LA PESADILLA DEL SUEÑO AMERICANO
El
escritor italoamericano John Fante está considerado como el precursor del
Realismo sucio norteamericano, que tiene en Charles Bukowski a su máximo
representante. Precisamente, fue el escritor alemán emigrado a los Estados
Unidos quien descubrió a Fante para el gran público al alabar un estilo
despojado de retórica y su maestría en el uso de una prosa parca y en la
recreación ficcionada de sus propias vivencias personales a través de un alter
ego. Fante, que había tenido una existencia difícil, marcada por el abuso del
alcohol, apenas conoció en vida el éxito comercial y el reconocimiento de la
crítica, que hoy considera Pregúntale al
polvo como una de las novelas fundamentales de los años treinta del pasado
siglo, a la altura de clásicos como De
ratones y hombres de John Steinbeck o El
sueño eterno de Raymond Chandler. Tras su fallecimiento en 1983, su viuda
se encargó de poner en orden sus escritos con la ayuda del editor Stephen
Cooper, que también escribió una biografía del autor. Entre los documentos que
se guardaban en unos archivadores, Cooper encontró varios guiones
cinematográficos (Fante se había ganado la vida como guionista en Hollywood) y
una serie de relatos. De estos últimos, algunos eran inéditos y otros habían
visto la luz en revistas especializadas, pero no habían sido reeditados, por lo
que decidió sacarlos todos en un volumen, titulado Hambre, que ahora publica en castellano Anagrama, editorial que se
ha encargado de dar a conocer la mayor parte de sus obras al lector español.
Componen Hambre diecisiete relatos y el prólogo que Fante escribió para Pregúntale al polvo. La mayor parte tiene como narrador a Baldini, trasunto del autor, que nos cuenta, con un desparpajo no exento de amargura y de cinismo, escenas de su infancia y adolescencia, vividas en el seno de una familia migrante y desestructurada, con una padre albañil y alcohólico, y una madre frustrada que se sumerge en la religión como consuelo a las insatisfacciones de una vida marcada por las penurias económicas, el frío y el hambre. Maestro de la elipsis y de la sugerencia, y dueño de un estilo escueto, en el que predominan la aparente sencillez y la economía de medios empleados, Fante nos golpea una y otra vez con unos cuentos que no dejan indiferente a nadie: desnudando las miserias de su familia y las suyas propias, radiografía con cruel y cruda clarividencia la gran mentira del sueño americano, que pregona el éxito del que se hace a sí mismo, pero que no tiene clemencia con los migrantes pobres y desarraigados, aquellos que no han conseguido triunfar y malviven en los suburbios de las grandes ciudades, desempeñando oficios no cualificados, cambiando de hogar constantemente y atados al yugo de la deuda permanente en tiendas y colmados para poder comer la triste y miserable ración diaria.
Componen Hambre diecisiete relatos y el prólogo que Fante escribió para Pregúntale al polvo. La mayor parte tiene como narrador a Baldini, trasunto del autor, que nos cuenta, con un desparpajo no exento de amargura y de cinismo, escenas de su infancia y adolescencia, vividas en el seno de una familia migrante y desestructurada, con una padre albañil y alcohólico, y una madre frustrada que se sumerge en la religión como consuelo a las insatisfacciones de una vida marcada por las penurias económicas, el frío y el hambre. Maestro de la elipsis y de la sugerencia, y dueño de un estilo escueto, en el que predominan la aparente sencillez y la economía de medios empleados, Fante nos golpea una y otra vez con unos cuentos que no dejan indiferente a nadie: desnudando las miserias de su familia y las suyas propias, radiografía con cruel y cruda clarividencia la gran mentira del sueño americano, que pregona el éxito del que se hace a sí mismo, pero que no tiene clemencia con los migrantes pobres y desarraigados, aquellos que no han conseguido triunfar y malviven en los suburbios de las grandes ciudades, desempeñando oficios no cualificados, cambiando de hogar constantemente y atados al yugo de la deuda permanente en tiendas y colmados para poder comer la triste y miserable ración diaria.
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