Félix Ángel Moreno Ruiz

sábado, 21 de julio de 2018

CASO CIPRIANO MARTOS. VIDA Y MUERTE DE UN MILITANTE ANTIFRANQUISTA de Roger Mateos

UN CRIMEN SILENCIADO


Como suele ocurrir en todos los totalitarismos, los estertores agónicos de la dictadura franquista fueron especialmente cruentos. Las fuerzas del orden se emplearon con saña contra los jóvenes que, intuyendo que se encontraban en un momento decisivo, participaron activamente en la lucha clandestina para acabar con el régimen. Esto supuso, si cabe, un mayor aislamiento de este en Europa, cuyo punto culminante fue el ajusticiamiento de tres miembros del FRAP y dos de ETA dos meses antes de la muerte del dictador. Sin embargo, hubo otros crímenes que no llamaron la atención de la opinión pública porque la maquinaria franquista se encargó de ocultar, como el de Cipriano Martos, que el periodista Roger Mateos (Barcelona, 1977) ha investigado ahora en un excelente libro publicado por Anagrama.
Cipriano Martos era un joven granadino que, a comienzos de la década de los setenta, había emigrado a Cataluña buscando un futuro más próspero. Allí entró en contacto con miembros del PCE y se involucró peligrosamente en distintas acciones clandestinas. Tras ser detenido e interrogado salvajemente, murió en un hospital después de ingerir accidentalmente (según la versión oficial) el contenido de un cóctel Molotov. A través de numerosos testimonios de personas que lo conocieron y con un estilo ameno, Roger hace un recorrido por la vida de Cipriano desde su conversión política hasta su vergonzoso entierro, pasando por el martirio a que fue sometido en dependencias policiales, para dar luz a uno de los más tristes episodios de los últimos años del Franquismo.

lunes, 16 de julio de 2018

SEVILLA Y LA CASITA DE LAS PIRAÑAS de Nazario


A CONTRACORRIENTE



Nazario Luque Vera (Castilleja del Campo, 1944), conocido como Nazario, es un artista polifacético. A su labor como pintor y como dibujante (alma máter de la emblemática revista El Víbora, está considerado el padre del cómic underground en España), se ha añadido en estos últimos años la de escritor de memorias. Primero fue La vida cotidiana del dibujante underground (libro en el que describe sus andanzas por la Barcelona de los años setenta y principios de los ochenta, cuando la ciudad catalana era el paraíso para los artistas más vanguardistas y rompedores) y ahora nos sorprende con Sevilla y la Casita de las Pirañas, en el que retrocede hasta sus años juveniles, cuando, tras finalizar sus estudios de Magisterio, encuentra su primer empleo como maestro dando clases a adultos en Morón de la Frontera mientras se ve obligado a pasar los veranos realizando el servicio militar en las milicias universitarias. Con su particular estilo (sin pelos en la lengua y con un lenguaje provocador), Nazario hace un retrato de aquellos años del descubrimiento de su homosexualidad, de la lucha entre el sentimiento de culpa motivado por la educación recibida y el deseo de expresarse libremente, de los primeros amantes furtivos y pasajeros, de los urinarios públicos de París y de Piccadilly (donde fue detenido por escándalo y exhibicionismo), de los tablaos flamencos, de Torremolinos (un oasis de libertad sexual en la negra España franquista) y, sobre todo, de la Casita de las Pirañas, centro de reunión y de encuentro de homosexuales sevillanos.



lunes, 25 de junio de 2018

MIS ESCRITORES DE GÉNERO POLICÍACO PREFERIDOS (y IV)



