GALICIA PROFUNDA
El
tremendismo es una corriente literaria que se cultivó profusamente en los
primeros años de la posguerra, caracterizada por un lenguaje crudo que retrata
ambientes desagradables y violentos con personajes marginales. La novela
paradigmática de este estilo fue La
familia de Pascual Duarte, en la que un condenado que está esperando en la
celda la hora de su ajusticiamiento por garrote vil cuenta las malaventuras de
una vida dominada por la pobreza, la enfermedad y el crimen. Al adentrarnos en
los quince relatos que componen El niño
que comía lana, la última obra de la escritora gallega Cristina
Sánchez-Andrade (Santiago de Compostela, 1968), inevitablemente acude a nuestra
mente el recuerdo de la novela de Camilo José Cela y de otros clásicos como Los gozos y las sombras de Torrente
Ballester, A esmorga de Eduardo
Blanco Amor o Los pazos de Ulloa de
Emilia Pardo Bazán, libros, estos últimos, en los que se hace un retrato agrio
de la Galicia profunda y de sus males endémicos: el atraso económico, el
caciquismo o la emigración.
Cristina
Sánchez-Andrade es, sin lugar a dudas, una de las grandes voces femeninas del
panorama literario actual. Autora de una decena de novelas y de varios libros
de relatos, posee un estilo propio, reconocible en cualquiera de sus escritos y
que en El niño que comía lana se
manifiesta con rotundidad. A veces, con una crudeza extrema y, a veces, con el
ropaje de la sutilidad, nos adentramos en la vida de unos personajes que
transitan por los distintos cuentos: en unos son protagonistas y en otros,
secundarios o evocaciones del pasado que sirven para dar unidad y para crear un universo temático que
convierte el libro en algo más que un conjunto de relatos porque las historias
contadas se interrelacionan, tejen y destejen las distintas tramas, trasvasan
los límites del cuento, aparecen y desaparecen.
Siguiendo
los postulados tremendistas, por la obra deambulan nobles degenerados, niños
envejecidos prematuramente por una vida miserable, seres que actúan movidos por
la desesperación más extrema o por patologías mentales, episodios de violencia
absurda y gratuita, crueldad y hambre, mucha hambre. Aunque predomina el
retrato de la Galicia rural de la primera mitad del siglo XX, algunos relatos
están ambientados en la actualidad, lo que otorga vigencia a un modelo que, en
principio, pertenece a otra época. Si ya de por sí las historias subyugan por
su impacto visual, la plasticidad del lenguaje, en el que predominan las
continuas referencias al mundo de los sentidos (Cristina Sánchez-Andrade posee
la habilidad de crear poderosas imágenes sobre el olor, el sabor y el tacto que
tienen la miseria y la podredumbre), atrapa al lector desde la primera página y
lo sumerge en un mundo que repulsa y atrae a partes iguales.
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