MUERTE EN TÁNGER
En su última novela, La deshonra de Sarah Ikker, publicada en castellano por Alianza, como la mayoría de sus anteriores obras, la acción se traslada en esta ocasión al país vecino, Marruecos, que Khadra conoce a la perfección. Driss Ikker es un teniente de policía rifeño de origen humilde al que la suerte le sonríe desde que contrajo matrimonio con Sarah, la hija de Abderrahmane Chorafa, el todopoderoso director de la escuela de policía de Kenitra y miembro de una de las familias con más rancio abolengo de Marruecos. Con la ayuda de su suegro, va cambiando de destino a su antojo y ahora se encuentra en Tánger, donde disfruta de una vida de lujo y de la protección del jefe de policía de la ciudad, Rachid Baaz, lo que despierta los recelos y la envidia de sus compañeros. Sin embargo, un buen día todo se tuerce cuando su esposa es maniatada y violada en su mansión sin que él pueda impedirlo. A partir de ese momento, el teniente, que no cree la versión oficial de los hechos, inicia una investigación por su cuenta que lo conduce a una espiral de autodestrucción que amenaza con arrasar todo lo que ha conseguido hasta ese momento, incluidos sus seres queridos.
Con esta interesante trama policiaca como excusa, Yasmina Khadra realiza una despiadada radiografía de la sociedad marroquí, especialmente de las clases más pudientes y de los funcionarios, personas corruptas y carentes de cualquier sentido de la justicia y de la ética. Así, el lector asiste estupefacto a sobornos sin cuento, a torturas para obtener la confesión de pobres desgraciados y al lujoso tren de vida de la burguesía alauí, muy superior al de cualquier europeo de clase media.
Pero el autor va un paso más allá de la crítica al nepotismo rampante porque en La deshonra de Sarah Ikker pretende denunciar también la situación de la mujer en un país en el que el desarrollo económico no se ha visto acompañado de la igualdad de género. El verdadero drama de Sarah, la esposa del teniente, reside en haber quedado deshonrada porque, como dice un personaje femenino, los hombres “nos consideran una posesión, no personas de pleno derecho. Para algunos, es tan grave que violen a una mujer como que les pintarrajeen el coche”.
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