily Dickinson, poeta norteamericana del siglo XIX, cuya vida y obra son objeto de atención constante por parte de la crítica anglosajona, que la considera una de las grandes escritoras en lengua inglesa de los últimos ciento cincuenta años. Lombardo se ha enterado de que Sotheby’s, la prestigiosa casa de subastas, va a poner a la venta un poema inédito de Dickinson e, inmediatamente, busca la forma de conseguirlo. Gracias a los donativos de varios mecenas de la ciudad, recauda el dinero suficiente para poder pujar con garantías de éxito. Finalmente, logra hacerse con el manuscrito por una importante cantidad, pero, antes incluso de tenerlo en sus manos, comienzan las dudas sobre su autenticidad. En lugar de pasar página, de ocultar las sospechas, el sentido de la responsabilidad de Lombardo y su vocación detectivesca lo llevan a iniciar una procelosa investigación, llena de dificultades, para rastrear los orígenes del poema hasta que todos los indicios lo conducen a Frank Hofmann (posiblemente el mayor y mejor falsificador de documentos literarios de la historia) y a una verdad aterradora: no solo el manuscrito es falso; además (lo que es aún más grave), probablemente Sotheby’s tenía conocimiento de este hecho cuando lo puso a la venta. 
Así comienza La poeta y el asesino, un true crime (género de no ficción que está cosechando actualmente un gran éxito gracias a las plataformas de televisión de pago) del escritor y periodista inglés Simon Worrall. Como si se tratara de una crónica negra, el autor va desgranando los distintos aspectos de la investigación que incluyen los antecedentes, el crimen en sí y sus consecuencias.  Entre los primeros, se encuentran una despiadada semblanza de Joseph Smith (fundador y primer profeta del mormonismo, a cuya comunidad pertenecía Frank Hofmann), una biografía del falsificador y de los motivos por lo que se convirtió en un asesino en serie, y un retrato de Emily Dickinson y de la época que le tocó vivir. Entre las consecuencias, el reguero de víctimas y damnificados que Hofmann dejó por el camino, el descrédito de profesiones vinculadas con el coleccionismo de libros y manuscritos antiguos (anticuarios, peritos caligráficos y expertos de diversa condición) y la sensación final que tiene Lombardo (y el lector) de que la línea que divide la verdad y la mentira es demasiado tenue y difusa. 
La poeta y el asesino es un libro escrito con sutil ironía y con un estilo ameno y dinámico, que pone el dedo en la llaga al radiografiar las contradicciones de una sociedad que se considera culta y que, al mismo tiempo, se deja convencer con una facilidad pasmosa por cualquier embaucador porque el éxito del todo falsificador radica en la infinita credulidad de la gente y en la avaricia de quienes manejan los hilos, que no tienen reparos ni pudor en ocultar la verdad para enriquecerse.

TRES MUERTOS de Manuel Machuca

A VUELTAS CON LA MEMORIA


Tres muertos es la última obra del escritor hispalense Manuel Machuca (Sevilla, 1963), autor de una interesantísima producción narrativa (que incluye tres libros de relatos y cuatro novelas, una de las cuales, Tres mil viajes al sur, quedó finalista del Premio Ateneo de novela de su ciudad natal) y periodística, por la que ha obtenido el Premio de la Fundación Avenzoar. Dividida en tres partes, la novela narra la historia de una familia andaluza a lo largo de tres generaciones distintas. En la primera, “La mujer del capitán Esmeralda”, es la abuela la que desgrana sus recuerdos mientras su segundo esposo, un comisario de policía apodado el Cabal, está de cuerpo presente. Años más tarde, la primogénita, al enterarse de que ha fallecido su primer novio, entabla un falso diálogo con su marido, que, tras una vida de excesos, se encuentra muy enfermo. Finalmente, en “Hijos del agobio”, es el nieto el que ajusta cuentas con el pasado tras el fallecimiento de su madre, la hija del Cabal, protagonista de la segunda parte. Escrita siguiendo el fluir de los pensamientos de cada personaje, en una especie de monólogo interior, recuerda inevitablemente a Tres horas con Mario de Miguel Delibes porque, al igual que esta, es más que una historia familiar: es una crónica lúcida y mordaz de la España del siglo XX; porque, como en la novela del escritor vallisoletano, se da voz protagonista a la mujer, que se rebela contra una sociedad patriarcal, provinciana, caciquil y clasista, que frustra fatalmente sus ilusiones.

