En 2022 se cumplen quinientos años del
fallecimiento de Elio Antonio de Nebrija, por lo que la fundación que lleva su
nombre está patrocinando una serie de eventos y actividades para celebrar tan importante
efeméride, entre los que se encuentra la publicación de libros sobre la vida y
la obra de uno de los más influyentes y valiosos humanistas andaluces del
Renacimiento. Entre estas publicaciones, destaca la biografía titulada Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad,
una entretenidísima semblanza del intelectual lebrijano escrita por José
Antonio Millán, quien comparte con su biografiado una sólida formación como
lingüista. ¿Quién mejor que él, que ha ejercido durante años como editor y
traductor, que ha escrito novelas, libros de relatos y literatura infantil, que
dirigió el primer diccionario electrónico de la Real Academia
Española, que ha llevado a cabo numerosos estudios sobre lexicografía,
semiótica y ortografía, para adentrarse en la vida y en la obra de un personaje
tan enigmático como atrayente?
A diferencia de otras biografías al uso, no se trata de un libro extenso (doscientas ocho páginas). Esto, unido a un estilo ameno y ágil que, sin perder el rigor intelectual, no abruma con excesivos datos y tecnicismos científicos, la convierte en una obra de lectura accesible al lector medio, no especializado en la materia, que puede ampliar sus conocimientos merced a unas lecturas sugeridas al comienzo de la biografía. Esta cuenta, además, con una cronología y un índice de nombres y conceptos, que ayudan notablemente a seguir el itinerario vital del escritor y catedrático andaluz.
Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad está dividida en cuatro partes y un inciso, titulado Interludio celeste, en el que el autor hace un alto en el camino, hacia la mitad del libro, para tratar, como él mismo indica, “de la cosmografía de la época, estrellas, paralelos y meridianos y otras cuestiones de gran aprovechamiento para nuestra historia”. Como no podía ser menos, la biografía sigue un orden cronológico en el relato de la vida de Nebrija, cuyo nacimiento y adolescencia quedan recogidos en Una formación. Los escasos datos con los que contamos sobre aquellos primeros años del intelectual sevillano los complementa José Antonio Millán con curiosidades de la época que versan sobre diversos aspectos de la vida cotidiana como el aprendizaje de las primeras letras de las manos del maestro de pueblo o los entretenimientos y juegos infantiles. Tras situarnos en la Lebrija de la primera mitad del siglo XV, el autor nos traslada rápidamente a Salamanca, en cuya prestigiosa universidad Antonio comenzó sus estudios de Bachillerato de Artes en 1458, que luego completó en el colegio español de la ciudad italiana de Bolonia, que contaba con la universidad más antigua de Europa, donde permaneció durante seis años hasta su regreso a España para servir a Alonso de Fonseca, etapa que es contada en la segunda parte (El retorno), así como su magisterio en la ciudad charra como catedrático de Gramática durante dos lustros, tiempo en el que contrajo matrimonio y nacieron casi todos sus hijos.
Como nos relata José Antonio Millán en la
tercera parte (Las obras), en 1487,
buscando prosperar, el humanista lebrijano partió hacia Extremadura al servicio
de Juan de Zúñiga. Son años fructíferos, en los que publicó su famosísima Gramática sobre la lengua castellana y
el Diccionario latino-español y
español-latino, que terminaron con el regreso a Salamanca en 1505. A partir de esa fecha
y hasta su fallecimiento en 1522, como aparece recogido en Las escrituras (cuarta parte), participará en la redacción de la Biblia políglota complutense, tendrá
serios problemas con el tribunal de la Inquisición, se mudará a la recién
creada universidad de Alcalá de Henares y mantendrá litigios con su impresor
para defender la adecuada calidad y distribución de sus libros.
Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad no es solo una breve y amena biografía, sino también el loable intento de revisar la visión que tradicionalmente se ha tenido del intelectual andaluz, al que hizo mucho daño la apropiación, por parte del Franquismo, de su figura en los años de la posguerra como símbolo del nacionalismo español más rancio, sobre todo por la famosa y malinterpretada frase “la lengua, compañera del imperio”. Frente a ello, se nos revela a un humanista interesado en las ganancias obtenidas con las ventas de sus obras y en la constante promoción como profesor opositando a cátedras cada vez más prestigiosas; inmerso en las luchas universitarias; defensor del latín como lengua de uso científico, del rigor filológico para el estudio de otras disciplinas, del indispensable acercamiento a los textos originales y de la gramática frente a la manipulación religiosa; comprometido con la libertad de pensamiento en una época dominada por la intolerancia de los inquisidores; preocupado por los quehaceres cotidianos, el bienestar familiar, las relaciones de pareja y la crianza de los hijos. En definitiva, un intelectual de primer orden, sí, pero también un hombre práctico y apegado a las cuestiones más terrenales de la existencia.
A diferencia de otras biografías al uso, no se trata de un libro extenso (doscientas ocho páginas). Esto, unido a un estilo ameno y ágil que, sin perder el rigor intelectual, no abruma con excesivos datos y tecnicismos científicos, la convierte en una obra de lectura accesible al lector medio, no especializado en la materia, que puede ampliar sus conocimientos merced a unas lecturas sugeridas al comienzo de la biografía. Esta cuenta, además, con una cronología y un índice de nombres y conceptos, que ayudan notablemente a seguir el itinerario vital del escritor y catedrático andaluz.
Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad está dividida en cuatro partes y un inciso, titulado Interludio celeste, en el que el autor hace un alto en el camino, hacia la mitad del libro, para tratar, como él mismo indica, “de la cosmografía de la época, estrellas, paralelos y meridianos y otras cuestiones de gran aprovechamiento para nuestra historia”. Como no podía ser menos, la biografía sigue un orden cronológico en el relato de la vida de Nebrija, cuyo nacimiento y adolescencia quedan recogidos en Una formación. Los escasos datos con los que contamos sobre aquellos primeros años del intelectual sevillano los complementa José Antonio Millán con curiosidades de la época que versan sobre diversos aspectos de la vida cotidiana como el aprendizaje de las primeras letras de las manos del maestro de pueblo o los entretenimientos y juegos infantiles. Tras situarnos en la Lebrija de la primera mitad del siglo XV, el autor nos traslada rápidamente a Salamanca, en cuya prestigiosa universidad Antonio comenzó sus estudios de Bachillerato de Artes en 1458, que luego completó en el colegio español de la ciudad italiana de Bolonia, que contaba con la universidad más antigua de Europa, donde permaneció durante seis años hasta su regreso a España para servir a Alonso de Fonseca, etapa que es contada en la segunda parte (El retorno), así como su magisterio en la ciudad charra como catedrático de Gramática durante dos lustros, tiempo en el que contrajo matrimonio y nacieron casi todos sus hijos.
Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad no es solo una breve y amena biografía, sino también el loable intento de revisar la visión que tradicionalmente se ha tenido del intelectual andaluz, al que hizo mucho daño la apropiación, por parte del Franquismo, de su figura en los años de la posguerra como símbolo del nacionalismo español más rancio, sobre todo por la famosa y malinterpretada frase “la lengua, compañera del imperio”. Frente a ello, se nos revela a un humanista interesado en las ganancias obtenidas con las ventas de sus obras y en la constante promoción como profesor opositando a cátedras cada vez más prestigiosas; inmerso en las luchas universitarias; defensor del latín como lengua de uso científico, del rigor filológico para el estudio de otras disciplinas, del indispensable acercamiento a los textos originales y de la gramática frente a la manipulación religiosa; comprometido con la libertad de pensamiento en una época dominada por la intolerancia de los inquisidores; preocupado por los quehaceres cotidianos, el bienestar familiar, las relaciones de pareja y la crianza de los hijos. En definitiva, un intelectual de primer orden, sí, pero también un hombre práctico y apegado a las cuestiones más terrenales de la existencia.
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