Cuando leí por primera vez La verdad sobre el caso Savolta (en realidad, se titula Los soldados de Cataluña, pero Eduardo Mendoza se vio obligado a cambiar el título por imposición de la censura franquista), allá por la adolescencia, me pareció la mejor novela negra que había caído en mis manos y ahora, algunos años más viejo y unas cuantas historias a mis espaldas, sigo considerándola una de las creaciones literarias más logradas en lengua castellana de los últimos cincuenta años. Dotada de una estructura compleja, bien tramada y mejor ambientada, sobresalen el retrato de la sociedad catalana de principios del siglo XX y los personajes: algunos, amorales, como Javier Miranda; otros, cínicos y perversos, como Lepprince; otros, idealistas y patéticos, como Pajarito de Soto. 
Ninguna de las posteriores obras de Eduardo Mendoza me ha defraudado (de hecho, cuando se le concedió el premio Cervantes en 2016, me pareció que, por una vez, se hacía verdadera justicia literaria y poética), pero tengo una especial debilidad por el personaje sin nombre que protagoniza la serie de peculiares y originales novelas policíacas (que se inauguró con El misterio de la cripta embrujada) en las que el humor surrealista, la fina ironía y la parodia son marcas de la casa. Como una especie de pícaro moderno, sale del manicomio (luego, cuando este es cerrado, tiene que buscarse la vida como puede con el fin de pasar la noche bajo techo) para investigar crímenes que suceden tanto en el barrio chino como en los palacetes de Pedralbes, lo que le permite al autor hacer desfilar por los espejos deformantes del callejón del gato valleinclaniano  (la mirada del protagonista) a lo más granado de la sociedad burguesa catalana (hoy, furibundamente independentista, quién lo diría) en una especie de renovado esperpento.
Maj Sjöwall y Per Wahlöö están considerados los padres de la novela negra nórdica. Fueron los creadores del inspector Martin Beck, que protagonizó diez historias, hasta que la temprana muerte de Per Wahlöö interrumpió definitivamente la carrera profesional de un policía muy peculiar y la literaria de esta pareja que escribía a cuatro manos por la noche, tras haber acostado a sus hijos. Ya desde la primera novela de la serie (Roseanne), aparecen unos rasgos que luego van a ser característicos de la narrativa negra sueca, a fuerza de repetirse una y otra vez en la mayoría de sus cultivadores: el detective pertenece al cuerpo de policía, suele estar pasando por una mala racha (alcoholismo, divorcio traumático, fracaso en su labor de padre, vida desordenada, depresión), mantiene una problemática relación con sus superiores y dirige a un grupo de colaboradores que participan activamente en la investigación de los casos y a los que consulta frecuentemente (frente al individualismo del sabueso anglosajón). Pero, además, las novelas de Martin Beck tienen un alto contenido social y político. Maj Sjöwall y Per Wahlöö eran dos personas muy sensibles a los nuevos cambios que estaban produciéndose en la Suecia de los años sesenta y setenta, que ponían en tela de juicio la visión idílica que, hasta entonces, se tenía del país nórdico en el resto del mundo. Las protestas ante la embajada americana por la guerra de Vietnam, las cargas indiscriminadas de los antidisturbios contra los manifestantes, el maltrato y las torturas de la policía, la corrupción de los políticos son temas que, por primera vez, asoman en la novela negra europea de la mano de Maj Sjöwall y Per Wahlöö.
De entre todos los herederos intelectuales y literarios del matrimonio sueco, mi preferido es el dramaturgo y novelista Henning Mankell, fallecido hace tres años. Su personaje, Kurt Wallander, inspector de policía de Ystad, es un digno sucesor de Martin Beck, con quien comparte muchos rasgos vitales, pero al que supera en humanidad. De hecho, lo que más me atrae de Wallander es la fragilidad que transmite, su dignidad, el sentido tan elevado de la justicia que posee y la extraña relación que mantiene con su padre, un hombre difícil, taciturno e irascible, que sufre un proceso irreversible de demencia. Me gusta acompañar a Wallander en Los perros de Riga, en La quinta mujer o en cualquier otra novela de la serie resolviendo casos que demuestran que la maldad humana no tiene límites, mientras lucha contra una diabetes incipiente, contra el alcoholismo y contra sus propios fantasmas.
Veintinueve años después de su fallecimiento, las novelas policíacas del escritor belga Georges Simenon continúan gozando del favor del público y, por ende, publicándose. Son, en total, setenta y dos (en su mayoría, breves), y están protagonizadas por el célebre comisario Maigret, fumador empedernido de pipa, que vive con su estoica y comprensiva esposa en un apartamento de París, ciudad en la que desempeña su labor como policía. Con sus particulares métodos, el comisario investiga los más variopintos casos, desde los asesinatos en serie de un psicópata hasta crímenes políticos. La narrativa de Simenon se caracteriza por la socarronería del comisario y la ironía del narrador, la brevedad y la concisión, las ajustadas descripciones y los sólidos diálogos, que explican su éxito y el hecho de que su autor se haya convertido en un maestro para quienes cultivan el género, desde Andrea Camilleri (el genio italiano adaptó durante años las novelas de Maigret para la RAI, en la que trabajó como guionista) hasta el que escribe estas líneas.
Con estos cinco autores de nacionalidades distintas finaliza el breve recorrido por mis escritores de género policíaco preferidos, a los que he dedicado cuatro artículos.

