Hace algún tiempo, fui amablemente invitado a presentar a un
escritor de novela negra muy importante, consagrado. Al finalizar el acto, le
di un ejemplar de su última novela para que me lo firmara (previamente lo había
adquirido en una librería pues tenía intención de regalárselo a un familiar) y él
me correspondió con un libro mío de relatos que le había entregado como
obsequio el ayuntamiento que había organizado el acto (que había sido el mismo
que había editado la obra). Educado, cortés, profesional, el escritor se
despidió cordialmente de mí con un apretón de manos y, con mi libro bajo el
brazo, se dirigió a su hotel para pasar la noche. Al día siguiente, tenía que
estar en su ciudad por un compromiso ineludible.
Ahora, transcurridos varios meses, me pregunto qué habrá
sido de aquel ejemplar. Tal vez, el insigne escritor lo leyó en el avión, de
regreso a su casa, o en la cama, las noches siguientes, para conciliar el sueño.
Tal vez, una vez leído, repose, junto a otros libros, en su bien nutrida biblioteca,
junto a los clásicos que, de vez en cuando, consulta para inspirarse. Tal vez…
Seguramente, al llegar al aeropuerto, antes de tomar su
vuelo, decidió arrojarlo, sin abrirlo, a la primera papelera que encontró. Luego,
para amenizar la espera, adquirió en el quiosco un periódico o una revista
ilustrada.
Si así ha sido, solo deseo que la bolsa de aquella papelera fuera, al
menos, de color negro.
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