EL OFICIO DE SOBREVIVIR
El
viejo muere, la niña vive es la última obra de Julián Ibáñez (Santander,
1940), escritor de culto y unos de los pioneros de la novela negra, que comenzó
su carrera literaria en la década de los ochenta cuando esta era un género marginal
en España. El protagonista de la historia es Bellón, un desgraciado cuyo
objetivo en la vida es sobrevivir, día a día, con los escasos euros que tiene
en el bolsillo. Siempre vagabundea a la caza y captura de algún billete que
consigue ejerciendo la prostitución, protegiendo a los apostadores en una timba
o en una pelea de perros, como confidente de la policía, dando una paliza por
encargo o cometiendo pequeños delitos en los que, si se tercia, se defiende con
la fuerza de los puños. Nunca ha pasado por la cárcel ni le interesan las armas
de fuego, que, para él, son palabras mayores. Es un paria y asume su condición.
Sin embargo, un día todo se tuerce. Le encargan que vaya a cobrar una deuda
pendiente a un chalet de clase media en Fuenlabrada y, cansado de tocar el
timbre sin que nadie lo atienda, decide entrar por una ventana. Registra la
vivienda, sustrae algunos objetos y está a punto de ser sorprendido por sus
inquilinos, aunque consigue escapar. Luego se entera de que una mujer ha sido
asesinada en ese chalet y, partir de ese momento, se ve envuelto en una carrera
desesperada por eludir el peligro al tiempo que inicia su particular
investigación para esclarecer los hechos y donde demuestra una capacidad innata
para caer siempre de pie como los gatos.
Escrita en primera persona, el
lector queda atrapado, desde el comienzo, por el punto de vista del narrador,
que juzga la realidad desde su particular forma de entender la vida: una mezcla
de ironía, humor negro, cinismo y afán de supervivencia. Acompañando a Bellón,
a ese trotamundos incansable, el lector deambula por Madrid, una ciudad sucia,
de bares cutres, de personajes derrotados y solitarios, de policías corruptos,
de buscavidas, en la que todo tiene un precio, incluido el cariño. Ibáñez ha
adaptado de forma efectiva el lenguaje a la condición social del personaje y a
su código ético, lo que le ha permitido crear un registro muy particular,
directo y contundente, en el que el humor aflora de forma continua en escenas
verdaderamente hilarantes, pero que esconden una realidad dura y trágica. Al
final, es difícil no sentir simpatía por ese personaje zarrapastroso, heredero
del pícaro clásico, que, como Lázaro de Tormes, se mueve por una sociedad en
crisis y de la que Bellón no es sino la manifestación más evidente de su
decadencia. Con la madurez que le otorga la experiencia conseguida con otros
personajes similares en novelas anteriores, el autor demuestra con El viejo muere, la niña vive que posee
un estilo propio y que se encuentra en un excelente estado de forma.
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