domingo, 17 de junio de 2018

DENUNCIA INMEDIATA de Jeffrey Eugenides


LA REALIDAD Y EL DESEO


En 1999, Sofía Coppola (hija del aclamado cineasta Francis Ford Coppola, en cuya saga sobre los Corleone, la familia mafiosa protagonista de El padrino, había aparecido como actriz) sorprendió a la crítica y al público con Las jóvenes suicidas antes de consagrarse definitivamente como directora y guionista con Lost in Translation, película con la que obtuvo el Óscar al mejor guion original. Las jóvenes suicidas era una adaptación bastante fiel de la novela homónima del escritor norteamericano de origen griego Jeffrey Eugenides (Detroit, 1960), en la que se contaba la historia de los Lisbon, una familia de clase media, aparentemente feliz, cuyas hijas adolescentes se suicidaban y en la que se nos mostraba (como, en American Beauty, la oscarizada película estrenada también en 1999) la cara amarga y nada amable del sueño americano.
En una carrera paralela a la de Sofía Coppola en cuanto a éxitos se refiere, Eugenides logró con su segunda novela, Middlesex, el premio Pulitzer en 2003, a la que siguió La trama nupcial en 2013, con las que se ha convertido, por derecho propio, en una de las figuras más relevantes del nuevo panorama literario norteamericano, hasta el punto de que la crítica más especializada ha llegado a compararlo con J. D. Salinger, autor de El guardián entre el centeno. Ahora ha regresado a la actualidad literaria y lo ha hecho con Denuncia inmediata, un conjunto de relatos, publicado en España (como sus tres otras anteriores) por Anagrama en la colección Panorama de narrativas.
Conforman el libro once cuentos, uno de los cuales (exactamente el último) da título a la obra en su conjunto. El término denuncia inmediata hace referencia a un legalismo de la justicia estadounidense (fresh complaint) que se suele utilizar en los juicios por violación y que, en esta ocasión, sirve para ejemplificar lo que el lector va a encontrar en el resto de cuentos porque ni asistimos a una verdadera violación ni la denuncia llega a culminar en un juicio y tampoco es inmediata, aunque si traerá dramáticas consecuencias para la vida de los protagonistas.
En la obra de Eugenides y, más concretamente, en este puñado de magníficos cuentos, hay una desfase entre lo que los personajes esperan de la vida o de un hecho concreto en el que han puesto todas sus esperanzas y lo que consiguen después de tanto empeño, que provoca una frustración evidente. Ocurre en Jeringa de cocina con los deseos de Tomasina de obtener un esperma de la mejor calidad para engendrar un hijo aceptable; ocurre en Música antigua, cuando Rodney se ve incapaz de abonar los pagos pendientes de su clavicordio; ocurre en Multipropiedad, con una familia atada a un motel de mala muerte y ruinoso, en el que ha invertido todos sus ahorros; ocurre en Buscad al malo, donde las ilusiones de una pareja casada por conveniencia sucumben a la realidad de la vida diaria; le ocurre al protagonista de La vulva oracular, el doctor Peter Luce, que viaja a la selva para poner a prueba sus más avanzadas teorías sobre la sexualidad y se ve obligado a aceptar la evidencia de los hechos consumados; ocurre en Huertos caprichosos porque ni María ni Sean consiguen pasar la noche con Annie, el objeto de sus fantasías más lujuriosas; ocurre, finalmente, en Magno experimento, cuando los deseos de Kendall de enriquecerse de forma ilícita se topan con la amarga realidad de un jefe que no se deja engañar fácilmente.
Sin embargo, a pesar de esta evidente frustración, que provoca situaciones traumáticas, a las que se ven abocados los personajes de los cuentos, bien por su mala cabeza, bien por un momento de impulsividad en el que se dejan arrastrar por los instintos más primarios, bien por ceder al lado oscuro de la naturaleza humana (el afán de enriquecimiento rápido, la concupiscencia, la soberbia intelectual), Eugenides da un paso más allá y, sin pretender ofrecernos una lección moral, busca una salida airosa para su maltrechos protagonistas: la mayoría acepta, finalmente, las consecuencias de sus actos y saca una lectura positiva para su incierto futuro.
Quejas, el relato con el que se abre Denuncia inmediata, es una excepción a la tónica que domina en el resto de cuentos. Está protagonizado por Della, una anciana que ha iniciado el irreversible viaje hacia la demencia senil, en el que, afortunadamente, no está sola: la acompaña Cathy, su mejor amiga, y una novela que narra la vida de dos ancianas esquimales abandonadas por su tribu y que sobreviven al duro invierno. El cuento es una delicia, una pequeña joya, cuya sola presencia bastaría para justificar un libro que no hace sino acrecentar la justa fama de la que goza su autor.

