HEROÍNAS Y ABNEGADAS
1944 fue el año de la publicación de Nada, una novela que llegó como un soplo de aire fresco al árido
panorama literario español de la posguerra. Ese mismo año se alzó con el Premio
Nadal y su autora, una joven Carmen Laforet, que en ese momento contaba con
veintitrés años, deslumbró al público y a la crítica por su madurez, la
posesión de un estilo literario propio y la capacidad de recrear literariamente
el malestar existencial de una de las épocas más oscuras y miserables de la España
contemporánea. Entre la publicación de su segunda novela, La isla y los
demonios, en 1952, y la tercera, La mujer nueva, en 1955, Carmen
escribió siete novelas breves que ahora la editorial palentina Menoscuarto
publica con un esclarecedor prólogo de Álvaro Pombo y con una emotiva nota
introductoria de su hijo Agustín Cerezales, para conmemorar el centenario de la
autora catalana.
Las siete novelas (o relatos extensos porque algunas no
alcanzan tal categoría por su excesiva brevedad) poseen, pese a la variedad de
contenidos y de argumentos, varios nexos en común que permiten editarlas en un
único libro. En primer lugar, está su particular estilo, reconocible desde la
primera línea: un lenguaje cuidado, un marcado carácter pedagógico en el que se
atisban también leves notas de humor inteligente e irónico, la maestría en la
construcción de los diálogos y las apreciaciones de un narrador omnisciente que
da su particular punto de vista de lo que les acontece a los personajes.
Además, las siete novelas están protagonizadas por mujeres que, de alguna u
otra forma, nos recuerdan a la joven Andrea de Nada: en El piano,
es Rosa, una mujer casada que se ve obligada a deshacerse de su única herencia,
un magnífico piano de cola, para poder subsistir; en La llamada, es doña
Eloisa, una venerable anciana que tiene que lidiar con una sobrina estrambótica
y enajenada; en El viaje divertido, es Elisa, una abnegada ama de casa
que abandona por unos días la casa familiar para hacer un merecido viaje de
descanso; en La niña, es Carolina, una mujer que ha sacrificado toda su
vida por la familia de su hermana fallecida y por cualquier persona anónima que
necesita su ayuda; en Los emplazados, es Teresa, una joven maestra que
se ve atrapada en el horror de la guerra; en El último verano, es doña
Pepita, desahuciada por los médicos y a quien sus hijos le dan como último
regalo una vacaciones de despedida; en Un noviazgo, es Alicia, una
sufrida secretaria a quien su jefe propone matrimonio. Todas ellas comparten un
sentimiento de altruismo, todas son víctimas propiciatorias que se ofrecen en
sacrificio por el bien de los demás. La misma autora las calificó en su día
como beatas por el carácter santo de los personajes, dotados de un sentido de
la bondad y de la generosidad muy superior al resto de sus congéneres. Y, como
en Nada, en el ambiente de todos los
relatos flota una desagradable sensación de opresión, de hambre, de privación y
de injusticia.
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