miércoles, 17 de julio de 2019

CONVERSACIONES CON MONTALBANO (yV)

Fazio entra en el despacho del comisario. Su semblante serio lo dice todo.
—Ha muerto Camilleri.
Montalbano se levanta, coge la chaqueta y sale del despacho.
—¿Adónde va, dottore?
—A la trattoria de Enzo. A darle un homenaje.

Que la tierra te sea leve, maestro.

domingo, 14 de julio de 2019

HÚMEDO AGOSTO de Prudencio Salces

INMERSIÓN EN LOS RECUERDOS



Una mujer alquila una cabaña en un idílico paraje de Cantabria para pasar el verano lejos del sur, su tierra de origen. Allí, sin más compañía que su primo Juanito ‒un hombre algo pusilánime y simple, que, al igual que ella, se ha quedado viudo‒, da largos paseos hasta el pueblo más cercano, traba amistad con algunos vecinos, escribe una autobiografía fingida del poeta Miguel Hernández ‒que habría sobrevivido a la tuberculosis y a la cárcel‒ y envía cartas a una amiga, a través de las cuales desgrana los recuerdos de su esposo, que falleció víctima del cáncer, y de su madre, cuya vida es un retrato en sepia de la posguerra: la infancia y juventud en un pueblo andaluz ‒la ficticia y mítica Talbania‒, la pervivencia del primer amor ‒un muchacho que falleció a causa de una paliza por reclamar libertad en los estertores del Franquismo‒ y el descubrimiento de la sexualidad y sus consecuencias con el que luego sería su esposo y padre de la protagonista. Húmedo agosto, la última obra del escritor cordobés Prudencio Salces (Montalbán, 1951), es más que una novela al uso; es un hermoso análisis introspectivo del alma humana y de sus anhelos más íntimos: la soledad, el amor, la amistad, el inevitable paso del tiempo, la nostalgia por lo perdido y el descubrimiento de la pasión en el lugar más insospechado.

jueves, 4 de julio de 2019

CONVERSACIONES CON MONTALBANO (IV)

—Salvo, ¿cómo debe empezar una buena novela negra?
—Con el parte meteorológico del día.
—¿No debería hacerlo con una frase del tipo: "Me cago en tus muertos, cabrón, vas a morir"?
—¡Qué horror!

domingo, 30 de junio de 2019

CONVERSACIONES CON MONTALBANO (III)

—Salvo, ¿qué no merece la pena en esta vida?
—Odiar, la envidia... y un escalope de ternera a la milanesa.

lunes, 24 de junio de 2019

SÁNCHEZ de Esther García Llovet


MADRID NOCTURNO


Tras el éxito de Cómo dejar de escribir (2017), la escritora andaluza Esther García Llovet (Málaga, 1963) acaba de publicar Sánchez, la segunda entrega de la Trilogía instantánea de Madrid. Nikki, una joven que estudió Filología y regentó un bar de copas, pero que ahora navega a la deriva sobreviviendo con lo que le sale, busca desesperadamente a Cromwell, un galgo purasangre, con el que pretende montar una carrera ilegal y obtener un pingüe botín. Pero antes debe localizar a Sánchez, un antiguo novio que es un auténtico gafe, y a Bertrán, un muchacho de familia acaudalada que ha sido el último dueño del perro. 
Escrita con un estilo muy marcado, personal y desenfadado, Sánchez es una novela breve que se lee en un suspiro y que sabe a poco. De la mano de unos personajes estrafalarios y dotados de una personalidad arrolladora, el lector recorre un Madrid nocturno, de timbas ilegales, de gasolineras solitarias, de gente que trafica con anabolizantes, de absurdas performances organizadas por artistas estafadores, de buscavidas que se ganan el sustento diario dando palos a la gente con timos tan burdos y seguros como el trile, de niños pijos que no pueden dormir porque encadenan una fiesta tras otra. Es un Madrid magnético, tan real como ficticio, en el que se moverían como si estuvieran en casa muchos de los personajes de Juan Madrid o Bellón, el matón de las novelas de Julián Ibáñez.

