Félix Ángel Moreno Ruiz

domingo, 30 de octubre de 2016

SEX POLICE de Luis Emilio Vallejo Delgado

POESÍA NEGRA

El jienense Luis Emilio Vallejo Delgado (Porcuna, 1967) es un polifacético artista (poeta, narrador, pintor, escultor) que nos sorprende ahora con su último poemario, Sexpolice, publicado por Playa de Ákaba con prólogo de Noemí Trujillo. Se trata de un atípico libro de poesía, tanto por el tema elegido (la crónica negra de un crimen de estado) como por su carácter eminentemente narrativo. Articulado formalmente en veintiséis poemas (que podrían ser también otros tantos microrrelatos o los capítulos de una novela), en él se cuenta la investigación que realizan el inspector Brown y la agente Norma (la Brigada del Amor) de un doble asesinato en una cafetería de Madrid, perpetrado, al parecer, por un grupo terrorista. Al tiempo que llevan a cabo las pesquisas sobre el caso, inician una relación sentimental, marcada por el deseo animal y el remordimiento. Pronto descubrirán que están implicados en la trama altos mandos policiales. Mientras se suceden nuevas muertes, su idilio se vuelve cada vez más oscuro y peligroso.
Con un lenguaje erótico de alto voltaje, pasado por el tamiz de las imágenes surrealistas, el autor ha escrito un texto originalísimo, en donde narración y poesía se dan la mano para crear una atmósfera opresiva, y en el que los protagonistas, como en los mejores relatos negros, se ven atrapados un una oscura espiral de pasión, violencia y sexo.

domingo, 16 de octubre de 2016

EL HOMBRE QUE AMABA A FRANCO BATTIATO de Juan Bosco Castilla

DIGNIDAD LITERARIA


Hay novelas que, desde el título, despiertan la empatía del lector. Y eso es, precisamente, lo que me ha ocurrido con El hombre que amaba a Franco Battiato, la última obra de mi paisano Juan Bosco Castilla: la mención al cantautor siciliano de nariz prominente (por el que sienten verdadera pasión Orlando, el protagonista del relato, su autor, mi gran amigo Antonio María Cabrera y un servidor) ha hecho que me acerque al libro con una especial predisposición.
Pasado el título (y la portada), me he adentrado en una historia que, desde la primera página, no decepciona y cuya lectura ofrece múltiples aristas.
Porque El hombre que amaba a Franco Battiato es, en primer lugar, una más que aceptable novela de andanzas detectivescas. Con la excusa de la búsqueda de un manuscrito (el Macguffin, que diría Alfred Hitchcock), el protagonista se embarca en una alocada y peligrosa aventura que lo llevará de Aleda, un imaginario pueblecito de Los Pedroches, a Sevilla y, desde allí, a recorrer varias ciudades europeas e, incluso, a saltar el charco y visitar Nueva York. El autor sigue los cánones establecidos: acción continua y trepidante, clímax repartidos sabiamente para que la atención no decaiga y un final impactante y con doble giro. Sin duda alguna, la trama hará las delicias de los aficionados a un género que, pese a las modas imperantes en cada momento, seguirá siempre vigente.
Pero El hombre que amaba a Franco Battiato es, también, una reflexión irónica y lúcida sobre el mundo (o mundillo) que rodea a la creación literaria: la apropiación de ideas ajenas, el plagio (descarado o enmascarado) de obras, la procelosa (y, en la mayoría de las ocasiones, inútil) búsqueda de editorial, el amaño de los concursos literarios, la relación (peligrosa y ambigua) entre literatura y política, las falsas e hipócritas amistades literarias, la contraposición entre ética y estética (“uno piensa que los poetas son como las poesía que escriben, que su espíritu está lleno de metáforas y que aman tanto y tan dulcemente como dicen, pero es todo mentira. Su corazón no está lleno de atardeceres y de mariposas, sino de las mismas moscas de la mierda que pueden volar en el corazón de cualquiera” dice acertadamente un personaje)… Todos los que conocen ese mundo (entre los que se encuentran el autor y el que ahora escribe estas líneas) no pueden menos que sonreír (con una sonrisa amarga, eso sí) ante las vicisitudes por las que pasa el manuscrito de El centro de gravedad permanente.
Además, El hombre que amaba a Franco Battiato es una novela sobre el aprendizaje. Como ocurría en las aventuras clásicas (desde La isla del tesoro a Un capitán de quince años), se parte de una situación de inocencia: Orlando es un joven de veinticinco años que no ha vivido la vida. Tiene dos carreras y habla un par de idiomas, pero ha visto pasar la infancia y la juventud desde la ventana de su habitación. La búsqueda del manuscrito le ofrece la posibilidad de salir de la protección familiar y de embarcarse en una serie de peripecias que le permitirán hacer amistades, descubrir el amor y convertirse, al final de la aventura, en un ser distinto y adulto.
Finalmente, El hombre que amaba a Franco Battiato es un libro de viajes y, como tal, puede leerse sin más. Juan Bosco hace unas hermosas descripciones, propias de un avezado observador, de varias ciudades (Sevilla, Madrid, Lille, Wolfsburgo, Berlín, Nueva York). Se trata de pinceladas geográficas, arquitectónicas y culturales que remansan la acción y le conceden al lector un descanso entre aventura y aventura.
Si a todo lo escrito añadimos una prosa sobria y sin alardes efectistas, y unos personajes bien perfilados (sobresalen, además del protagonista, el maestro de escuela, don Ginés, cínico y controvertido, que llenará el libro de momentos gloriosos, repletos de humor, como la hilarante borrachera de ambos a base de gin-tonics aderezados con especias, en la que el autor se burla de los esnobismos), tenemos ante nosotros una novela que merece la pena ser saboreada como una singular melodía de Franco Battiato.

