Félix Ángel Moreno Ruiz

domingo, 26 de abril de 2015

EL MISTERIO DE LA MOSCA DORADA de Edmund Crispin

CRIMEN Y MISTERIO EN OXFORD


Edmund Crispin, escritor inglés y uno de los más singulares cultivadores del género policíaco del siglo XX, está de moda en España gracias a la editorial Impedimenta, que está llevando a cabo una labor encomiable con la publicación de parte de su obra. La edición, muy cuidada y con la excelente traducción de José C. Valdés ―que ha sabido trasladar al castellano con gran acierto las peculiaridades estilísticas del autor―, arrancó en 2011 con su novela más famosa, La juguetería errante, a la que siguieron El canto del cisne (2012) y Trabajos de amor ensangrentados (2014). La última, El misterio de la mosca dorada, acaba de ver la luz este año.
Nacido en Buckinghamshire en 1921, con el nombre de Robert Bruce Montgomery ―tomó el pseudónimo de un personaje de la novela ¡Hamlet, venganza! de Michael Innes―, estudió en Oxford, donde se licenció en lenguas modernas, y donde posteriormente fue organista y maestro de coro durante varios años. En 1944 inició la producción de su obra, formada por nueve novelas y dos colecciones de cuentos, toda de temática policíaca y protagonizada por Gervase Fen, un distraído y algo excéntrico profesor de Lengua y Literatura inglesas en el ficticio St. Christopher’s Collage de Oxford, que dedica su tiempo libre a desvelar misterios que suceden a su alrededor con especial predilección por los asesinatos. Aunque Crispin dejó de escribir narrativa a partir de los años cincuenta, debido a su severa adicción al alcohol, continuó realizando crítica literaria hasta su muerte en 1978.
El misterio de la mosca dorada, publicada en 1944, es, cronológicamente, la primera novela y, por tanto, inicia la saga de su peculiar detective. En ella están presentes todos los rasgos que caracterizan la concepción que del género policíaco tenía su autor y que luego se acentuarán y repetirán en las entregas posteriores. Se trata de un típico ejemplo de “crimen imposible”, que hacía las delicias de los lectores aficionados a la novela policíaca de entreguerras, y cuyo máximo exponente es el norteamericano John Dickson Carr, al que Crispin admiraba: Yseut, una joven actriz que no despierta muchas simpatías entre sus compañeros, aparece muerta en la habitación de un hotel y todo parece indicar que se trata de un suicidio. Sin embargo, Fen, que se encuentra presente en el lugar cuando acontecen los hechos, concluye que es un crimen y de inmediato comienza a investigar. A través de las entrevistas con los distintos sospechosos, descubre que todos ellos tienen motivos para matarla y que ninguno posee una coartada suficientemente sólida para ser descartado. La trama se complica cuando hay otro asesinato, lo que le indica al detective que se está acercando peligrosamente a la verdad. Finalmente, el protagonista desvela, en un gran juego de artificio y delante de todos los implicados, quién es el culpable.
Sin embargo, El misterio de la mosca dorada es mucho más que una aceptable novela que sigue, punto por punto, los esquemas del género policíaco clásico del que Edmund Crispin demuestra ser un consumado maestro, sobre todo de las prolepsis con las que anticipa parte de la trama para despertar la atención del lector. Escritor culto y dotado de una sólida formación clásica, sentía pasión por el misterio, pero, al mismo tiempo, era consciente de que se trataba de un género menor, por lo que estaba empeñado en dignificarlo y en darle mayor categoría intelectual, de ahí que utilizara un estilo trabajado que no hacía concesiones al lector medio. En sus páginas, son frecuentes las descripciones minuciosas ―magnífica y esperpéntica es, por ejemplo, la llegada del tren a la estación de Oxford en las primeras páginas del libro―, los recursos retóricos ―en especial, la ironía―, el análisis pormenorizado de los personajes y las digresiones. Aprovechando que los sospechosos están vinculados al teatro, el autor lleva a cabo un retrato de su mundo: los ensayos, los escenarios, la tramoya y, sobre todo, sus miserias. Así, alguien le pregunta sorprendido a Yseut si en el teatro se tiene que “utilizar el sexo para conseguir trabajos”, a lo que ella le responde con naturalidad que no supondrá que “la gente consigue los papeles por su capacidad interpretativa”.

     Pero, sin duda alguna, lo que destaca en la novela son sus abrumadoras y constantes referencias literarias, lo que la convierte en un continuo y, en ocasiones, difícil juego metaliterario. Es frecuente encontrar a un personaje con un libro entre las manos ―una obra satírica del siglo XVIII, por ejemplo― o manteniendo una sesuda conversación sobre Shakespeare. Por sus páginas se pasean John Dickson Carr, Lewis Carroll, Charles Churchill, Horacio, Wyndham Lewis, Charles Williams, Henry Constable, Pierre Corneille, William Dunbar y un largo etcétera de escritores de todos los estilos y épocas. Si a ello añadimos el humor ―a veces socarrón, a veces lacerante― que impregna todo la obra, llegamos a la conclusión de que Edmund Crispin representa una rara avis dentro de la época dorada de la novela policíaca clásica que merece ser rescatada del olvido.

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