CÓRDOBA NEGRA
Sin epitafio es la última obra del escritor cordobés
Francisco José Jurado (1967), que supone el regreso de Benegas, inspector de
homicidios de una comisaría cercana a la Judería, que ya había protagonizado un
anterior libro de relatos entrecruzados. En esta ocasión, el policía tiene que
vérselas con un crimen que, en principio, es obra de alguna organización extranjera
vinculada con la droga: un cadáver aparece medio calcinado, en el interior de
un maletero, decapitado y con un extraño corte en el abdomen en forma de ele.
Sin embargo, Benegas, inspector con instinto de sabueso y gran conocedor de la
naturaleza humana, sospecha que tal vez se trate de un caso mucho más complejo
que un simple ajuste de cuentas entre bandas rivales. Esto se confirma cuando
se descubre en su domicilio, en pleno centro de la ciudad, el cadáver de
Candela Montalbán, una mujer de clase media y casada con un afamado arquitecto,
con una herida similar y realizada con un arma exótica. Entonces, con la
colaboración de su fiel equipo, Benegas inicia una ardua investigación que lo
llevará a entrar en contacto con un nutrido número de sospechosos y a recorrer lugares
tan variopintos de Córdoba como la Facultad de Filosofía y Letras, el
Rectorado, una empresa de vigilancia, el Anatómico Forense y un sinfín de
tabernas donde el curtido policía hace un alto en el camino para reponer
fuerzas. De forma paralela, asistimos a la historia de Guillaume de Belmont, un
joven caballero de origen cordobés, perteneciente a la Orden del Temple, quien,
en el París de comienzos del siglo XIV, intenta con la ayuda de un fraile
dominico, François de Beaujeu, vengar la deshonrosa muerte en la hoguera del
gran maestre Jacques de Molay, ordenada por el papa Clemente y el rey Felipe IV
de Francia. Estas dos tramas que, en apariencia, nada tienen en común y que
atrapan al lector desde un comienzo, convergen en un momento determinado y lo
hacen para provocar un cambio de rumbo en el argumento, que continúa así, repleto
de sorpresas, hasta su conclusión.
En Sin epitafio, su autor transita con
pulso firme de principio a fin (algo que no es fácil, dada su extensión) y
domina con maestría el diálogo, los recursos y el lenguaje de géneros tan
diversos como el negro, el policíaco clásico, el de aventuras o el histórico. A
eso se añade un humor socarrón que nos proporciona páginas memorables (a veces
hilarantes, a veces esperpénticas) como la visita del inspector a la Facultad
de Filosofía y Letras. En definitiva, se trata de una novela escrita con oficio
y solvencia (a pesar de la complejidad de la doble trama), y con un estilo
propio que tiene su máximo exponente en la voz del narrador, que aparece, como
inciso, en los diálogos y que realiza, para deleite del lector, frecuentes comentarios
agudos y certeros.
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