Félix Ángel Moreno Ruiz

lunes, 8 de octubre de 2018

LA TRANSPARENCIA DEL TIEMPO de Leonardo Padura


CANCIÓN TRISTE DE LA HABANA


Cuando faltan pocos días para que el exteniente Mario Conde (dedicado ahora a la compraventa de libros usados tras el abandono de la carrera policial en la Central de Investigaciones Criminales) se convierta en sexagenario, Bobby, un compañero de juventud, le pide que lo ayude a recuperar una imagen de madera de la Virgen de Regla que le ha robado su compañero sentimental mientras él pasaba unos días en Miami exportando cuadros de artistas cubanos. A Conde no le queda más remedio que aceptar porque, como suele ser habitual, su situación financiera es catastrófica y, además, se siente atado por los lazos de amistad. Sin embargo, pronto descubre que Bobby no ha sido ni leal ni sincero con él sobre el auténtico valor de la escultura y que el caso es mucho más complicado de lo que parecía en un principio porque comienzan a aparecer cadáveres y el propio detective pone en serio peligro su vida. Con este interesante argumento, se construye La transparencia del tiempo, la última novela de Leonardo Padura (La Habana, 1955), que es, probablemente, el escritor hispanoamericano de género negro con más prestigio internacional, merecedor (entre otros galardones) del Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015 por el conjunto de su obra.
El lector habitual de la serie encontrará en esta última entrega todos los lugares comunes a los que su autor nos tiene acostumbrados y que son su seña de identidad: las penurias del protagonista en el día a día para conseguir un café o un tabaco decentes; las reuniones con los amigos de toda la vida en casa de Carlos el Flaco, en las que no faltan ni la mejor comida criolla ni un buen ron siempre y cuando Conde consigue hacerse con algo de dinero; su relación sentimental con Tamara, a la que quiere más que nunca, pero con quien es incapaz de convivir de forma permanente; los tira y afloja que mantiene con  Manolo, su antiguo subordinado, convertido ahora en el jefe de la sección de Delitos Mayores. Sin embargo, destacan especialmente en  La transparencia del tiempo dos elementos que, si bien estaban presentes en las anteriores entregas, adquieren aquí  una mayor relevancia. Uno es la crisis existencial que atraviesa Conde, que es consciente de que, con sesenta años y un cuerpo que no ha cuidado, inicia el camino inexorable hacia la vejez y la decrepitud. Otro es la visión que Padura nos transmite, a través de los ojos de su protagonista, de Cuba en general y de La Habana en particular. Después de más de cincuenta años de castrismo, la ciudad muestra de forma hiriente las diferencias insalvables entre los ciudadanos que han sabido buscarse la vida (generalmente, de forma ilícita) tan bien que disfrutan de las comodidades de los europeos y norteamericanos más acomodados, y un lumpen, venido de las zonas más castigadas por la crisis, que se hacina en los suburbios de chabolas construidas con cartones y hojalata. Y, en medio de la nada, los seres anónimos como Mario, los “comemierda” de un mundo en descomposición, que han visto pasar la vida en el mismo barrio de siempre (que ahora se cae, literalmente, a pedazos) sobreviviendo a duras penas con la ética del perdedor como única compañera.

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