martes, 18 de junio de 2019

sábado, 8 de junio de 2019

TERROR EN LOS PEDROCHES



Cuando concebí la idea de escribir un nuevo libro de relatos, tuve claro que se sustentaría sobre tres pilares fundamentales, que actuarían como elementos vertebradores del resto (personajes, argumentos, técnicas narrativas empleadas). Estos son el terror, los Pedroches y el humor.
    El terror es un sentimiento humano pavoroso, por el que, sin embargo, sentimos una atracción morbosa, de ahí que tanto la literatura, desde hace siglos, como ahora el cine lo cultiven con profusión y denuedo hasta el punto de que se ha convertido en uno de los géneros con mayor éxito. Tenemos que reconocerlo: nos gusta sentir escalofríos mientras leemos una historia de miedo confortablemente sentados en una butaca o mientras comemos palomitas en la oscuridad de la sala del cine. ¿Quién, siendo un niño, no ha desoído la prohibición de sus progenitores y, amparado y agazapado en la oscuridad del pasillo, no ha visto una película de miedo, de pie y en pijama, a través de la puerta entreabierta del salón para regresar a la seguridad de la cama, muerto de miedo y aterido de frío, a las tantas de la madrugada? Luego, cuando entramos en la adolescencia, solemos acudir en pandilla al cine para ver películas de terror hechas ex profeso para tal edad. Entre mis recuerdos de aquella época, estarán siempre presentes filmes tan emblemáticos como El resplandor de Stanley Kubrick sobre la novela homónima de Stephen King, Tiburón, Carrie, El diablo sobre ruedas, Aquella casa al otro lado del cementerio, El octavo pasajero o Asalto a la comisaría del distrito 13.
    El género del terror al que rindo homenaje y que aparece en los relatos es el que leí y vi en mi infancia y en mi adolescencia: libros como las Leyendas de Bécquer, las novelas Drácula de Bram Stoker, Frankenstein de Mary Shelley, Doctor Jekyll y Mister Hyde de Louis Stevenson; películas en blanco y negro, muchas de ellas mudas, como Nosferatu, el vampiro de Murneau, El gabienete del doctor Caligari de Wiene, M, el vampiro de Dusseldorf de Fritz Lang, El clavo de Rafael Gil, El bosque del lobo de Pedro Olea, La noche del cazador de Charles Laugthon, La noche de los muertos vivientes  de George A. Romero, las películas góticas de Hammer Productions protagonizadas por los inefables Christopher Lee y Peter Cushing, y la serie Mis terrores favoritos del inolvidable Chicho Ibáñez Serrador. Ahora bien, que rinda homenaje y que haga pequeños guiños al género no significa que siga, punto por punto, sus cánones. Para bien o para mal, tengo una voz propia y un estilo definido. Solo es cuestión de realizar una lectura atenta al libro para darse cuenta de que es así.
    Con Terror en los Pedroches, he pretendido contribuir humildemente al conocimiento de la comarca en Córdoba y, con mucha suerte, lejos de la provincia. Ojalá fuera yo como mis venerados Leonardo Sciascia y Andrea Camilleri, que han colocado su Sicilia natal  (su gastronomía, sus costumbres, su paisaje, sus monumentos) en el mapa cuando antes solo era conocida por ser la cuna de don Vito Corleone, el padrino cinematográfico de la Cosa Nostra. Con este libro (y con Misterio en los Pedroches y con algún otro que está por venir), pongo mi granito de arena para que esta tierra sea un espacio literario y mítico, idóneo, por su secular aislamiento, para situar historias de todo tipo y condición, incluidas las de terror.
    No pretendo, en esta obra, ahondar en el concepto de ruralidad, que tan de moda está hoy en día. Es cierto que el lector encontrará relatos protagonizados por un pastor o por una pareja que vive en un cortijo, pero yo busco con estos cuentos que los Pedroches sean mucho más que un mero espacio rural, que tengan su propia personalidad, que sean un lugar único e irrepetible. Por eso, decidí que fueran diecinueve los relatos que componen el libro (uno por cada pueblo y aldea de nuestra comarca); por eso, cada cuento tiene su idiosincrasia y recorre distintas épocas (desde comienzos del siglo XIX hasta la actualidad); por eso, los personajes que aparecen en las historias pertenecen a espectros sociales diferentes y a oficios diversos (un cosero, un pastor, un hortelano, un barbero, un usurero o un capitán de dragones del ejército napoleónico).
    Finalmente, el humor. El humor es un género que, por desgracia, no tiene mucha tradición en nuestra piel de toro. Por lo general, somos un pueblo que se ríe poco y, menos aún, de sí mismo. Deberíamos tomar nota de la cultura anglosajona, que cuenta con una larga tradición en el arte del humor cáustico, hasta el punto de que este es conocido como inglés o británico. El humor es un componente que antes no aparecía en mi narrativa, pero que me interesa cada vez más. Se manifiesta, de forma rotunda y protagonista, en una novela que acabo de escribir sobre un asesino patoso y está muy presente en Terror en los Pedroches. Lógicamente, al estar relacionado con el terror, es necesariamente un humor deformado y deformante: unas veces, esperpéntico; otras, macabro. Un humor que pretender arrancar siempre una sonrisa cómplice al lector.