domingo, 3 de junio de 2018

DONDE FUIMOS INVENCIBLES de María Oruña


CRIMEN Y MISTERIO EN SUANCES


“A veces sentimos que el tiempo que tenemos, el que apretamos, no es el que hemos escogido. Todo gira sin nuestro permiso y cada acto, cada gesto, se expande en una consecuencia infinita”.  Con estas enigmáticas palabras, comienza Donde fuimos invencibles, la última y exitosa novela de María Oruña (Vigo, 1976), escritora gallega afincada en Cantabria, donde ejerce como abogada laboralista.
Donde fuimos invencibles (al igual que sus dos anteriores obras, Puerto escondido y Un lugar a donde ir) está ambientada en tierras cántabras (concretamente, en Suances) y está protagonizada por Valentina Redondo, teniente de la Guardia civil, un personaje con el que la autora nos hace varios guiños metaliterarios: en primer lugar, es imposible no recordar a Bebilacqua y a Chamorro, los miembros de la Benemérita creados por la pluma de Lorenzo Silva; por otra parte, uno de los iris de Valentina es de color verde (el otro es marrón) como los de Hercule Poirot (al que Agatha Christie atribuyó la mirada felina de los gatos); también, como el detective belga, padece de un trastorno obsesivo que la empuja al control absoluto de las cosas y al orden más estricto (peculiaridad que comparte con el sabueso televisivo Monk).
En las tres novelas, Valentina se hace acompañar de varios secundarios de lujo (la forense Clara Múgica, el subteniente Santiago Sabadelle y el sargento Riveiro) que la ayudan en la resolución de los casos. Este último se inicia cuando en la Quinta del Amo, una hermosa finca situada en Suances, cuyo vetusto palacio se encuentra en un estado deplorable, aparece muerto el jardinero. Aunque todo apunta a que ha sufrido un infarto, los resultados de la autopsia y el hecho de que Carlos Green, el dueño de la finca (un joven americano que la ha heredado de un familiar y que acaba de instalarse para escribir una novela), le confiese a la teniente que percibe espíritu extraños, llevarán a Valentina a iniciar una investigación llena de peligros, en la que su formación científica y su concepción racionalista de la existencia entrarán en conflicto con sucesos que solo parecen tener una explicación paranormal.
La novela está dotada de una estructura compleja, en la que se alternan la voz del narrador que cuenta la investigación llevada a cabo por la teniente y por su equipo, fragmentos del borrador de la novela que Carlos Green está escribiendo, y el relato de las aventuras del profesor Machín y del especialista en Parapsicología Christian Valle. Esta estructura, lejos de ralentizar el ritmo, permite al lector tener varias perspectivas de los mimos hechos, a la vez que enriquece el discurso narrativo. Y es que, en Donde fuimos invencibles, María Oruña demuestra ser una alumna aventajada de maestros de géneros tan diversos como el policiaco, el thriller psicológico y el de misterio, a los que rinde pequeños y rendidos homenajes (Diez negritos de Agatha Christie, El resplandor de Stephen King y Otra vuelta de tuerca de Henry James, por poner algunos ejemplos reveladores) y de los que toma diversos elementos para crear una novela solvente, bien tramada, que consigue mantener la atención del lector hasta su sorprendente final.

viernes, 25 de mayo de 2018

SIN GLORIA NI PENA

Casi un año después de salir a la luz
de las tinieblas,
como correspondía a un autor
miembro fundador y honorario
del Club de los Escritores Incompetentes,
la obra había pasado,
entre la crítica y el público,
sin gloria ni pena.

lunes, 7 de mayo de 2018

MIS ESCRITORES DE GÉNERO POLICÍACO PREFERIDOS (III)