viernes, 12 de agosto de 2016

SOBRE EL OFICIO DE ESCRITOR Y OTROS OFICIOS

Pensaba yo (iluso de mí) que el oficio de escritor (o escribidor, que diría Varguitas) consistía en escribir.
Con tal pensamiento, un día comencé a hacerlo.
Sin embargo, pronto me di cuenta de que había cometido un grave error de apreciación.
Supe entonces que, en el mundillo de la literatura (o Literatura, como prefieren nombrarla los vanamente pretenciosos y pedantes), el oficio de escritor era, en no pocas ocasiones, el menos importante pues, como ortigas en el camino, al amparo de las letras y su fama, florecían oficios de las más variopintas cataduras:
Yago.
Uno de los nuestros, capisci?
Maese Pedro con su retablo de las maravillas.
Prestidigitador.
Tu quoque, Brute, fili mi?
Tartufo.
Eva al desnudo.
Senador bajo el gobierno de Calígula.
Funambulista en la cuerda floja.
Mercader de Venecia.
Bufón en la corte de Carlos II, el Hechizado.
Tahúr del Mississippi…


Y también supe entonces que, para medrar, era necesario ejercer tales oficios con  mano diestra (y siniestra).

lunes, 8 de agosto de 2016

EL DESTINO DE UN LIBRO

Hace algún tiempo, fui amablemente invitado a presentar a un escritor de novela negra muy importante, consagrado. Al finalizar el acto, le di un ejemplar de su última novela para que me lo firmara (previamente lo había adquirido en una librería pues tenía intención de regalárselo a un familiar) y él me correspondió con un libro mío de relatos que le había entregado como obsequio el ayuntamiento que había organizado el acto (que había sido el mismo que había editado la obra). Educado, cortés, profesional, el escritor se despidió cordialmente de mí con un apretón de manos y, con mi libro bajo el brazo, se dirigió a su hotel para pasar la noche. Al día siguiente, tenía que estar en su ciudad por un compromiso ineludible.
Ahora, transcurridos varios meses, me pregunto qué habrá sido de aquel ejemplar. Tal vez, el insigne escritor lo leyó en el avión, de regreso a su casa, o en la cama, las noches siguientes, para conciliar el sueño. Tal vez, una vez leído, repose, junto a otros libros, en su bien nutrida biblioteca, junto a los clásicos que, de vez en cuando, consulta para inspirarse. Tal vez…
Seguramente, al llegar al aeropuerto, antes de tomar su vuelo, decidió arrojarlo, sin abrirlo, a la primera papelera que encontró. Luego, para amenizar la espera, adquirió en el quiosco un periódico o una revista ilustrada.
Si así ha sido, solo deseo que la bolsa de aquella papelera fuera, al menos, de color negro.