lunes, 27 de mayo de 2019

LOS FALSOS DÍAS de Jesús Cárdenas


LO QUE LA REALIDAD ESCONDE


En su último poemario, Los falsos días, el poeta hispalense Jesús Cárdenas (Alcalá de Guadaira, 1973) nos invita a un apasionante viaje por la experiencia de lo cotidiano. Este viaje, como él mismo nos advierte, no es superficial ni frívolo porque de él “ningún alma sale indemne, ningún cuerpo pensado sin rasgar”. Este periplo vital está repleto de peligros (Darkness) que nos acechan al doblar la esquina, de vacíos, de soledades y de rutina, en los que ya se atisban las primeras manifestaciones de decadencia y de ruina, que se combaten buscando, en las noches de tormenta, un relámpago que ilumine la existencia. En el pasar de estos falsos días, hay tiempo para el amor y para el desamor, para lo inefable, para la separación forzada (y forzosa) y para el reencuentro, para la negación más nihilista y para la esperanza de una vida que comienza, para lo misterioso y para lo cotidiano, para el cambio de rumbo y para el eterno retorno, para las miserias y para la desprendida generosidad, para lo prosaico y para el arte: la pintura, el cine, la poesía… Sobre todo, la poesía, que se convierte en la tabla de salvación para el náufrago porque “puede estremecer nuestros pequeños corazones, aprisionar la garganta del agua y detener el vuelo de las palomas”, porque es verdad, una verdad que se nos revela, susurrándonos, “con hurtos perspicaces”.

