Félix Ángel Moreno Ruiz

lunes, 19 de marzo de 2018

MIS ESCRITORES DE GÉNERO POLICÍACO PREFERIDOS (II)


Siempre me ha interesado la novela negra mediterránea en general y la italiana en particular, quizás por una cuestión de cercanía, de identificación con su cultura, su gastronomía o su forma de entender la vida. De ahí que procuro estar al tanto de las últimas publicaciones del griego Petros Markaris o de los nuevos valores como el romano Antonio Manzini o el parmesano Carlo Lucarelli. Pero hay dos autores a los que profeso gran devoción porque me han permitido disfrutar de numerosas horas de lectura entretenida o me han hecho reflexionar sobre la condición humana.
El siciliano Andrea Camilleri (Porto Empedocle, 1925) es el creador del ya universalmente famoso comisario Montalbano. En principio, solo iba a publicar dos novelas (La forma del agua y El perro de terracota); sin embargo, decidió continuar la serie cuando el favor del público le obligó a dar vida de nuevo a un personaje que, desde entonces, lleva protagonizadas más de veinte novelas y unos cuantos  libros de relatos. ¿Cuáles son las claves de este rotundo éxito? En primer lugar, cabe destacar unos personajes que se convierten en cercanos y entrañables a base de repetir sus rasgos característicos: Salvatore Montalbano, un policía íntegro, irónico y descreído, amante de la buena mesa y de la mejor literatura, y algo reacio a acatar órdenes; su novia Lidia, una mujer inteligente y apasionada; el inepto y voluntarioso Catarella, con sus equívocos lingüísticos y sus golpes en las puertas; el eficiente Fazio, cuyo único defecto es la manía malsana de escribir largos informes que parecen sacados de un registro civil; el subcomisario Augello, paradigma del italiano mujeriego, vividor y narcisista; el doctor Pasquano, forense perspicaz y siempre malhumorado. Todos ellos y muchos más (Galluzzo, Nicolo Zito, Jacomuzzi, Bonetti Alderighi, Ingrid) conforman una pléyade de personajes fácilmente reconocibles por el lector desde que abre la primera página de cualquiera de las novelas de la serie. Esto ocurre también con situaciones que, siempre presentes, ayudan a crear un universo camilleriano único e inconfundible: el comienzo de la novela con el despertar del comisario y el parte del tiempo de esa mañana, los melancólicos paseos por la playa de Marinella, los solitarios baños en el mar, las pantagruélicas comidas (siempre de pescado y de pasta, nunca de carne) en la trattoria y el posterior paseo por el puerto para hacer la digestión mientras Montalbano reflexiona sobre el caso que tiene entre manos, las peleas telefónicas con Lidia, los tirones de oreja del jefe…. Si a esto añadimos una forma de narrar sobria y efectiva, inspirada en los libros que Georges Simenon escribió sobre el comisario Maigret (al que Camilleri adaptó para una serie cuando trabajaba en la RAI), unas historias bien estructuradas, unas tramas y una ambientación realistas y cercanas, entonces comprenderemos tan merecido éxito y por qué el nonagenario escritor es considerado, con justicia, uno de los más grandes creadores de novela negra de todos los tiempos.
Nacida en Estados Unidos, pero de origen italiano y afincada en Venecia desde hace muchos años, Donna Leon es una de las escritoras a la que recurro cuando deseo leer una historia sencilla, solvente y bien escrita. Tengo que reconocer que sus novelas no destacan, precisamente, por una trama policíaca compleja ni por una gran cantidad de sospechosos (de hecho, los finales no suelen ser especialmente sorprendentes), pero Guido Brunetti, el comisario protagonista de gran parte de su narrativa, representa el paradigma de persona tranquila y buena: siempre respetuoso con sus semejantes, poseedor de una fina ironía (que le permite la convivencia con su jefe, el inepto y arribista vicequestore Patta), buen padre, fiel amigo y mejor compañero, observa la realidad que le rodea con el distanciamiento propio de un hombre culto e inteligente. Desde luego, es un policía atípico en el panorama literario del género negro, donde abundan los sabuesos desquiciados, alcohólicos, enfrentados con el mundo y con ellos mismos, que arrastran numerosos traumas y problemas personales. Por el contrario, a través de los ojos de Brunetti vivimos el día a día de un policía corriente, que va dando un paseo o coge el vaporetto para ir a la comisaria (como haría cualquier veneciano), que soporta con estoicismo el acqua alta, la desidia y corrupción de los gobernantes municipales o la invasión de turistas que convierten la ciudad de los canales en un espacio inhabitable. Luego, cuando regresa a casa, comenta con su esposa Paola los casos que investiga o las goteras que le han salido al techo, dialoga con paciencia con sus hijos adolescentes Raffi y Chiara, almuerza en familia (la sempiterna pasta en todas sus formas) o se toma una copita de grappa mientras lee la Eneida de Virgilio.