martes, 21 de junio de 2016

ZONA ZERO EN LOS PEDROCHES de Mikel Murillo

GRANITO SANGRIENTO


Zona Zero en Los Pedroches es la última novela del escritor cordobés Mikel Murillo (Fuente la Lancha, 1986). Cultivador del género fantástico, en esta obra se ha decantado por un subgénero popular muy en boga en la actualidad, el de los muertos vivientes. La historia está situada en la comarca de Los Pedroches en época contemporánea. En la localidad de El Viso, aparecen unos seres extraños que se alimentan de carne humana y que siembran el caos entre la población. Poco tiempo después, la infección se ha extendido irremediablemente y solo sobreviven unos cuantos lugareños, que se han atrincherado en sus casas a la espera de un destino que se antoja trágico.
Con la inquietante y magnífica La noche de los muertos vivientes de George Andrew Romero como telón de fondo y bajo la influencia de series de temática zombie tan emblemáticas como The Walking Dead, Mikel Murillo ha escrito una historia que sigue, punto por punto, los cánones del género: tensión dramática; eliminación, uno a uno, de los personajes como en Diez negritos de Agatha Christie o en Alien, el octavo pasajero de Ridley Scott; cruentas descripciones repletas de plasticidad; profusa utilización del flashback para que el lector comprenda mejor el tormentoso pasado de los personajes, y un final emocionante y con falso cierre que anticipa una continuación. A todo esto se añaden una localización verosímil y la utilización de personajes reales que hacen, si cabe, más interesante esta obra (especialmente a las personas que conocen el espacio geográfico en el que se desarrolla la trama) y que convierten a Zona Zero en Los Pedroches en una novela de lectura fácil que consigue lo que pretende: entretener al lector aficionado a la serie Z.

sábado, 18 de junio de 2016

MAÑANA, SI DIOS Y EL DIABLO QUIEREN de Julio César Cano

CRÍMENES PROVINCIANOS


Después del éxito de su primera novela policíaca, Asesinato en la plaza de la farola, el escritor barcelonés Julio César Cano (Capellades, 1965) regresa con un nuevo título, protagonizado por el inspector Bartolomé Monfort: Mañana, si Dios y el diablo quieren. La trama, situada en la ciudad levantina de Castellón de la Plana,
se inicia cuando aparecen los cadáveres horriblemente mutilados de dos varones adultos. El comisario Romerales, presionado por el juez, los cargos políticos y la alarma social generada, pide ayuda a Monfort, que se traslada desde Barcelona y se aloja en un hotel hasta la resolución del caso. Con la ayuda de la forense Sonia Trenco, la perspicaz agente Silvia Redó y el no tan listo subinspector Corral, inicia una investigación que lo llevará a recorrer los ambientes más selectos de la ciudad, iglesias, restaurantes y a visitar rincones pintorescos de la provincia como Vilafranca del Cid.
Julio César Cano ha escrito una novela entretenida, cargada de suspense y de tópicos (el policía de pasado turbulento, conflictivo y alcohólico, por poner solo un ejemplo), con continuos giros, que sigue, punto por punto, el guión del thriller anglosajón cuyo antagonista es un asesino en serie; sin embargo, no aporta nada nuevo a la renovación del género negro.

UNA PRIMAVERA DE PERROS de Antonio Manzini

EL NUEVO MONTALBANO


El actor, guionista y director italiano Antonio Manzini (Roma, 1964) ha logrado el éxito editorial con su quinta novela, Non è stagione, título traducido al castellano como Una primavera de perros. El protagonista, que ya había aparecido en dos obras anteriores, es Rocco Schiavone, jubjete de policía romano desterrado en Aosta, una pequeña y tranquila ciudad al norte del país trasalpino, por sus métodos poco ortodoxos. Allí, además de renegar del clima, de destruir una y otra vez sus finos mocasines ―poco aptos para el frío y la lluvia― y de fumar marihuana a escondidas, intenta pasar desapercibido y evitar, en la medida de lo posible, que le salpique la investigación de nuevos casos. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos para conseguirlo, se ve involucrado, una y otra vez, en asuntos turbios que ponen en evidencia que el crimen nos aguarda en cualquier lugar, por muy tranquilo y apacible que parezca. En este último episodio, la investigación de la muerte en accidente de tráfico de dos albañiles  y de la desaparición de una chica de clase acomodada obligará a Rocco a sumergirse de lleno en el mundo de la delincuencia organizada. Escrita con mano firme, la trama atrae la atención del lector desde la primera página porque Manzini, conocedor de las claves para escribir una novela policíaca, demuestra tener oficio y ser un alumno aplicado de Andrea Camilleri, el maestro del género negro italiano.