sábado, 11 de mayo de 2019

EL ARTE DE LLEVAR GABARDINA de Sergi Pàmies

EL ARTE DE LA ELEGANCIA


El escritor y periodista Sergi Pàmies (nacido en París en 1960, donde sus padres vivían exiliados) es un intelectual lúcido e independiente, rara avis en el panorama cultural catalán, otrora uno de los más fecundos y avanzados de las letras hispanas, y hoy dolorosamente dividido y radicalizado por la cuestión independentista. Autor de una vasta producción, galardonada con innumerables premios, en la que destaca especialmente el género narrativo corto, ha publicado recientemente (primero, en catalán, y luego, traducida al castellano y editada por Anagrama) El arte de llevar gabardina, una colección de trece relatos (o doce más un bonus track para evitar supersticiones) de marcado carácter autobiográfico, en los que realidad y ficción se confunden y se aderezan con unos toques de distanciada ironía y de elegante humor. Las relaciones paternofiliales, el oficio de escritor, los recuerdos de una infancia marcada por la militancia antifranquista de sus padres (ella, Teresa Pàmies, una de las mejores escritoras en lengua catalana del siglo XX; él, Gregorio López, dirigente histórico del PSUC), el trauma de la separación conyugal, la rememoración de la vida en pareja, los achaques físicos y las obsesiones hipocondríacas son los temas recurrentes de un autor que, tal vez, no domina el arte de llevar gabardina como Humphrey Bogart o como Alain Delon, pero sí posee la elegancia en la escritura y la sana capacidad de reírse de sí mismo.

domingo, 28 de abril de 2019

SHOLOMBRA de Juan Bosco Castilla


UN FUTURO APOCALÍPTICO


Situar la historia en unas coordenadas espaciotemporales inexistentes en las que todo es idílico (utopía) o, por el contrario, en las que la sociedad humana está en decadencia (distopía)es un recurso que ha sido utilizado profusamente a lo largo de los siglos. Las motivaciones son variadas. A veces, se trata de denunciar los males que afectan a una comunidad o a un país concretos porque el autor no disfruta de la suficiente libertad para hacerlo abiertamente. Es el caso de Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift o de Los estados e imperios de la Luna de Cyrano de Bergerac. En otras ocasiones, aunque pertenece a un estado democrático que respeta las libertades de creación y de expresión, el novelista prefiere elaborar una compleja alegoría repleta de paralelismos y de metáforas―, renombrar las cosas, idear un sistema político y una forma de organizar la sociedad diferentes, consciente del atractivo que supone para el lector trasladarse a un mundo que parece tan distinto, pero que, en el fondo, es muy semejante al que le ha tocado vivir, al tiempo que lo invita a reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. La permanencia en la retina y en la memoria del lector y en las del espectador en las ulteriores adaptaciones cinematográficas de Un mundo feliz de Aldous Huxley, de La naranja mecánica de Stanley Kubrick, de 1984 de George Orwell o de El planeta de los simios de Pierre Boulle radica, precisamente, en que sus autores decidieron situar sus novelas en apocalípticas sociedades distópicas. Consciente de esta trascendencia, el escritor cordobés Juan Bosco Castilla (Pozoblanco, 1959) ha creado, a lo largo de varios y fecundos años, una magna obra, la trilogía Occidente, cuyo primer volumen es Sholombra. En una sociedad en inexorable declive, en un “cementerio de muertos vivos que no se atreven a salir de sus tumbas”, dominada por la verdad absoluta que ha devenido en un estado corrupto y totalitario, que ha convertido a los humanos en seres timoratos, planos y rutinarios, aparece un personaje que, marcado por una dura infancia, se siente como una nota discordante cuando descubre el poder del crimen como medio para conseguir sus fines. Al tiempo que sufre en sus carnes el poder terrible del amor, inicia una desesperada huida de la ciudad, donde sus habitantes, víctimas de la violencia y sometidos por las mafias, “caminan por las avenidas esperando que los rescate la nada, como los autómatas, como almas en pena”.
Sholombra es la novela de un autor en plena madurez, dotado de una capacidad innata para narrar y de una imaginación desbordante, que escribe por el placer de fabular historias que debería ser el verdadero objetivo de todo buen escritor, de dar vida a los personajes que anidan en su imaginación y de materializar su particular visión del mundo.

