Félix Ángel Moreno Ruiz

sábado, 26 de enero de 2019

PETIT PARIS de Justo Navarro

EL REGRESO DEL COMISARIO POLO


La Segunda Guerra Mundial, el conflicto bélico más grave e importante del siglo XX, ha sido fuente inagotable de películas y de novelas. Si, tradicionalmente, los autores fijaban su atención en la biografía de los grandes héroes y villanos, en las batallas y en las acciones de sabotaje, en los últimos tiempos se han dedicado a radiografiar el día a día de la población civil en la retaguardia, el drama de las víctimas del Holocausto en los campos de exterminio o la labor que llevaron a cabo los espías de las distintas potencias en los países ocupados y en los aparentemente neutrales. Así, París, Madrid, Lisboa o Gibraltar se han convertido en los espacios preferidos para ambientar novelas que narran las hazañas y las miserias de agentes dobles que pasaban información al Reino Unido y a Alemania o la precaria existencia de aquellos que esperaban un pasaporte falso para poder escapar del horror de la guerra.
Precisamente, en la capital francesa, en la primavera de 1943, se sitúa la acción de Petit Paris, la última novela de Justo Navarro (Granada, 1953), uno de los escritores andaluces más laureados de los últimos años, autor de una obra coherente, con un estilo propio y bien definido. El protagonista es el comisario Polo (que ya había aparecido en una novela negra anterior, Gran Granada), un policía que se traslada desde Granada, donde ejerce su labor, hasta París después de que Salas, un industrial y jerarca falangista de la ciudad andaluza, el encargue la difícil tarea de localizar a un viejo amigo común, Paolo Corpi, y de recuperar varios kilos de oro que este se llevó en su huida a Francia. El comisario, que tiene sus propios motivos para realizar el viaje (Corpi le robó una pistola de su colección particular) descubre que, tras cambiar de nombre (se hacía llamar Matthias Bohle), Paolo se dedicaba al comercio de obras de arte y que, en apariencia, se ha suicidado arrojándose a las vías del tren. Dejándose llevar por su instinto de sabueso, Polo inicia una farragosa y difícil investigación que le lleva a mezclarse con contrabandistas de arte, con agentes de la Gestapo, con republicanos que no dudan en traicionar a sus antiguos compañeros, con falsificadores de documentos y con un largo etcétera que conforma una fauna humana en la que triunfan la ambigüedad moral y el instinto primigenio de supervivencia.
Con un estilo muy cuidado, en el que la preocupación por la expresión formal es tan importante como el contenido, en el que no se desdeña la utilización de técnicas narrativas experimentales que ya están en desuso con el fin de conseguir los favores del gran público, Justo Navarro ha escrito una solvente novela negra, con la que rinde homenaje al escritor belga Georges Simenon y a su hijo literario, el comisario Maigret, que también investigaba sórdidos casos en el Paris de entreguerras, y en la que se realiza un amargo y perspicaz retrato de unos años oscuros.

