EL PLACER DE CONTAR
El escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo, autor de
una sólida y galardonada producción narrativa, acaba de publicar en Galaxia
Gutenberg El árbol de los sueños, una
obra que escapa a la consideración que en la actualidad tenemos de un libro de
relatos al uso porque entronca con las colecciones medievales que, procedentes
de Oriente y siguiendo las rutas comerciales de la seda y de las especias, se
extendieron por toda Europa formando un corpus de apólogos y fábulas que se
reproduciría, con las consabidas variaciones, en recopilaciones como los Cuentos de Canterbury, el Libro de Buen Amor, el Conde Lucanor, el Decameron, el Sendebar o
el Calila e Dimna. Todos ellos, a
partir del modelo de Las mil y una
noches, tenían una historia marco en la que se incluían los relatos (la
relación entre Sherezade y el sultán, los consejos de Patronio al joven
Lucanor, los amores de don Melón y doña Endrina, el alto en el camino de los
peregrinos). En El árbol de los sueños, se
trata de los recuerdos de un narrador testigo que, tras el fallecimiento de su
hermana y de su madre, decide pasar a papel las historias que su progenitora
les contaba en su infancia. Mujer extraordinaria, viajera y lectora incansable,
había atesorado a su largo de su corta pero intensa vida un sinnúmero de
historias que entremezclaba y enlazaba haciendo así más feliz la existencia de
sus hijos al sumergirlos en un mundo de fantasía, pero también más provechosa
por las enseñanzas que encerraban. El lector que se adentre en este libro de
libros, en este árbol frondoso de ramas que se bifurcan y convergen, se
encontrará viajando por lugares comunes (desde los cuentos presentes en las
recopilaciones antes mencionadas a las narraciones épicas clásicas como la Ilíada o la Odisea) que la imaginación prodigiosa de Martín Garzo enreda y
desenreda con sus propias aportaciones para crear un universo en el que los
sueños se hacen realidad o, como escribe el narrador al final del libro, que sirve “para devolver las cosas reales a
los sueños de donde procedían”. El árbol de los sueños es, así, un hermoso
homenaje al arte (tan antiguo como el ser humano) de contar historias, de
atrapar con la palabra la atención de unos interlocutores que continuarán, por
los siglos de los siglos, la tradición milenaria. Y es, también, un sentido
tributo al papel que tradicionalmente ha desempeñado la mujer en este oficio de
contador, representado en el libro en una joven aventurera que, tras viajar por
medio mundo, un buen día decide casarse con el gerente del hotel leonés en el
que suele alojarse cuando visita esta ciudad. A pesar de que sienta la cabeza y
de que funda una familia convencional, su espíritu rebelde e indómito se
conserva intacto mientras su cuerpo, consumido por la enfermedad, se va
apagando paulatinamente, aunque deja para la posterioridad un puñado de
historias que son, en realidad, una hermosa metáfora de nuestra existencia:
somos lo que hemos vivido y podemos contar.
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