BONDRÉE de Andrée A, Michaud

LO QUE OCULTA EL BOSQUE



Bondrée es un lago de aguas heladas y cristalinas, situado en la frontera canadiense con Estados Unidos y rodeado de un bosque en el que habitan, en la más absoluta libertad, alces, osos y zorros. A excepción de algún trampero solitario como Pierre Landry, el ser humano jamás ha hollado estas tierras hermosas y salvajes. Sin embargo, en la década de los sesenta del pasado siglo todo cambia: varias familias, procedentes en su mayoría de Québec, compran parcelas en las orillas del lago, levantan cabañas y pasan las vacaciones de verano lejos del bullicio de la ciudad, atraídas por el paisaje majestuoso y sereno de Bondrée. Allí sus hijos corretean con total libertad por los senderos buscando ranas o chapuzándose en sus profundas aguas. De pronto, el idílico mundo se derrumba cuando una joven desaparece misteriosamente. Unos días más tarde, la encuentran atrapada en un viejo y herrumbroso cepo para osos. Todos piensan que ha sido un fatal accidente, pero cuando su amiga Sissy aparece muerta en las mismas circunstancias, tienen la certeza de que un miembro de la comunidad de veraneantes es un asesino.
La canadiense Andrée A. Michaud (Saint-Sébastien, 1957) ha escrito con su décima novela un thriller impecable, que sigue, punto por punto, sus esquemas y en el que destaca una ambientación poética y sobrecogedora, que recuerda a la de otros clásicos del género como El silencio de los corderos de Thomas Harris.