CRISTO DE NUEVO CRUCIFICADO de Nikos Kazantzakis

LA ETERNA PASIÓN DE CRISTO


Nikos Kazantzakis (Heraclion, 1883-Friburgo de Brisgovia, 1957) ha sido uno de los escritores griegos contemporáneos que ha gozado de mayor proyección internacional y del favor del público lector a lo largo de varias generaciones. Autor de una obra variada y extensa, sus novelas más importantes han sido adaptadas al cine en varias ocasiones, lo que ha servido para acrecentar su fama. En la retina de todos los cinéfilos quedará para siempre la imagen de Anthony Quinn bailando el sirtaki, la danza popular helena, en el final de Zorba el griego. ¿Quién no recuerda, por otra parte, los ríos de tinta que corrieron a raíz del estreno de La última tentación de Cristo, la película de Martin Scorsese, con Willem Dafoe en el papel de Jesús? Este carácter polémico fue, sin duda alguna, el rasgo que caracterizó a Kazantzakis hasta su fallecimiento. Excomulgado por la iglesia ortodoxa, prohibidos muchos de sus libros por la católica, el autor griego no rehuyó nunca abordar temas que levantaban (y levantan) ampollas en el cristianismo como la naturaleza humana de Jesús o la hipocresía y la doble moral de algunos de los dirigentes religiosos.
En Cristo de nuevo crucificado (que también fue llevada al cine en 1957 por el director Jules Dassis bajo el título El que debe morir e, incluso, se compuso una ópera con el mismo argumento: La pasión griega de Bohuslav Martinu), Kazantzakis traslada el evangelio a la Grecia ocupada por el imperio otomano. En la localidad de Lycovrissi se celebra la Pascua. Como es tradición en el lugar, se va a llevar a cabo una representación teatral de la pasión de Cristo, por lo que las fuerzas vivas del pueblo se reúnen para elegir a los jóvenes que van a interpretar los distintos papeles. Al mismo tiempo, se presentan los habitantes de una aldea que ha sido asolada por los invasores turcos. Hambrientos, solicitan comida y techo, pero se encuentran con la oposición de los notables de Lycovrissi, comandados por el pope Grigoris, que optan por abandonarlos a su suerte. Algunos vecinos (en especial, los jóvenes que han sido elegidos para interpretar los distintos personajes de la pasión) desobedecen a su guía y deciden ayudarlos, lo que provoca el inevitable y trágico enfrentamiento.
Kazantzakis establece evidentes paralelismos entre la vida de Jesús y la del joven Manolios, que lo interpreta en la obra; entre lo que ocurrió en la Judea bajo domino romano hace más de dos mil años y lo que sucede en un pueblo griego sometido a los turcos, con una clara intención. Si se repitiera la historia de Jesús, volvería a suceder lo mismo: otro sanedrín lo condenaría, otro Judas lo traicionaría, otro Pilatos se lavaría las manos, otro Pedro lo negaría tres veces, otra Magdalena estaría a su lado y, de nuevo, Cristo sería crucificado.

sábado, 12 de enero de 2019

DEVIL'S DAY de Andrew Michael Hurley

TERROR EN LOS PÁRAMOS


Cuando hablamos de Gran Bretaña, acuden a nuestra mente iconos que, de forma sorprendente, han sobrevivido como símbolos de modernidad, a pesar de que muchos de ellos proceden de la más rancia tradición británica: la bandera (omnipresente, en los últimos años, en objetos tan cotidianos como tazas, edredones, cortinas o cojines), el Big Ben, el té de las cinco de la tarde, el fish and chips, el bombín y el paraguas del gentleman, el casco del bobby, los Beatles, el bearskin de la guardia real, la verde campiña, los campos de golf, el puente sobre el Támesis o el Dios salve a la reina. Sin embargo (como ocurre en todos los lugares), existe también una Inglaterra profunda y nada idílica, de páramos agrestes en los que ulula el viento sin cesar y nieva de forma inclemente, de turberas cenagosas en las que desaparecen el ganado que se extravía o los niños que se arriesgan a explorarlas solos. Los habitantes de comarcas tan poco generosas son personas acostumbradas a pasar fatigas y a arrancarle a la tierra su sustento, supersticiosas, apegadas a las tradiciones más ancestrales y desconfiadas del forastero.
Estos páramos, retratados magistralmente por Ruth Rendell en sus relatos de misterio, son los verdaderos protagonistas de Devil’s day, la última novela del escritor inglés Andrew Michael Hurley, que ha publicado en España la editorial cordobesa Berenice. A las Endlands de Lancashire regresa, después de muchos años ausente, John Pentecost, en compañía de su esposa Kat, tras el fallecimiento del Gaffer, el patriarca de la familia. A pesar de la dureza del clima y del trabajo, de que el accidentado viaje pone en serio peligro su matrimonio, John acompaña a su padre a cazar venados, a cuidar el ganado,  y pronto se siente atraído por una forma de vida y por una tierra que nunca ha olvidado y de la que en su momento huyó acosado por un terrible episodio de la infancia.
Escrita de forma fragmentada, en Devil’s day se mezclan la narración del presente con los angustiosos recuerdos de John y relatos que rescatan ancestrales leyendas sobre los habitantes del páramo y sobre el demonio para conformar el retrato nada amable y crudo (terrorífico, a veces) de una Inglaterra, tan real como extraña, en la que se otorga más valor a la vida de un carnero que a la de un ser humano; de una tierra en la que, como John sentencia al final del libro, “el Diablo ha estado desde mucho antes de que alguien viniera, saltando incesantemente de una cosa a otra. Está en la lluvia y en los vendavales y en el río salvaje. Está en los árboles del bosque. Está en el incendio inesperado y en el mordisco de los perros. Está en la enfermedad que puede arruinar una granja y en la nevasca que entierra todo un pueblo. Pero al menos aquí podemos verlo manos a la obra”.