Conocí al detective Pepe Carvalho a través de una deplorable serie de televisión protagonizada por Eusebio Poncela, que no destacaba, precisamente, ni por su calidad ni por ser una  adaptación mínimamente fiel de los textos originales, sino por la abundancia de escenas gratuitas de desnudos (especialmente, los femeninos), algo consustancial al cine español de la época, circunstancia que, tal vez, merecería un estudio psicológico por parte de algún avezado psiquiatra. El propio Manuel Vázquez Montalbán, padre y creador del detective gallego afincado en Barcelona, renegaría tiempo después, pública y reiteradamente, de aquel engendro televisivo y hasta llegó a dedicarle un malévolo relato policíaco (Asesinato en Prado del Rey) en el que no dejaba títere con cabeza.
Del escritor catalán me gustan muchas cosas: los originales planteamientos de los crímenes; la personalidad de Carvalho (amante de la buena mesa y del mejor whisky, despiadado Torquemada de la Literatura –tenía la costumbre de encender la chimenea con un libro, cuanto más voluminoso, mejor–, comunista escéptico e irónico exagente de la CIA) y de otros secundarios de lujo como Biscuter, su ayudante para todo; su capacidad para mezclar ficción y realidad, y para retratar la sociedad española sacando a la luz sus sombras tenebrosas; por último, su dominio de la palabra (no solo fue un gran narrador, también destacó como articulista, como ensayista y como poeta), con la que dignificó un género que siempre ha sido considerado popular y de segunda división por los plúmbeos literatos de pedigrí.
También mi primer conocimiento de Juan Madrid vino de la mano de una serie de televisión de finales de los ochenta (Brigada Central), que protagonizaba un joven Imanol Arias en el papel del comisario Flores. Aquella serie me llevó a buscar otros escritos del autor malagueño y, en consecuencia, a descubrir a Toni Romano, un expolicía y exboxeador reconvertido en detective privado, que recorre los ambientes más variopintos del Madrid de la movida (desde las clases de la alta sociedad al lumpen) mientras investiga sórdidos crímenes.
Sin embargo, la narrativa de Juan Madrid que más ha influido en mí es la breve. Sus numerosos cuentos (reunidos recientemente en un volumen) abordan desde casos estrictamente policíacos hasta recreaciones literarias de los crímenes más famosos de la España de la transición democrática (la matanza de Puerto Hurraco, el asesinato de los marqueses de Urquijo, el de tres novilleros en una finca de Albacete cuando toreaban a la luz de la luna o el crimen de Los Galindos), pasando por galdosianas radiografías en negro de la sociedad madrileña y, por ende, de la española. También es variada su extensión, aunque predomina el cuento breve y algunos son solo apuntes expresionistas de lo más oscuro de la condición humana. En ellos, el autor no desdeña temas espinosos y duros como la pedofilia, el maltrato o las aberraciones patológicas, abordados con pasmosa sangre fría y sin contemplaciones. Todos poseen, como nexos comunes, la maestría con la que están escritos, el dominio de las técnicas narrativas, la capacidad de atraer la atención del lector desde la primera línea, que no puede permanecer impasible ante la terrible realidad descrita en sus páginas.
Admiro de Lorenzo Silva su profesionalidad, su solvencia como narrador y su capacidad para observar la realidad con comedido distanciamiento. Bevilacqua y Chamorro, la justamente famosa pareja de guardias civiles perteneciente a la UCO (que son las siglas de la Universidad de Córdoba, pero también de la Unidad Central Operativa de la Benemérita) que Silva tuvo a bien inventarse un buen día, recorren la sufrida piel de toro resolviendo unos crímenes que solo podían cometerse en la España postmoderna del pelotazo urbanístico, del tráfico de drogas, de la corrupción de políticos y de fuerzas del orden. Todos estos asesinatos se nos ofrecen a través de la mirada escéptica, inteligente (y, a la vez, profundamente tolerante con las debilidades ajenas) del sargento (ahora teniente) Bevilacqua, una mezcla entre perspicaz psicólogo y curtido policía. Como me ocurre con Donna Leon, una novela de Lorenzo Silva es un valor seguro que nunca, nunca defrauda, y a la que uno recurre cuando desea pasar un rato agradable de lectura sin más (ni menos) pretensiones.
Aunque me dejo en el tintero (mil perdones) a grandes cultivadores españoles del género negro (el pionero Francisco García Pavón y su entrañable Plinio, policía municipal de Tomelloso; Alicia Giménez Bartlett, autora de la saga de la inspectora Petra Delicado; el recientemente fallecido González Ledesma; el incombustible Julián Ibáñez, que ha encontrado un filón inagotable –para alegría de sus lectores incondicionales– en el pícaro Bellón, y tantos, tantos buenos novelistas: Carlos Zanón, Toni Hill, Alexis Ravelo, José María Guelbenzu…), no deseo finalizar este artículo sin dedicar unas palabras a Domingo Villar, por el que siento un cariño especial. Autor de dos novelas (es una lástima que no se prodigue más), ha creado un personaje (el inspector Leo Caldas) que me recuerda en muchos aspectos a los comisarios Brunetti (por su humanidad y su sentido de la justicia) y Montalbano (con quien comparte muchas aficiones y el hecho de que sus respectivos padres sean propietarios de bodegas de vino), y ha convertido su Galicia natal en escenario de una novela negra de gran calidad que no tiene que hablar necesariamente (¡qué hartura!) de ajustes de cuentas entre sanguinarios y televisivos capos de la droga.