Félix Ángel Moreno Ruiz

domingo, 28 de abril de 2019

SHOLOMBRA de Juan Bosco Castilla


UN FUTURO APOCALÍPTICO


Situar la historia en unas coordenadas espaciotemporales inexistentes en las que todo es idílico (utopía) o, por el contrario, en las que la sociedad humana está en decadencia (distopía)es un recurso que ha sido utilizado profusamente a lo largo de los siglos. Las motivaciones son variadas. A veces, se trata de denunciar los males que afectan a una comunidad o a un país concretos porque el autor no disfruta de la suficiente libertad para hacerlo abiertamente. Es el caso de Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift o de Los estados e imperios de la Luna de Cyrano de Bergerac. En otras ocasiones, aunque pertenece a un estado democrático que respeta las libertades de creación y de expresión, el novelista prefiere elaborar una compleja alegoría repleta de paralelismos y de metáforas―, renombrar las cosas, idear un sistema político y una forma de organizar la sociedad diferentes, consciente del atractivo que supone para el lector trasladarse a un mundo que parece tan distinto, pero que, en el fondo, es muy semejante al que le ha tocado vivir, al tiempo que lo invita a reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. La permanencia en la retina y en la memoria del lector y en las del espectador en las ulteriores adaptaciones cinematográficas de Un mundo feliz de Aldous Huxley, de La naranja mecánica de Stanley Kubrick, de 1984 de George Orwell o de El planeta de los simios de Pierre Boulle radica, precisamente, en que sus autores decidieron situar sus novelas en apocalípticas sociedades distópicas. Consciente de esta trascendencia, el escritor cordobés Juan Bosco Castilla (Pozoblanco, 1959) ha creado, a lo largo de varios y fecundos años, una magna obra, la trilogía Occidente, cuyo primer volumen es Sholombra. En una sociedad en inexorable declive, en un “cementerio de muertos vivos que no se atreven a salir de sus tumbas”, dominada por la verdad absoluta que ha devenido en un estado corrupto y totalitario, que ha convertido a los humanos en seres timoratos, planos y rutinarios, aparece un personaje que, marcado por una dura infancia, se siente como una nota discordante cuando descubre el poder del crimen como medio para conseguir sus fines. Al tiempo que sufre en sus carnes el poder terrible del amor, inicia una desesperada huida de la ciudad, donde sus habitantes, víctimas de la violencia y sometidos por las mafias, “caminan por las avenidas esperando que los rescate la nada, como los autómatas, como almas en pena”.
Sholombra es la novela de un autor en plena madurez, dotado de una capacidad innata para narrar y de una imaginación desbordante, que escribe por el placer de fabular historias que debería ser el verdadero objetivo de todo buen escritor, de dar vida a los personajes que anidan en su imaginación y de materializar su particular visión del mundo.

BONDRÉE de Andrée A, Michaud

LO QUE OCULTA EL BOSQUE



Bondrée es un lago de aguas heladas y cristalinas, situado en la frontera canadiense con Estados Unidos y rodeado de un bosque en el que habitan, en la más absoluta libertad, alces, osos y zorros. A excepción de algún trampero solitario como Pierre Landry, el ser humano jamás ha hollado estas tierras hermosas y salvajes. Sin embargo, en la década de los sesenta del pasado siglo todo cambia: varias familias, procedentes en su mayoría de Québec, compran parcelas en las orillas del lago, levantan cabañas y pasan las vacaciones de verano lejos del bullicio de la ciudad, atraídas por el paisaje majestuoso y sereno de Bondrée. Allí sus hijos corretean con total libertad por los senderos buscando ranas o chapuzándose en sus profundas aguas. De pronto, el idílico mundo se derrumba cuando una joven desaparece misteriosamente. Unos días más tarde, la encuentran atrapada en un viejo y herrumbroso cepo para osos. Todos piensan que ha sido un fatal accidente, pero cuando su amiga Sissy aparece muerta en las mismas circunstancias, tienen la certeza de que un miembro de la comunidad de veraneantes es un asesino.
La canadiense Andrée A. Michaud (Saint-Sébastien, 1957) ha escrito con su décima novela un thriller impecable, que sigue, punto por punto, sus esquemas y en el que destaca una ambientación poética y sobrecogedora, que recuerda a la de otros clásicos del género como El silencio de los corderos de Thomas Harris.