LOS TERNEROS de Rodrigo Blanco Calderón


EL VALOR DEL SACRIFICIO


El escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981) es uno de los más reputados autores de relatos del nuevo panorama literario hispanoamericano. Tras publicar tres libros que obtuvieron el favor de la crítica especializada y del público, y después del paréntesis que supuso su primera novela (The Night), ha vuelto al género del cuento con su última obra, Los terneros, publicada por la editorial madrileña Páginas de espuma.
Conforman el libro siete relatos de desigual extensión, pero con varios nexos en común que les otorgan unidad: un lenguaje limpio, fácilmente comprensible, pero que no desdeña las imágenes de gran calado simbólico (“No tienes idea del terror que se acumula en los ojos del ganado cuando sabe que van a matarlo. Es ese miedo, ese pavor que es como un linaje oculto, lo que hace de ellos unos animales mansos” dice el protagonista de Los corderos, el último relato que da título al libro, refiriéndose metafóricamente a los jóvenes estudiantes que son torturados por las fuerzas paramilitares chavistas); la construcción de los personajes (uno de los grandes aciertos de Rodrigo Blanco en este libro), especialmente de aquellos a los que dota de una personalidad estrafalaria y sumamente atractiva como Petrarca (un Lázaro mexicano que sirve de guía a Juan, su Tiresias particular), Bogdan (un rumano cincuentón que vive en París y que practica el francés confesándose con los curas en las iglesias porque los habitantes de la ciudad están demasiado ocupados para entablar una conversación), Antonio (un estudiante de porte quijotesco que enloquece leyendo la obra inmortal de Cervantes) o Thomas Hertrich (un controvertido artista de origen alemán, famoso porque en sus esculturas aparecen animales sacrificados); por último, la presencia abrumadora de la Literatura, que se manifiesta en continuas referencias a obras y a autores clásicos (Cancionero de Petrarca, Dante, Garcilaso de la Vega, Saint-Exupéry, El coloquio de los perros o El Quijote de Cervantes) y en numerosos juegos metaliterarios.
Los terneros es un libro valiente, que no evita un tema espinoso como es la situación política de Venezuela. Algunos relatos están situados cronológicamente en la etapa final del gobierno de Hugo Chávez, cuando se crea un escenario de gran inestabilidad y, al mismo tiempo, de esperanza. El retrato de aquella época no puede ser más desolador y terrorífico: las persecuciones de los grupos paramilitares o de la policía secreta, las detenciones ilegales, las torturas y vejaciones, las desapariciones forzadas… En Los hijos de la niebla (probablemente el relato más logrado), el autor va más allá y reflexiona sobre el mal endémico de su país, que ha azotado a todos los gobiernos desde la segunda mitad del siglo XX: la intromisión del Ejército en la vida política que hace muy difícil la existencia de un gobierno democrático y que convierte en inútiles los actos valerosos de sacrificio.