ASESINAS EN SERIE
La vida y milagros de los asesinos en serie más famosos de la historia del crimen han acaparado siempre la atención morbosa del gran público. No hay nada más que recordar la expectación que generaban los asesinatos de Jack el Destripador y la cantidad de ejemplares que los periódicos vendían (en ediciones de mañana y tarde) cada vez que aparecía el cadáver horriblemente mutilado de una prostituta en aquel nebuloso Londres victoriano. Jack fue uno de los primeros y el más famoso (en parte, porque nunca se ha sabido su identidad, lo que ha propiciado todo tipo de disparatadas teorías), al que luego siguieron John Wayne Gacy (no confundamos con el aclamado actor que protagonizó, a las órdenes de John Ford, clásicos del cine del oeste como La diligencia o Centauros del desierto), conocido como Pogo o el Payaso asesino, que inspiró la terrorífica It de Stephen King; Theodore Robert Cowell, Ted Bundy; Jeffrey Dahmer, el Carnicero de Milwaukee; Andrei Chikatilo, el Carnicero de Rostov, y muchos más que conforman una triste lista negra de serial killers, a los que podrían añadirse algunos criminales patrios como Manuel Delgado Villegas, el Arropiero; Francisco García Escalero, el Mendigo asesino, o Alfredo Galán Sotillo, el Asesino de la baraja. Todos estos nombres tienen en común que son masculinos y es que el propio FBI llegó a afirmar en la década de los noventa que no había mujeres asesinas en serie. Sin embargo, la periodista norteamericana Tori Telfer intenta demostrar en Damas asesinas que esta afirmación no solo es incierta (desde tiempos remotos, algunas mujeres ha matado con la misma saña que sus congéneres masculinos), sino que, además, está basada en trasnochados postulados misóginos.
Con una prosa limpia (que permite una lectura fácil y amena) y con un estilo socarrón e irónico, la autora nos presenta el retrato de las asesinas en serie más afamadas de la historia: la torturadora rusa Darya Nikolayevna Saltykova, quien con casi toda seguridad habría sido admirada por el conde rumano Vlad III, conocido como el Empalador, de haber coincidido en la misma época; la francesa Marie-Madeleine, marquesa de Brinvilliers, reina de las envenenadoras; la norteamericana Nannie Doss, apodada la Abuelita risueña, o la irlandesa Alice Kyteler, la Hechicera de Kilkenny. ¿Qué tuvieron en común estas y otras mujeres que aparecen en el libro? En palabras de Tori Telfer, “eran listas, hoscas, maquinadoras, seductoras, temerarias, egoístas, delirantes y estaban dispuestas a hacer lo que fuera para abrirse camino hacia lo que ellas consideraban una vida mejor. Eran despiadadas e implacables. Estaban perdidas y confundidas. Eran psicópatas y asesinaban a niños. Pero no eran lobas. No eran vampiras. No eran hombres. Las crónicas lo demuestran una y otra vez: eran terrible, intrínseca e ineludiblemente humanas”. Y, tal vez por eso, despiertan nuestro interés.
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