domingo, 14 de abril de 2019

EL ÚLTIMO BARCO de Domingo Villar

BIENVENIDO, INSPECTOR LEO CALDAS


Conla publicación, en 2006, de Ojos de agua, irrumpe en el panorama literario español una figura de primer orden: Domingo Villar. El escritor gallego (Vigo, 1970) gana con su primera novela premios tan prestigiosos como el Sintagma o el Novelpol. Inmediatamente, se suceden las traducciones a los idiomas más importantes y comienza a ser conocido en Europa. Su consagración definitiva como uno de los grandes cultivadores de novela negra llega en 2009 con La playa de los ahogados, llevada al cine, seis años después, por Gerardo Herrero y protagonizada por Carmelo Gómez y Antonio Garrido en los papeles protagonistas. Han tenido que pasar diez años para que vea la luz su tercera y ansiada obra: El último barco, publicada nuevamente por Siruela.
La novela inicia su andadura con la desaparición de una mujer de treinta y tres años. Todo parece indicar que se trata de una huida voluntaria que no requiere una investigación policial, pero el padre de la joven, el doctor Víctor Andrade, un prestigioso cirujano que operó de urgencia a la esposa del comisario Soto y le salvó la vida, ejerce sobre este el suficiente predicamento como para obligarlo a darle prioridad al caso. Soto, agobiado por la deuda contraída con el cardiólogo, le encarga la investigación al inspector Leo Caldas, que comienza, con la profesionalidad y con la paciencia que lo caracterizan, a indagar en las causas que pudieron llevar a la joven a desaparecer misteriosamente. La búsqueda de su rastro lo llevará a visitar la Escuela de Artes y Oficios de Vigo y a trasladarse a Moaña y a Tirán, pequeñas poblaciones situadas en la otra margen de la ría, donde había situado su domicilio la hija del doctor, huyendo de un pasado tormentoso. Pronto surgen las primeras dificultades y los puntos oscuros que alumbran la posibilidad de que la desaparición de Mónica Andrade, que es como se llama la joven, quizás no fue tan voluntaria como Caldas presuponía en un principio. Al tiempo que la investigación avanza, siempre bajo la atenta mirada del comisario y las presiones del todopoderoso cirujano, aparecen varios sospechosos y escollos sin cuento que dirigen las pesquisas hacia callejones sin salida mientras nuevos sucesos abren una línea de investigación inesperada. Tras setecientas páginas de lectura absorbente, de jugar con el lector al gato y al ratón, de una trama que se asemeja a las callejas estrechas y laberínticas de Moaña, el inspector hallará la solución de un caso extraño que pondrá en riesgo su propia vida y la de seres queridos, y a prueba su competencia profesional.
Sin duda alguna, uno de los puntos fuertes de la narrativa de Domingo Villar es la construcción de personajes y El último barco no es ninguna excepción. De entre todos ellos, brilla con luz propia Leo Caldas, protagonista de sus anteriores novelas. El inspector es un hombre atípico en el actual panorama del género negro. Es cierto que arrastra el trauma de un divorcio reciente, del que no se ha recuperado (los recuerdos de su exesposa van y vienen continuamente, aunque en esta ocasión iniciará una nueva relación que le aportará algo de ilusión y romperá la monotonía de su vida), pero no intenta remediarlo con un carácter agrio, con el trato despectivo a sus subordinados o refugiándose en la bebida, como suele ser habitual en la narrativa anglosajona. Caldas es un hombre tranquilo y escéptico, amante de la buena mesa y del albariño (sin llegar al sibaritismo de Pepe Carvalho), fumador empedernido y concienzudo detective como el comisario Maigret, y avispado sabueso que se deja llevar por su intuición como el comisario Montalbano. Su contrapunto cómico y necesario (como Sancho Panza lo era de don Quijote, como el doctor Watson lo era de Sherlock Holmes, como el capitán Hastings lo era de Hercule Poirot) es el agente Rafael Estévez, un aragonés grande y rudo, con unos modales y unos comportamientos no muy ortodoxos, y con una relación conflictiva con los perros, que resulta un amigo fiel que sacará de apuros a Caldas en los momentos más delicados o cuando está en juego su vida. Los acompañan unos secundarios bien perfilados y solventes: el voluble comisario Soto; Santiago Losada, un locutor de radio fatuo y engreído; los eficientes agentes Ferro y Clara Barcia o su padre, propietario de una pequeña bodega de vino como el progenitor de Salvo Mantalbano, que actúa de consejero en la sombra. Además, en esta última entrega hay personajes de la grandeza de Napoleón, un mendigo que imparte lecciones magistrales de latín, y varios profesores de la Escuela de Artes y Oficios, personas reales que hacen un cameo como sospechosos para otorgar mayor verosimilitud a la trama.
Otros de los atractivos del autor vigués es la incorporación a su narrativa de una atmósfera única y fácilmente reconocible, que tiene mucho que ver con su patria de origen. Las novelas de Domingo Villar rezuman Galicia por todas y cada una de sus páginas: la pertinaz lluvia, las bateas de mejillones, los berberechos con y sin limón, los platos de pulpo, el albariño, el vapor que cruza la ría, las supersticiones, los curanderos, el olor inconfundible del mar, los paseos por las calles solitarias, el recelo y las respuestas ambiguas conforman un universo que trasciende lo meramente geográfico y cultural para convertirse en mítico. A ello contribuye la preocupación del autor por la descripción de oficios tradicionales que han formado parte de la cultura gallega y que se encuentran, irremediablemente, en vías de extinción. Si en La playa de los ahogados era la pesca artesanal, en El último barco hay un hermoso canto del cisne al alfarero y al lutier, el constructor de instrumentos tradicionales como la gaita o la zanfona. Porque la mirada de Domingo Villar, como la de Leo Caldas, está empañada de nostalgia, de morriña por una hermosa Galicia que agoniza.