domingo, 14 de abril de 2019

EL ÚLTIMO BARCO de Domingo Villar

BIENVENIDO, INSPECTOR LEO CALDAS


Conla publicación, en 2006, de Ojos de agua, irrumpe en el panorama literario español una figura de primer orden: Domingo Villar. El escritor gallego (Vigo, 1970) gana con su primera novela premios tan prestigiosos como el Sintagma o el Novelpol. Inmediatamente, se suceden las traducciones a los idiomas más importantes y comienza a ser conocido en Europa. Su consagración definitiva como uno de los grandes cultivadores de novela negra llega en 2009 con La playa de los ahogados, llevada al cine, seis años después, por Gerardo Herrero y protagonizada por Carmelo Gómez y Antonio Garrido en los papeles protagonistas. Han tenido que pasar diez años para que vea la luz su tercera y ansiada obra: El último barco, publicada nuevamente por Siruela.
La novela inicia su andadura con la desaparición de una mujer de treinta y tres años. Todo parece indicar que se trata de una huida voluntaria que no requiere una investigación policial, pero el padre de la joven, el doctor Víctor Andrade, un prestigioso cirujano que operó de urgencia a la esposa del comisario Soto y le salvó la vida, ejerce sobre este el suficiente predicamento como para obligarlo a darle prioridad al caso. Soto, agobiado por la deuda contraída con el cardiólogo, le encarga la investigación al inspector Leo Caldas, que comienza, con la profesionalidad y con la paciencia que lo caracterizan, a indagar en las causas que pudieron llevar a la joven a desaparecer misteriosamente. La búsqueda de su rastro lo llevará a visitar la Escuela de Artes y Oficios de Vigo y a trasladarse a Moaña y a Tirán, pequeñas poblaciones situadas en la otra margen de la ría, donde había situado su domicilio la hija del doctor, huyendo de un pasado tormentoso. Pronto surgen las primeras dificultades y los puntos oscuros que alumbran la posibilidad de que la desaparición de Mónica Andrade, que es como se llama la joven, quizás no fue tan voluntaria como Caldas presuponía en un principio. Al tiempo que la investigación avanza, siempre bajo la atenta mirada del comisario y las presiones del todopoderoso cirujano, aparecen varios sospechosos y escollos sin cuento que dirigen las pesquisas hacia callejones sin salida mientras nuevos sucesos abren una línea de investigación inesperada. Tras setecientas páginas de lectura absorbente, de jugar con el lector al gato y al ratón, de una trama que se asemeja a las callejas estrechas y laberínticas de Moaña, el inspector hallará la solución de un caso extraño que pondrá en riesgo su propia vida y la de seres queridos, y a prueba su competencia profesional.
Sin duda alguna, uno de los puntos fuertes de la narrativa de Domingo Villar es la construcción de personajes y El último barco no es ninguna excepción. De entre todos ellos, brilla con luz propia Leo Caldas, protagonista de sus anteriores novelas. El inspector es un hombre atípico en el actual panorama del género negro. Es cierto que arrastra el trauma de un divorcio reciente, del que no se ha recuperado (los recuerdos de su exesposa van y vienen continuamente, aunque en esta ocasión iniciará una nueva relación que le aportará algo de ilusión y romperá la monotonía de su vida), pero no intenta remediarlo con un carácter agrio, con el trato despectivo a sus subordinados o refugiándose en la bebida, como suele ser habitual en la narrativa anglosajona. Caldas es un hombre tranquilo y escéptico, amante de la buena mesa y del albariño (sin llegar al sibaritismo de Pepe Carvalho), fumador empedernido y concienzudo detective como el comisario Maigret, y avispado sabueso que se deja llevar por su intuición como el comisario Montalbano. Su contrapunto cómico y necesario (como Sancho Panza lo era de don Quijote, como el doctor Watson lo era de Sherlock Holmes, como el capitán Hastings lo era de Hercule Poirot) es el agente Rafael Estévez, un aragonés grande y rudo, con unos modales y unos comportamientos no muy ortodoxos, y con una relación conflictiva con los perros, que resulta un amigo fiel que sacará de apuros a Caldas en los momentos más delicados o cuando está en juego su vida. Los acompañan unos secundarios bien perfilados y solventes: el voluble comisario Soto; Santiago Losada, un locutor de radio fatuo y engreído; los eficientes agentes Ferro y Clara Barcia o su padre, propietario de una pequeña bodega de vino como el progenitor de Salvo Mantalbano, que actúa de consejero en la sombra. Además, en esta última entrega hay personajes de la grandeza de Napoleón, un mendigo que imparte lecciones magistrales de latín, y varios profesores de la Escuela de Artes y Oficios, personas reales que hacen un cameo como sospechosos para otorgar mayor verosimilitud a la trama.
Otros de los atractivos del autor vigués es la incorporación a su narrativa de una atmósfera única y fácilmente reconocible, que tiene mucho que ver con su patria de origen. Las novelas de Domingo Villar rezuman Galicia por todas y cada una de sus páginas: la pertinaz lluvia, las bateas de mejillones, los berberechos con y sin limón, los platos de pulpo, el albariño, el vapor que cruza la ría, las supersticiones, los curanderos, el olor inconfundible del mar, los paseos por las calles solitarias, el recelo y las respuestas ambiguas conforman un universo que trasciende lo meramente geográfico y cultural para convertirse en mítico. A ello contribuye la preocupación del autor por la descripción de oficios tradicionales que han formado parte de la cultura gallega y que se encuentran, irremediablemente, en vías de extinción. Si en La playa de los ahogados era la pesca artesanal, en El último barco hay un hermoso canto del cisne al alfarero y al lutier, el constructor de instrumentos tradicionales como la gaita o la zanfona. Porque la mirada de Domingo Villar, como la de Leo Caldas, está empañada de nostalgia, de morriña por una hermosa Galicia que agoniza.


Una novela largamente esperada

Tras el indiscutible éxito de La playa de los ahogados, los lectores esperábamos con avidez una nueva entrega del inspector Leo Caldas y de su segundo, el agente Rafael Estévez. Esta pareció llegar en 2013. Se titulaba Cruces de piedra, pero nunca consiguió materializarse en un libro. A partir de ese momento, comenzó a pasar el tiempo y, con él, aparecieron los más diversos rumores sobre el autor y sobre su obra fantasma. Mientras tanto, Domingo Villar seguía a lo suyo: escribir, reescribir, corregir una y otra vez, traducir al gallego una extensa novela repleta de personajes, de historias que se bifurcan y convergen, de giros, de vueltas de tuerca, de pequeños matices que, como los engranajes de un reloj, deben encajar a la perfección para atrapar al lector durante setecientas páginas y para llevarlo hasta un final sorprendente e impactante. Por fin, en marzo de 2019, ha visto la luz con un sugerente título: El último barco. A tenor de los resultados, la larga espera ha merecido la pena.