Una novela largamente esperada

Tras el indiscutible éxito de La playa de los ahogados, los lectores esperábamos con avidez una nueva entrega del inspector Leo Caldas y de su segundo, el agente Rafael Estévez. Esta pareció llegar en 2013. Se titulaba Cruces de piedra, pero nunca consiguió materializarse en un libro. A partir de ese momento, comenzó a pasar el tiempo y, con él, aparecieron los más diversos rumores sobre el autor y sobre su obra fantasma. Mientras tanto, Domingo Villar seguía a lo suyo: escribir, reescribir, corregir una y otra vez, traducir al gallego una extensa novela repleta de personajes, de historias que se bifurcan y convergen, de giros, de vueltas de tuerca, de pequeños matices que, como los engranajes de un reloj, deben encajar a la perfección para atrapar al lector durante setecientas páginas y para llevarlo hasta un final sorprendente e impactante. Por fin, en marzo de 2019, ha visto la luz con un sugerente título: El último barco. A tenor de los resultados, la larga espera ha merecido la pena.

miércoles, 10 de abril de 2019

TERROR EN LOS PEDROCHES


Los diecinueve relatos que conforman el libro están situados en los distintos pueblos y aldeas de los Pedroches. No pertenecen a la tradición popular; son todos originales, fruto de mi imaginación, por lo que cualquier parecido con la realidad es pura y terrorífica coincidencia. Están cocinados a fuego lento, siguiendo las recetas tradicionales de los maestros ―Poe, Bécquer, Lovecraft, Stoker o Maupassant―, aunque también se han empleado técnicas deconstructivas de la nouvelle cuisine. El ingrediente principal es el terror clásico, al que se ha añadido, para darle sabor, una pizca de humor.